Una experiencia educativa
por Emi Mendoza
Salí de trabajar como a las 5 de la tarde y me fui a mi casa. Me bajé en la estación del metro y como de costumbre compré unos churros deliciosos para llevarle a mi mamá. Salí del negocio y mientras le daba una mordida a una de esas masas fritas, fui testigo de un evento de infamia. Frente a la parada de los microbuses había un altercado. El chofer de un colectivo agredía verbalmente a un anciano, cuyo vehículo antiguo se había descompuesto obstruyendo el paso. Me di cuenta que el hombre longevo era don Manuel, el vecino que vivía frente a mi casa. Don Manuel trataba desesperadamente de poner en marcha nuevamente su carcacha mientras pedía disculpas por el inconveniente.
De inmediato, pensé en ayudar a empujar el coche averiado para permitir el paso del microbús. Pero, sin escuchar justificaciones, ni razones, el chofer del microbús arremetió contra el automóvil de don Manuel como un toro salvaje. Para abrirse paso, el voluminoso vehículo golpeó una esquina del coche rompiéndole el faro y dejando tremenda golpeadura en el guardabarros. Al momento de la colisión, don Manuel solo se cubría la cara con un brazo sin poder hacer nada para impedir el impacto.
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El chofer del colectivo emprendió la fuga acelerando mientras reía como si hubiera hecho algo gracioso. El minibús viajaba con la puerta delantera abierta y yo aproveché para abordarlo en movimiento mientras dejaba caer en el pavimento los churros que le llevaba a mi mamá. Debía exigirle a ese hombre que se detuviera y que regresara a responder por los daños causados a don Manuel. El chofer se negaba a parar la unidad y me exigía que descendiera. Los pasajeros miraban atentamente, pero nadie se atrevía a decir nada. Finalmente, después de varias cuadras se paró en el semáforo y lo tomé por el cuello para que no se burlara más ni de mí, ni de don Manuel. El aliento alcohólico que emanaba de su pestilente boca era horrible. Pedí a la gente que llamara a la policía. Empecé a sentir golpes en la espalda que me sorprendieron. Al reaccionar me di cuenta que me atacaban por atrás varios hombrecitos de otros microbuses. Me tironeaban y me golpeaban con herramientas metálicas. Como pude me defendí utilizando mi fuerza física y mi experiencia en combates. A empujones logré bajar del microbús y ya en la calle empecé a derribarlos uno a uno a puño limpio, hasta que saltó frente a mí uno de ellos con un arma de fuego. Por un momento sentí el impulso de pedir perdón e hincarme para implorar piedad, pero el hombre estaba decidido a perforar mi camisa nueva después de humillarme. Entonces decidí arriesgar mi vida y me lancé a él tratando de quitarle la pistola, pero en el forcejeo una bala se escapó penetrando en su cuerpo.
A partir de ese momento empezó para mí un calvario. Fui arrestado inmediatamente. Pocos días después el hombre que me había amenazado con el arma murió en el hospital y yo fui acusado de homicidio. Mi vida recorrió un camino largo y sinuoso en los tribunales de justicia. Se hablaba de una condena de entre 24 y 30 años. Había perdido todo, desde el trabajo hasta la confianza en mí mismo. Me convertí en la vergüenza de mi familia. En mi casa ocultaron a todo el mundo que me encontraba en la cárcel. Nadie debía saber que un integrante de la familia era un asesino.
Siete meses después, un juez analizó con detenimiento mi caso y determinó que había sido el mismo muerto a dispararse durante la pelea y en todo caso había sido en defensa propia. Fui declarado inocente quedando en libertad inmediatamente. Nadie fue a esperarme a la salida de la prisión. Tomé el metro para regresar a casa. Me bajé en la misma estación del metro, pero no pude comprar otros churros para llevarle a mi mamá pues no tenía dinero. Pasé frente a la parada de los microbuses pensando en el pobre don Manuel. Finalmente llegué a mi casa y mientras esperaba que me abrieran la puerta observé con sorpresa que don Manuel llegaba a su casa en un automóvil nuevo. Nos saludamos mientras él me preguntaba donde había estado. Le contesté que había realizado un largo viaje pero que ya estaba de regreso. Luego, le pregunté qué había pasado con su antiguo carro. Su respuesta fue muy instructiva y de la cual aprendí mucho:
“Hace tiempo un borracho de un microbús me chocó y me dejó destruido mi viejo coche, pero gracias a dios, por haber sido un buen cliente toda la vida, la compañía aseguradora cubrió todos los gastos. Estoy muy contento porque no sólo me dieron un coche nuevo como indemnización, sino que además ni siquiera tuve que pagar el deducible… Ja!”.