Querida, voy a comprar cigarrillos, ahorita vuelvo
por Emi Mendoza
-“Querida, voy a comprar cigarrillos, ahorita vuelvo…”
No obstante le había pedido que dejara ese estúpido vicio de fumar, José Luis no me hizo caso y salió de casa pronunciando esas palabras. Al inicio no me di cuenta que se trataba de nuestra despedida. Pero después de una hora de esperarlo, descubrí que su ausencia era para siempre… Ya no regresó... Con una tristeza enorme me enteré que había fingido amor todos esos años.
No obstante le había pedido que dejara ese estúpido vicio de fumar, José Luis no me hizo caso y salió de casa pronunciando esas palabras. Al inicio no me di cuenta que se trataba de nuestra despedida. Pero después de una hora de esperarlo, descubrí que su ausencia era para siempre… Ya no regresó... Con una tristeza enorme me enteré que había fingido amor todos esos años.
Me preguntaba cómo había yo sido tan ingenua para no darme cuenta de que simulaba felicidad a mi lado. Pero esa infame manera de despedirse me confirmaba que sólo había aparentado ser feliz conmigo. ¿Duele? ¡Claro que duele! No tanto por que me haya abandonado, sino por la forma en que lo hizo. Por aquellas mentiras y esa frase canalla: “Ahorita vuelvo”. Hubiera sido mejor hablarlo y despedirse bien, sin “escapar” de esa manera, evitando justificarse. ¿Tú que hubieras hecho en mi lugar? ¿Lo habrías dejado irse tranquilamente?
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Soy una mujer como cualquier otra, que en ocasiones se pierde en preguntas sin respuesta... aceptando su propia realidad. Soy una mujer como todas, como tú, como ella, como tu madre o tu hermana, fuerte hasta el cansancio porque para nosotras no se hizo la derrota, porque somos dadoras de vida, porque representamos en este mundo la dignidad y el sacrificio. Per esta vez me sentía superada, completamente derrotada. Mi orgullo de mujer había sido lacerado. Tantas palabras de amor minutos antes, para después despedirse de la manera más desfachatada. Por supuesto que no dejé que amaneciera. No podía dormir debido a la injuria causada por aquella frase de los“cigarrillos”. Primero me asomé varias veces para confirmar que no regresaría. Después me paré afuera del
edificio esperándolo como dos horas en el insoportable frío de la noche. Estando ahí parada como una tonta, me reprochaba una y otra vez en voz alta. Me preguntaba porqué José Luis me había pagado en ese modo, si yo le había dado todo sin esperar nada a cambio. Había mantenido a un parásito todo ese tiempo y me abandonaba con toda la comodidad y el descaro del mundo. A las 3 de la mañana fui a buscarlo a la casa de su amante, la “teñida de rubia”. Golpeé tanto la puerta que salieron varios vecinos a protestar por el escándalo provocado. Pero qué gente tan majadera... ¿No podían entender que el orgullo de una mujer había sido ultrajado y que estaba en mi derecho de reivindicar mi amor
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propio? Debido al griterío finalmente salió la “bruja” en camisón y me lancé contra ella exigiéndole que me devolviera a mi marido. De repente, sentí unas manos de hombre que intentaban detenerme en mi intención ofuscada de golpear a mi rival. Pensé que era José Luis y me arrojé hacia él en lágrimas rogándole que regresara conmigo… pero su voz no concordaba con la de mi marido, dándome cuenta en la obscuridad que no era él. Ahí me enteré que la “bruja teñida” se había casado con otro y desde hacía mucho tiempo que ella no sabía nada de José Luis.
Muerta de cansancio, pero feliz de que no hubiera regresado a los brazos de la “pelos de escoba”, me dirigí hacia la casa de los padres de José Luis para saber si ellos sabían de casualidad con qué otra mujer se iba a casar. Sin embargo, sus padres no sabían nada al respecto. Ellos habían conversado por teléfono con él la noche anterior mostrando felicidad de vivir conmigo.
La primera pregunta que mi suegro me hizo fue si lo había llamado al celular. Por supuesto que lo había llamado al celular, pero el aparato había sonado dentro de casa; él lo había dejado a propósito en nuestro dormitorio. Mis suegros se preguntaban: ¿Quién sale hoy de su casa sin llevar su celular, con el que pueden ser localizados de inmediato? Mi explicación era lógica: ese celular de última generación era un aparato que yo le había regalado y que me había dejado junto con su billetera conteniendo una fotografía mía. En su billetera dejó también el dinero que yo le daba para sus vicios y entretenimientos y las tarjetas de crédito que le había dado para que pudiera solventar sus gastos libremente sin privarse de nada. Al decidir marcharse, dejó todo lo que lo involucraba a mí, prueba de que deseaba olvidarse para siempre de mí.
