Odio los libros!
por Emi Mendoza
— ¡Detesto leer! ¡No me gusta la lectura! — Con desesperación lo gritaba al cielo.
No aguantaba más esos estúpidos libros que tenía que leer. Yo era bueno en matemáticas, física y en todas las demás materias, pero para obtener el certificado de preparatoria y ser admitido en la licenciatura de Gastronomía tenía que superar también esa estúpida materia: Literatura hispanoamericana. Lo peor es que esa asignatura no tenía nada que ver con lo que quería estudiar en futuro y nunca me iba a ser útil. Definitivamente no me interesaba leer. No tenía ni el tiempo ni la disposición para hacerlo. Yo consideraba la lectura una pérdida de tiempo.
Llegué hasta las oficinas de la dirección académica de mi escuela preparatoria solamente para constatar que yo había sido reprobado nuevamente en literatura. Observé con tristeza la lista con los resultados mostrada en el tablero. Mi nombre no estaba entre los que habían superado el examen. Era obvio, sin estudiar sólo podía esperar en un milagro, pero que no sucedió. Me quedaba la última oportunidad: el examen extraordinario, una especie de apelación de última hora que brinda la escuela como última ocasión para evitar la "guillotina". Mientras verificaba que mi nombre no estaba en la lista, el profesor Melquíades salió de la oficina y se acercó a mí diciéndome con una sonrisa:
— ¡Mendoza! Que bueno que te veo, te estaba esperando. Eres un muchacho afortunado…
— ¿Afortunado yo? — Contesté — Por favor, profesor, no se burle de mí. Me reprobaron otra vez. ¿Porqué debería considerarme afortunado?
Sin cambiar de actitud provocadora y siguiendo con su sonrisa sarcástica, me dio un pequeño libro y contestó a mi pregunta:
— Eres afortunado porque logré convencer al presidente de la comisión examinadora de poder asignarte esta novela para que la discutamos en el examen extraordinario de la próxima semana. Sé que te agradará mucho. Es una novela de un gran escritor mexicano. Te esperamos en el examen. ¡Que disfrutes ese libro!
Sin responder a su instigación me fui a casa muy preocupado con el libro en la mano.
— Leer un libro entero en una sola semana es una locura — me decía a mí mismo en voz alta mientras caminaba manteniendo la mirada hacia el suelo.
En casa me encontré de nuevo con la prédica constante de mi madre:
— Hijito, tienes que ganar la beca a toda costa. Tú sabes que somos muy pobres y no hay manera de pagar tus estudios. Ya que sueñas con abrir un restaurante en futuro, tienes que obtener la beca para poder estudiar la licenciatura y aprender cómo iniciar y administrar tu negocio. De otra manera tendrás que venir a trabajar conmigo y te tendrás que olvidar de tu sueño.
Ayudar a mi madre en su trabajo no era fácil. Vender 'tacos' en la calle no era una tarea sencilla. Tenía que levantarme a las 4:30 de la mañana para ir a comprar tomates frescos a la 'Central de Abasto', el mercado al por mayor más grande de la Ciudad de México. Después, tenía que preparar las salsas y la masa para las tortillas y tener todo listo para antes del mediodía. No terminaba aquí, luego tenía que caminar durante horas por todo el centro de la ciudad con una canasta muy pesada sobre mi hombro tratando de vender algunos tacos. Tanto esfuerzo para obtener unos cuantos pesos de ganancia. Sin la beca, no había esperanza de progresar en mi vida. Sin embargo, odiaba tanto la lectura que tomé la decisión de olvidarme de la dichosa beca. Para mí era imposible leer un libro en una semana. Yo prefería vender 'tacos' de puerta en puerta que leer ese horrible “compendio”.
