25/06/2022
La justa decisiĆ³n
por Emi Mendoza
Juan había trabajado tres meses sin recibir su salario. Su familia estaba muy endeudada y no tenía dinero ni para pagar la leche de sus hijos. La crisis por la pandemia había afectado fuertemente la economía del país y la empresa para la cual Juan trabajaba no había podido pagar a sus empleados. Sin embargo, la pandemia finalmente se estaba alejando y aparentemente todo estaba volviendo a la normalidad. Por suerte, su patrón cumplió con su promesa y le pagó los 4,500 euros correspondientes al salario de tres meses atrasados, como habían pactado. Además, el dueño de la empresa le dio un bonus de 1,000 euros más como compensación por el sacrificio que Juan había hecho conociendo los problemas por los que la empresa atravesaba.
Juan siente alivio al recibir el dinero; se lo guarda en el bolsillo y llama a su esposa para darle la buena noticia de que finalmente podrán pagar sus deudas y comprar leche para los niños. Su mujer se emociona, piensa que todo está volviendo a la normalidad, con lágrimas le dice que lo espera impacientemente en casa.
Juan sale rápidamente del taller, quiere volver a su casa lo antes posible. Toma un atajo para llegar más rápido, se mete en una calle solitaria y obscura. Tan pronto como entra en ella, escucha pasos detrás de él y ve las sombras de dos hombres que lo siguen. Juan siente miedo, se arrepiente de haber tomado esa callejuela, trata de caminar más aprisa. De repente, en la oscuridad del estrecho callejón, se topa con un hombre que le apunta con una pistola mientras le dice:
Juan siente alivio al recibir el dinero; se lo guarda en el bolsillo y llama a su esposa para darle la buena noticia de que finalmente podrán pagar sus deudas y comprar leche para los niños. Su mujer se emociona, piensa que todo está volviendo a la normalidad, con lágrimas le dice que lo espera impacientemente en casa.
Juan sale rápidamente del taller, quiere volver a su casa lo antes posible. Toma un atajo para llegar más rápido, se mete en una calle solitaria y obscura. Tan pronto como entra en ella, escucha pasos detrás de él y ve las sombras de dos hombres que lo siguen. Juan siente miedo, se arrepiente de haber tomado esa callejuela, trata de caminar más aprisa. De repente, en la oscuridad del estrecho callejón, se topa con un hombre que le apunta con una pistola mientras le dice:
-“O me das el dinero o te mato...”
Está acorralado. Tiene que tomar la decisión de intentar desarmar al delincuente o mejor rendirse y darle el dinero que lleva consigo, pero lo debe hacer rápido. Calcula la distancia de su mano al arma y cree que podría golpear la mano del atacante para desarmarlo, pero si falla en su intento, podría morir. Los pocos segundos que tiene a su disposición para pensar están a punto de terminar. El sudor comienza a brotar de su frente y los nervios zarandean sus manos y pies. |
Oponerse a este asalto lleva un riesgo muy alto pues detrás de él hay otros dos malhechores. No quiere morir, pero tampoco quiere ceder el dinero, sabe la importancia que tiene esa suma para su familia. Sabe también que es más útil para su familia sin dinero, pero vivo, que sin dinero y herido o, peor aún, sin dinero y muerto. No hay nada que hacer. El tiempo se acabó... Más vale ceder… Frente a esta escena dramática, Juan está a punto de meter la mano para sacar el dinero del bolsillo, de repente siente un impulso espontáneo y suelta una carcajada:
- “¡Ja-ja-ja!”
- “¿De qué te ríes, imbécil? ¿Me estás tomando el pelo?”
- “¡Ja-ja-ja!”
El ladrón no aprieta el gatillo debido a que tiene la enorme curiosidad de saber antes el motivo de la risa.
- “Ja-ja, me río porque nos acaba de pasar algo muy curioso… Ja-ja … yo también soy ladrón y pensé en robarte… Ja-ja …”
- "¿De verdad?"
- “¡Ja-ja-ja!”
Mientras explica el motivo de la risa, gesticula y mete la mano en el voluminoso bolsillo donde guarda el fajo de billetes:
- "Sí, pero cuando estaba a punto de sacar mi arma, tú sacaste la tuya primero Ja-ja... somos colegas, Ja-ja".
Al darse cuenta del motivo que ocasionó la situación graciosa, los delincuentes también se echaron a reír, pero ninguno de ellos se atrevió a pedirle que mostrara su arma; en esos casos es mejor confiar en los colegas y no arriesgarse a que se ofenda por dudarlo. El criminal guardó su arma y estrechó la mano del “compañero de profesión” en señal de paz, disculpándose por el error que había cometido al confundirlo con un ciudadano común.
- “¡Ja-ja-ja!”
- “¿De qué te ríes, imbécil? ¿Me estás tomando el pelo?”
- “¡Ja-ja-ja!”
El ladrón no aprieta el gatillo debido a que tiene la enorme curiosidad de saber antes el motivo de la risa.
- “Ja-ja, me río porque nos acaba de pasar algo muy curioso… Ja-ja … yo también soy ladrón y pensé en robarte… Ja-ja …”
- "¿De verdad?"
- “¡Ja-ja-ja!”
Mientras explica el motivo de la risa, gesticula y mete la mano en el voluminoso bolsillo donde guarda el fajo de billetes:
- "Sí, pero cuando estaba a punto de sacar mi arma, tú sacaste la tuya primero Ja-ja... somos colegas, Ja-ja".
Al darse cuenta del motivo que ocasionó la situación graciosa, los delincuentes también se echaron a reír, pero ninguno de ellos se atrevió a pedirle que mostrara su arma; en esos casos es mejor confiar en los colegas y no arriesgarse a que se ofenda por dudarlo. El criminal guardó su arma y estrechó la mano del “compañero de profesión” en señal de paz, disculpándose por el error que había cometido al confundirlo con un ciudadano común.