Poesía Motorizada
Poemas de José Enrique Patrón Palomo inspirados sobre dos ruedas
Siendo amante de los vehículos a dos ruedas, José Enrique logra el estado propicio para crear sus obras literarias mientras recorre grandes distancias montado en su Harley-Davidson. Esa exaltación adrenalínica producida en sus garbeos es el combustible de su inspiración poética.
Pica en el título del poema de tu interés para disfrutarlo
Noches sin mañana
Cayó el telón de la distancia
sobre nuestro teatro de besos anónimos.
Se apagó la luz del túnel
cuando mi piel, ardía bajo la sombra de tus manos.
Aquellos tiernos abrazos, que yo te di
Se quedaron rotos, como todos mis juguetes
Juguetes de perdida infancia
embalados, olvidados en el altillo de la casualidad
donde guardamos esta aventura
tu por mí , yo por ti.
Aun así cargaré con el pesado fardo de la duda:
-“¿De verdad nos amamos?”
Jamás perderé el cálido recuerdo
que bebimos de nuestras bocas:
Saber que fuimos fuentes suspirantes
fluyendo en horas entre perro y lobo;
fuimos tu y yo, ígneos amantes
que, beso a beso, se abrasan y se devoran.
Carne contra carne,
desnuda y más atrás,
se quiebran bajo las olas del tiempo;
milenios de arena seca.
A pesar de todo mañana será “El Mañana”,
Cuando no nos quedará ya nada
Tan solo mi nombre en tu frente
y una lágrima en mi almohada.
Olor a tierra
Besos de arena
Patinan, lentamente
En el polvoriento cauce
del arroyo de los recuerdos,
río sin peces, rio sin sangre,
desbordado ocasionalmente
sobre los puentes de suspiros y pena
Río seco, rio sin gracia
Donde tu cara ya no se refleja.
anoto, en un librillo de arroz
Todas las memorias de mi olvido.
Y rezo a la vida misma
blasfemias en blanco y negro.
La luna, ahora mismo,
columpiándose se queja,
desde su parra de estrellas,
pobre y tan vieja...
Ella se queja
cuando se siente cortada,
menguada de cascabeles,
mi vieja luna desolada!!
Esta noche, bajo sus quejidos,
cuando de llorar dejen los cipreses
y se queden ya dormidos;
saltaré la tapia
de este cementerio de palabras;
para acabar con los rezos,
para acabar con los abracadabras.
El humo de todas las desgracias
Cuenta a cuenta se desgrana,
Rosario de maltrecho amor
Plegaria maldita, corona de espinas
Salmo responsorial tinto de dolor;
infinito dolor sobre atardeceres marinos
sin tu rostro de mujer.
Olor a tierra,
clamor del rojo que no cesa
en refulgente tarde de agosto.
“Into the fire”, no quiero pedirte más,
tan sólo, por fin, respirar…
respirar ese olor a tierra,
tierra de jardín, fértil,
cubriendo tus cálidos pechos.
Brevedad
Brevedad, palabras de miel
El dulce eco de las sílabas del anhelo
pero...¡cómo quema mi piel
en el pozo vacío de tu distancia!
Brevedad, de encuentros pasados,
sustantivos sin sentido... tu boca.
Caricias cinceladas en las sombras;
sentimientos resguardados
bajo la brillante lona de tus ojos.
Brevedad de estos versos furtivos
Encabalgados, sobre el blanco papel,
cuando nacieron trotando en tus oídos.
Brevedad de ansiadas tormentas
en el turbio licor en que navego
y a lo sumo
veo tu rostro, flotar
en oscuras manchas de aceite...mis lágrimas
Brevedad, de las blancas páginas
del libro que yo más leo;
la brevedad, está escrita en letras de vino y humo
sobre cada hoja que no te veo:
la Brevedad de cada noche
caminando junto a ti.
El Reloj
Sierra
A la tarde, le han tejido
un delantal de navajas
y el sol, casi dormido
se marcha por las callejuelas.
Ayes de muerte asoman
cuando el cielo se pica de espuelas.
Campanadas de púrpura y pólvora
arrojan claveles al agua.
Puentes que al río coronan,
De sus ojos bebió su cara.