Con el pretexto de estudiar en paz, me encerraba en mi dormitorio bajo llave. Bueno, no era exactamente mi alcoba, era el depósito donde mi mamá almacenaba sus materias primas, pero a un costado de los sacos de harina estaba también mi catre, donde yo dormía. Encerrarme en mi cuarto era una buena estrategia para poder seguir viendo a mis camaradas sin que mi mamá se diera cuenta. A escondidas de ella, me escapaba por la claraboya y utilizando los techos de los vecinos lograba llegar hasta la calle para reunirme con mis amigos. Todas las tardes teníamos una reunión en el bar. Teníamos que preparar una estrategia para el partido de fútbol contra los "chicos malos", los muchachos más temidos del barrio vecino. Después de discutir y de tomar algunas cervezas, me regresaba a casa utilizando la misma ruta. Por fortuna mi madre no se daba cuenta. El gran desafío futbolístico contra los "chicos malos" se había fijado para el siguiente domingo por la tarde, justo un día antes del examen de literatura. Debo admitir que todos esos días tuve un poco de remordimiento. Pero la decisión de no asistir al examen la había tomado con mucha firmeza.
Pasó la semana y en todos esos días ni siquiera abrí ese pequeño libro. Al llegar el domingo me desperté temprano pensando en el reto deportivo que tendríamos en la tarde. Estaba muy nervioso e impaciente pues se acercaba la cita con el balón. Para no oír los reproches de mi madre que me insistía que estudiara, me encerré de nuevo en mi cuarto con el pretexto que tenía que estudiar sin ser molestado. Mientras esperaba a mis amigos, me recosté en mi camastro. A mi lado estaba el libro que me había dado el profesor para el examen. Observé que en la contraportada estaba el nombre del autor, un "fulano" de nombre Juan Rulfo. De acuerdo con la breve explicación sobre su biografía, leí que además de escritor, también fue guionista y fotógrafo. Normalmente me daba miedo abrir los libros, pero en esta ocasión no sentía ese temor porque había ya tomado la decisión de no presentarme al examen. La curiosidad me llevó a conocer al menos como estaba hecha una obra de este tipo. Miré la portada y leí el título: "Pedro Páramo". Pensé, que con un título así de horrible, ¿Qué podría esperar uno de su contenido…?
Apenas había leído los dos primeros párrafos cuando ya quería cerrar el libro y tirarlo por la ventana. Pero la tranquilidad que me daba el haber renunciado al examen me daba la ocasión de burlarme de esa estúpida historia. Se trataba de un muchacho que estaba sentado frente a la cama donde su madre estaba agonizando. Imaginando esa escena comencé a reír. ¿Quién podría interesarse en una escena así de triste y aburrida? Seguí leyendo esperando continuar a desternillarme de risa. El muchacho prometía a su madre moribunda que iría a Comala, una pequeña población situada al oeste de México. Tenía que ir allá para investigar algo acerca de su padre, a quien él no había tenido la oportunidad de conocer. Al terminar de leer las primeras páginas, algo cambió dentro de mí. La vida de ese muchacho tenía una similitud con la mía. Yo también era el hijo de una madre soltera que llegó a Ciudad de México embarazada, escapando de la violencia vivida en su lugar de origen.