Mi suegro dijo conocer muy bien a su hijo. Desconcertado dijo que su hijo nunca había trabajado en su vida y no tenía la mínima intención de hacerlo. Si José Luis tenía todo gracias a mí… ¿Porqué escapar entonces? Sus padres no creyeron la historia de que me había dejado por otra. Nadie más le daría todo lo que le daba yo sin exigirle nada a cambio. Llamaron inmediatamente a la policía. Rápidamente buscamos por las redes sociales, la gendarmería y los hospitales sin obtener información sobre él. Al amanecer, todos los medios masivos de comunicación ya tenían cien imágenes distintas de su rostro, obtenidas a través de Facebook, Twitter, LinkedIn, etc. Lo buscamos durante tres días, en el parque, por toda la ciudad y en los alrededores. Se controlaron las grabaciones de las cámaras de seguridad de la terminal de autobuses pensando en una partida espontánea. Pero no había ningún rastro de él… parecía como si su cuerpo se lo hubiera tragado la tierra. Fue una búsqueda tenaz por toda la ciudad sin saber que mi pobre José Luis se encontraba a unos pasos de casa… Efectivamente, su cuerpo se lo había tragado la tierra...
La primera pregunta que mi suegro me hizo fue si lo había llamado al celular. Por supuesto que lo había llamado al celular, pero el aparato había sonado dentro de casa; él lo había dejado a propósito en nuestro dormitorio. Mis suegros se preguntaban: ¿Quién sale hoy de su casa sin llevar su celular, con el que pueden ser localizados de inmediato? Mi explicación era lógica: ese celular de última generación era un aparato que yo le había regalado y que me había dejado junto con su billetera conteniendo una fotografía mía. En su billetera dejó también el dinero que yo le daba para sus vicios y entretenimientos y las tarjetas de crédito que le había dado para que pudiera solventar sus gastos libremente sin privarse de nada. Al decidir marcharse, dejó todo lo que lo involucraba a mí, prueba de que deseaba olvidarse para siempre de mí.
Mi suegro dijo conocer muy bien a su hijo. Desconcertado dijo que su hijo nunca había trabajado en su vida y no tenía la mínima intención de hacerlo. Si José Luis tenía todo gracias a mí… ¿Porqué escapar entonces? Sus padres no creyeron la historia de que me había dejado por otra. Nadie más le daría todo lo que le daba yo sin exigirle nada a cambio. Llamaron inmediatamente a la policía. Rápidamente buscamos por las redes sociales, la gendarmería y los hospitales sin obtener información sobre él. Al amanecer, todos los medios masivos de comunicación ya tenían cien imágenes distintas de su rostro, obtenidas a través de Facebook, Twitter, LinkedIn, etc. Lo buscamos durante tres días, en el parque, por toda la ciudad y en los alrededores. Se controlaron las grabaciones de las cámaras de seguridad de la terminal de autobuses pensando en una partida espontánea. Pero no había ningún rastro de él… parecía como si su cuerpo se lo hubiera tragado la tierra. Fue una búsqueda tenaz por toda la ciudad sin saber que mi pobre José Luis se encontraba a unos pasos de casa… Efectivamente, su cuerpo se lo había tragado la tierra...
José Luis fue encontrado durante una operación de inspección de la red de aguas del municipio para la remodelación del sistema de canalización y desagües de los condominios en nuestro barrio. Había caído en una coladera justo en frente de la puerta de entrada de nuestro edificio. Se distrajo mientras buscaba las llaves y cayó en una cloaca olvidada abierta a una profundidad de tres metros.
Pasó tres días prisionero en el conducto por donde van las aguas sucias sin que nadie lo notara, ni escuchara sus quejidos de auxilio. Para salvarlo, tuvieron que intervenir los bomberos quienes quitaron la rejilla metálica de la alcantarilla, por el cual los hombres de rescate descendieron y con una maniobra de tipo “alpinista” finalmente lo rescataron. Una vez en la superficie, los paramédicos de la ambulancia le dieron la primera asistencia. Mi marido fue cargado en camilla y transportado en ambulancia por los rescatistas. En el hospital pude hablar con él, estaba consciente, pero deshidratado y aturdido por los días de inmovilidad. Su recuperación fue admirable y en pocos días se sentía como vuelto a nacer.