¡Seis campanadas de plomo
bailan en la sierra de Córdoba!
Cuchillos de llanto y rabia
al oírlos, la luz se espanta,
un rosario de cuentas rojas
se desgrana, bajo una manta
Yegua parda, trota sola
la luna con ella marcha;
la sangre sobre sus crines
es ahora lira de escarcha.
El jinete en el suelo
en su mano, una pistola
Una morena esta cortando
de su pecho, roja amapola;
otro bandolero ha caído
en la plaza de Peñarroya.
BAJO UN PUENTE DE PALO
Agua cristalina, diamante cortando mis mejillas
el río lava la sangre en bandeja de plata,
la fría noche fluye serena
“blincando” la cerca de la luna llena.
En pecho de frígida hembra
lucen dos claveles
danzando al son de mil estrellas.
¡Aúlla la luna!...y un cuchillo
con el marfil de su mango
brota de mi corazón.
Tu cuerpo, títere sobre un telón de fango,
cántaro roto, rasgado odre de vino,
que vierte su sagrado néctar divino,
que el río ya se bebió
Bajo el puente de palo
sobre tu muerto cuerpo
bajo el puente, muerto me quedo yo.
CELOS
La luna, hoz encorsetada en eternos atardeceres
siega un sol ya menguante
que, cubre con oro y trigo el pinar.
Sol, celeste tizón coronado rey
Genuflexa la tarde al pasar.
Charcos de acero, beben la luz en un prematuro otoño,
naciendo al resplandor de inciertas navajas que se han de clavar.
Ayees de muerte, en un fondo de berrea
el Júcar, orgulloso, trota turbio en su chopera.
Sin verla, sin oírla, sin ventearla,
Muerte danza descalza
acariciando con sus pies el espliego
que mañana tu caja tendrá que perfumar.
El Júcar es bella y líquida mortaja
que los juncos tu cara podrán contemplar.
Manto de luto verde y oro
Va vistiendo, prematuramente la serranía
¿por qué viniste?
Aquí, donde nadie ya te quería.
si de sobra tú sabías
que tus carnes y mi pecado
Traerían leña seca, violento mimbre, roja montería,
sólo hoy, pues mañana,
cuando la luna de su lecho de roca y estrellas se haya levantado
y el viento oree a los Recuenco su vetusta herrería.
Entonces ya estaremos ya a diez y tantos
pero mañana, para ti será Uno de noviembre, Día de los Santos.
FRIO
Que no es todo sangre sino algo de granizo,
el viento de palabras. Sin rostro
cubre de escarcha negra: tu pelo.
Fríos son tus besos, frío es tu adiós;
dime:-¿Quien te hizo
perfecta estatua de pétreo hielo?
Un nevado aliento,
corona todas tus palabras,
pues ya no hay vida en ti
que ni tan siquiera te queda
la que con tus abrazos de invierno,
me has ido robando.
AMOR EN CUENCA
Unamuniano paisaje de lágrimas y palabras,
el lago de Lucerna no apaga
la luz que en Cuenca me tocó ver.
La hoguera caliza de tu mirada
enciende en mi olvidada llaga
y torcas en mis entrañas vuelvo a tener.
Frialdad de febrero es agua del Valdecabras.
Tu pétreo mirar me aplasta
y el Júcar, de verde y oro
gota a gota mi garganta desgasta
para que ya no te vuelva a llamar.
Tu cerámico desdén
es losa para mi;
eres tu alto tormo de amargos adioses,
bella esfinge que no se erosiona.
Me niego a amarte aquí,
a ti, hija de tan grande casta.
Aquí, sobre el túmulo de Viriato
Que ya ni llora ni se emociona
Me marcho lejos, te abandono
Te dejo siendo reina
llevando a Los Universales por corona.
Fueron contigo sombras de “Jueves Lardero”
Mas debo continuar mi camino
me iré a donde la arena me guíe,
Antes de marcharme, debajo de un pino
lanzaré al viento las mil amarguras
que en mi boca, maniatada tontita..
Con cariño me dejaste
negrita
Gritos de luz, fruta y selva
se pregonan desde tu frente,
tu cuerpo, tus caricias de ébano
y tu risa de fresa y marfil,
hacen torrente.