Reanudé la lectura tomándola más en serio. Me puse en el lugar del personaje principal que se llamaba Juan Preciado. Me reflejé en él. En un momento dado, me desconcentré de la lectura al escuchar unos ruidos extraños en el techo de mi casa. Alguien estaba caminando sobre las tejas. Me di cuenta que eran mis amigos. Me llamaban fervientemente para ir a cumplir con el compromiso deportivo contra los "chicos malos". Ellos querían ayudarme a escapar de mi "prisión literaria", pero me negué a ir con ellos. Renuncié al partido de fútbol. Estaba tan sumergido en el libro que decidí quedarme para seguir leyendo. Mis amigos se fueron un poco tristes, pero yo quería saber más sobre Juan Preciado y sobre todo, quién había sido su padre. El autor de la novela me envolvió en su contenido. Leí con mucha atención cada palabra que describía el escenario, un pueblo completamente abandonado en la miseria. El escritor narraba con tal realismo que me pareció estar allí en persona. A su llegada a Comala, Juan Preciado era recibido por personas que misteriosamente aparecían de la nada y manifestaban conocerlo. Le contaban la historia del poblado y de Pedro Páramo, el mayor latifundista de la región. Ahí se enteró que ese tal Pedro Páramo era su padre, pero que además era padre de muchos otros. Las historias contadas por esa gente que surgían en la oscuridad, describían a su padre como un hombre malo, que había logrado, a través de la corrupción y la violencia, convertirse en amo y señor de Comala, obteniendo poder e impunidad. Curiosamente, la gente que Juan Preciado se encontraba a su paso por la calle minutos más tarde se desvanecía en la penumbra y sólo quedaban sus voces en el aire. Comala era un pueblo fantasma, sólo habitado por espíritus y la vida ahí ya no era posible. Después de haber escuchado esas historias, el muchacho se sintió triste al saber la relación hostil entre la población y el rico terrateniente. Pedro Páramo había decidido dejar morir de hambre a la población entera, aunque la misma ruina del pueblo se convertiría en la misma causa de su muerte.
Página tras página del libro yo la leía con mucha atención. Me imaginaba detalladamente la representación que el autor hacía de ese pueblo pobre, en completo estado de abandono, bajo las leyes de un hombre infame.
Me di cuenta de que sobre mis mejillas rodaban lágrimas. Estaba doblemente emocionado. Primero porque la historia la sentía en mi piel, me sentía identificado con el personaje; y segundo porque me daba cuenta que me estaba gustando leer, me estaba enamorando de la lectura. Cuando terminé de leer ese libro, sentía la necesidad de continuar a leer y me apenaba que la historia hubiera terminado. Esa noche, como no lograba dormir pensando en esa historia, decidí leerla una y otra vez hasta el amanecer.
A la mañana siguiente, sin dudar ni un instante, me presenté al examen extraordinario. Llegué desvelado pero con muchas ganas de discutir la obra que la comisión examinadora me había propuesto. La comitiva de profesores subió a la cátedra, pero no se sentaron pues pensaron que yo no me presentaría. Cuando me vieron entrar al aula, mostraron perplejidad al mismo tiempo que me invitaban a tomar mi lugar. Me senté en una silla contra el muro, era como un paredón… como si fuera un condenado a muerte. Los cinco profesores estaban disfrutando de la oportunidad de eliminarme para siempre de la escuela. Principalmente la profesora Ofelia, presidente de la comisión y mi profesora de literatura. Ella ya no tenía más confianza en mí, quería demostrar a la comisión que yo no merecía la beca.
Los profesores empezaron preguntándome si había entendido algo del libro de "Pedro Páramo". Me preparé para dar mi disertación. Les hice un resumen conciso de la trama de la obra de Juan Rulfo. Empecé contando la historia tal como se aparecía en mi imaginación, describiendo el pueblo de Comala con los mismos detalles que el autor lo había hecho en su obra. Sin darme cuenta estaba yo siendo muy elocuente. Los gestos y los movimientos de mi cuerpo los hacía de manera natural, me sentía emocionado recordando los personajes y ese estado de excitación me daba la facultad de expresarme, en tal modo, que lograba estremecer a mis oyentes.
Antes de terminar mi discurso me di cuenta que la emoción que yo sentía al realizar la reseña del libro me había llenado los ojos de lágrimas. Para terminar, me dispuse a examinar el estilo del autor. Revelé que me había impresionado el realismo con el cual se contaba una historia ambientada más de medio siglo atrás, pero que en nuestro país seguía todavía siendo una realidad de nuestros días. Justifiqué que mi alteración emocional se debía a la maravillosa manera con la cual el autor había combinado problemas reales con la fantasía. Continué mi intervención hablando sobre el estilo crudo de los diálogos, los cuales me habían sensibilizado mucho. Terminé diciendo:
— No puedo describir las sensaciones que esta historia ha producido en mí, solo puedo decirles que la he sentido en mi piel…
Cuando terminé, levante la mirada y descubrí que los maestros sollozaban en silencio. Se habían conmovido por mis palabras. Después de haberse limpiado la nariz, la maestra Ofelia me dijo que la comisión tenía que discutir mi presentación para emitir su fallo y me pidió que esperara el resultado afuera de la sala.