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Qué ironía de la vida. La noche de su desaparición estuve parada sobre esa alcantarilla, exactamente arriba de donde José Luis se encontraba atrapado. Estando encima de esa coladera yo no pude escuchar sus lamentos. Sus quejidos eran muy suaves, en parte por lo lastimado que estaba, pero también en parte porque sus pulmones, al igual que sus fosas nasales y garganta, estaban llenos de hollín de tanto fumar. El humo del cigarrillo que con frecuencia José Luis introducía en sus pulmones le impidieron tener el aliento suficiente para gritar y que alguien pudiera escuchar sus quejidos. Yo no escuché sus lamentos, pero él si escuchó los míos. Fue de esa manera que se enteró de mis sufrimientos al pensar que me había dejado por otra. Percibió mi tristeza por su abandono y por haberlo mantenido como un parásito por tanto tiempo. Se dio cuenta del profundo amor que sentía por él. Algunas gotitas de mis lágrimas cayeron y se filtraron a través del sumidero llegando a bañar su rostro. Sin que yo supiera lloramos simultáneamente los dos a distancia de pocos metros por nuestras respectivas desgracias.
¿Sabes qué? Estoy contenta por lo sucedido y… ¿Sabes por qué? Porque las 72 horas pasadas en ese pozo hicieron que mi José Luis recapacitara sobre su vida. Gracias a esos momentos de inmovilidad y desesperación lo hicieron reflexionar sobre su comportamiento de vividor. Cuando escuchó mis lamentos de que todo le había dado a cambio de nada provocó en él el nacimiento de una dignidad que no tenía antes. Su sufrimiento lo hizo meditar y su meditación tuvo sus frutos. Nos seguimos amando como antes o más todavía y además mejoraron muchas cosas en él. José Luis empezó a trabajar y dejó de ser un mantenido. Su vida cambió enormemente en forma positiva. Trabaja arduamente y finalmente ha encontrado el gusto de obtener sus bienes con su propio esfuerzo. Después del trabajo, a menudo me trae flores y vamos a cenar, cosa que antes nunca hacía. Esta vez fue él que me regaló un hermoso celular el día de mi cumpleaños. Bueno, no todo es perfecto en nuestra vida conyugal. Me prometió que no volvería a salir a comprar cigarrillos y sí cumplió con su promesa; dejó para siempre la costumbre de salir en las noches a comprar cigarrillos. Sin embargo, él no pudo dejar el vicio del cigarro y para cumplir con su promesa de no salir, yo lo tengo que ayudar en ese sentido. Ahora soy yo la que pronuncio esa frase todas las noches:
-“Querido, voy a comprar tus cigarrillos, ahorita vuelvo…”
¿Sabes qué? Estoy contenta por lo sucedido y… ¿Sabes por qué? Porque las 72 horas pasadas en ese pozo hicieron que mi José Luis recapacitara sobre su vida. Gracias a esos momentos de inmovilidad y desesperación lo hicieron reflexionar sobre su comportamiento de vividor. Cuando escuchó mis lamentos de que todo le había dado a cambio de nada provocó en él el nacimiento de una dignidad que no tenía antes. Su sufrimiento lo hizo meditar y su meditación tuvo sus frutos. Nos seguimos amando como antes o más todavía y además mejoraron muchas cosas en él. José Luis empezó a trabajar y dejó de ser un mantenido. Su vida cambió enormemente en forma positiva. Trabaja arduamente y finalmente ha encontrado el gusto de obtener sus bienes con su propio esfuerzo. Después del trabajo, a menudo me trae flores y vamos a cenar, cosa que antes nunca hacía. Esta vez fue él que me regaló un hermoso celular el día de mi cumpleaños. Bueno, no todo es perfecto en nuestra vida conyugal. Me prometió que no volvería a salir a comprar cigarrillos y sí cumplió con su promesa; dejó para siempre la costumbre de salir en las noches a comprar cigarrillos. Sin embargo, él no pudo dejar el vicio del cigarro y para cumplir con su promesa de no salir, yo lo tengo que ayudar en ese sentido. Ahora soy yo la que pronuncio esa frase todas las noches:
-“Querido, voy a comprar tus cigarrillos, ahorita vuelvo…”