Piel de cañas, fuego y noche
Porteando a la luna como tu corona,
un collar de cuentas de estrellas
se balancea entre tus pechos.
Quiero ser el cometa
que en tu negro cuerpo,
se divide y abandona.
bLANCA Y RADIANTE (IBA LA NOVIA)
Voluntad de sierpes y escaleras
contra mi destino, de nicho y calaveras.
Cementerio, de pesares y dejares,
es mi cruel deposito imperfecto
de los pecados que no cometí
de los labios que nunca mas bebí.
Antes de las doce
me sorprenderé llorando lágrimas de sangre,
rezando en farisaicos olivares;
para después orinar en vuestros sepulcros enjabelgados.
No haré penitencia ,no pediré perdón
por tus besos, a otro ya consagrados.
Desde mi Gólgota
podré ver la mar
desear lejanos lugares
para...¡Huir! en tren de arcilla y niebla.
Ahora debo creer en mi mas terrible deseo.
Las olas del recuerdo,
erosionando, en mi alma
los ancianos sillares
del temor, la facilidad y la calma.
Por que...
¡Si hasta en mis sueños de ciego,
blanca y de terciopelo te veo!
Imposible tempestad en portugal (la última)
Isabel: -“¿Me oyes? Es para ti: La Última”-
últimas lágrimas, últimas gotas de lluvia
que destrozan sus cuerpos transparentes,
mutilando sus esperanzas de vidrio
contra las ventanas del hotel.
La última, suspiro ausente
del viento, que jamás nos acarició.
Naufraga la risa
en un escorado barquito de papel.
No existe la prisa en tu sexo de cristal,
solo tu eres La Última.
Primeros lloros; primera infidelidad
coartada de chaparrones de frío febrero.
Agua y remordimientos inundaron la frontera
que junto a ti, jamás crucé.
Sol de invierno, pútrido brasero
que, poco a poco convierte en arena
el material del que están hechos mis sueños ( Cieno)
No tengo pena,
ayer yo te ame
porque creía que eras La Última
y desnudos, la vida nos empapaba,
no creíamos en las sombras, no esperábamos condena.
En verdad eras la primera
de oro y carnes de trigal, cubiertas por piel morena.
Pero...en el fondo de tus ojos, se adivinaba
flotando en el aire ausente del Tajo
que para mí si eras La Última.
Y ya no pude decidir.
CUATRO AÑos
Bajo el cruel remolino de tu osamenta nacían tus gestos, que escupían a mi cara el dolor, de aquellos días de lluvia; el temor en aquellas tardes de ausencia que encharcaban mi alma con cortantes recuerdos. Cuatro años, recordando tu amor; Cuatro años de sueños que el pasado alimenta. Llueve, ahora, sobre la línea de agua y tierra, bordada con agujas de oro y tren; agujas de río y frontera. las noches van anegando nuestra terrible inocencia; que como las gotas de lluvia morían, estrellándose en los cristales mientras tu, te desnudabas a la luz de una vela. Noches en las que embarrancábamos los dos en los bordes de una cama, sudoroso océano de tela. Antes en la calle, ya nos devorábamos en los portales por que la vida entera nos empapaba de sueños que nunca tuvimos; de alas de promesas rotas... La lluvia, como el Bautista, solo perdonó nuestros pecados bautizándonos bajo las farolas de aquella callejuela. Desde ayer cuatro años gastando las mismas botas. Sentado en aquella cama, mientras te secaba el pelo y un pequeño avión con sus luces desgarraba la oscuridad, decapitando nuestra noche; cercenando el cuello al cielo. |
trato carnal
- “¡Que no, te digo que no”!
Que no tengo nada más que ofrecerte
en estos saldos de serpientes y casi niebla.
tan siquiera puedo venderte
Retales de sonrisas imaginarias.
Ni el muestrario de vientos rotos
Que traje la noche en que te conocí.
No queda dolor, vino o pena
Ni citas en fuentes viejas
Donde el agua, sorda, muele recuerdos de infancia.
Ya no me quedan libros impresos con las tintas del deseo.
Menos aun memorias no tripuladas rumbo a un sueño en Francia.
No te niego los manuales llorosos de la pesca de la carpa.
Pero supongo el apolillamiento de las llamadas a las que nunca llegas.
Mírame abandonado en esta Alejandría de cartón piedra,
Como una fallera depresiva antes de la Cremá
Soy monje leproso en calcinados muros vestidos de yedra,
Todos, en algún momento fuimos Pedro de Burgos.
Ahora navego remolcando mi rostro de oferta,
Por el Delta del Nilo, contaminado por aquellas santas palabras:
- “Lo tuyo no es la Electricidad sino la poesía”
Palabras que tengo atragantadas de tanto decirlas,
De nunca creérmelas a pesar de tantas veces enmarcarlas, esculpirlas,
Hasta que me rebosaban la garganta.
Ahora, las vuelvo a recordar
En esta mañana amarga,
En ésta, mi hora abrasadora;
Mientras me pudro en vida almacenando deseos ajenos
Viendo empequeñecer mi alma entre cajas de azulejos,
De exóticos nombres, evocaciones ya lejanas,
Que cada vez me creo menos.
Pero sueño con llevarte aun muy lejos
En atravesar estas resecas semanas.
En rubricar nuestra vida gris con una locura.
En abandonar la órbita de este lado oscuro del corazón.
Y en levantarte por la cintura para llevarte al fin a un auténtico Portugal.
Por primera vez en la vida y de verdad.
Podré besarte y verte blanca y radiante
Pues a partir de ahora, en versos, siempre nos quedará
Siempre tendremos Paris y la mar.
UN RECUERDO PROHIBIDO
Nada más que el eco de tus alas
muertas, rebotando en las paredes
que envuelven la gris y pesada claridad
de este atardecer, tan extrañamente otoñal
que va pasando, pasando a través del cristal
en fríos y rojos amaneceres.
Y nada mas que el presagio de perderte,
de no verte, de no sentirte arrancándome la vida,
cuando nos quitábamos la ropa
en olvidadas habitaciones de paredes de sombras.
Ahora, sin remedio, desnudo tu cuerpo en mi mente.
Como lo hicieron más tarde las balas
bajo un cielo de pétalos de rosa.
Después, más que desnuda, transparente;
bailabas para mí en el aire
tentando con tus senos, mi boca de agua.
Abrazando, llorando, besando, muriendo,
gimiendo bajo la luz del gerundio asesino: amaneciendo.
El tiempo de alquitrán mutila los relojes.
Al sentirte en mis carnes; solitaria Diana cazadora de penumbras.
Atravesabas con flechas mi destino en el instante en que yo te penetraba: “¿Qué tienes tu que a mis carnes acostumbras
a nada mas que a tus ojos y a tu sexo?”
BAILARINA
Quieto, en las sombras de tu ausencia, acariciando
tu nombre, bebiendo tu recuerdo me arrastro
con impaciencia por los túneles de la duda y aun así,
no me acuerdo del color de tus ojos, del brillo de tu piel.
Continúo creciendo, alimentándome solo de tinta
y papel. Aquí me tienes en la pantalla de las caricias
prohibidas en el blanco y negro canalla.
Aun a pesar de tus medidas me puedes ver viviendo
y muriendo, disfrazado como un ensangrentado
Mortadelo en este arcaico trasluz.
Participo en tu juego suicida, interpretando a un mártir
de tela en tu retablo tenebrista; mugiendo como becerro
lacerado en tu sangrienta charlotada.
Dime: Si tú eres la divina Salomé,
¿soy yo el jodido Bautista?
tu nombre, bebiendo tu recuerdo me arrastro
con impaciencia por los túneles de la duda y aun así,
no me acuerdo del color de tus ojos, del brillo de tu piel.
Continúo creciendo, alimentándome solo de tinta
y papel. Aquí me tienes en la pantalla de las caricias
prohibidas en el blanco y negro canalla.
Aun a pesar de tus medidas me puedes ver viviendo
y muriendo, disfrazado como un ensangrentado
Mortadelo en este arcaico trasluz.
Participo en tu juego suicida, interpretando a un mártir
de tela en tu retablo tenebrista; mugiendo como becerro
lacerado en tu sangrienta charlotada.
Dime: Si tú eres la divina Salomé,
¿soy yo el jodido Bautista?