No sólo recibí la más alta calificación, sino que además fui condecorado con una mención honorífica que me permitió obtener la beca para la escuela de gastronomía. Antes de retirarme de la sala me acerqué al profesor Melquiades para agradecerle por la ayuda en la elección de la obra. Mientras caminaba a casa lloré de felicidad, había sido capaz de superar el obstáculo para obtener el diploma, pero también acababa de encontrar una nueva pasión: la lectura.
Ya han pasado muchos años desde aquel evento. Durante todo este tiempo he tenido la oportunidad de viajar por todo mi país, conociéndolo mejor. También he tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo. Gracias a cientos de aventuras vividas en varios países, he tenido la suerte de conocer de cerca tradiciones de otros pueblos que, para ser honestos, ni siquiera sabía de su existencia. He compartido sus costumbres y he comprendido las diferentes maneras de pensar de sus habitantes. En todos estos años, gracias a esos paseos, he podido conocer historias, leyendas, ideas y usanzas de países de todos los continentes. De la misma manera, he podido importar a México nuevos sabores culinarios de todo el mundo. Esas nuevas ideas me han ayudado en la preparación de nuevas salsas para los tacos que vendo como platillos exclusivos en la cadena de restaurantes que he abierto en la ciudad de México. Y todos esos viajes los he realizado sin haberme movido de mi ciudad natal. Haber realizado todos esos recorridos y conocido tantas costumbres del mundo ha sido posible gracias a todos los libros que he leído. No importa que hayan sido novelas de amor o policiacas o que hayan sido documentales que presenten hechos, experimentos u otras informaciones tomadas de la realidad. Lo importante es el gran reconocimiento que tengo para todos esos escritores, que sin ni siquiera conocerlos de persona, me han transmitido sus experiencias y sus ideas. Obras de escritores de la talla de García Márquez, Paolo Coelho, Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia, etc. quedarán para siempre en mi memoria. Pero tengo que destacar una cosa, de todas esas obras que recuerdo con mucho afecto, existe sólo una guardada en lo más profundo de mi corazón: "Pedro Páramo" de Juan Rulfo…
No aguantaba más esos estúpidos libros que tenía que leer. Yo era bueno en matemáticas, física y en todas las demás materias, pero para obtener el certificado de preparatoria y ser admitido en la licenciatura de Gastronomía tenía que superar también esa estúpida materia: Literatura hispanoamericana. Lo peor es que esa asignatura no tenía nada que ver con lo que quería estudiar en futuro y nunca me iba a ser útil. Definitivamente no me interesaba leer. No tenía ni el tiempo ni la disposición para hacerlo. Yo consideraba la lectura una pérdida de tiempo.
Llegué hasta las oficinas de la dirección académica de mi escuela preparatoria solamente para constatar que yo había sido reprobado nuevamente en literatura. Observé con tristeza la lista con los resultados mostrada en el tablero. Mi nombre no estaba entre los que habían superado el examen. Era obvio, sin estudiar sólo podía esperar en un milagro, pero que no sucedió. Me quedaba la última oportunidad: el examen extraordinario, una especie de apelación de última hora que brinda la escuela como última ocasión para evitar la "guillotina". Mientras verificaba que mi nombre no estaba en la lista, el profesor Melquíades salió de la oficina y se acercó a mí diciéndome con una sonrisa:
— ¡Mendoza! Que bueno que te veo, te estaba esperando. Eres un muchacho afortunado…
— ¿Afortunado yo? — Contesté — Por favor, profesor, no se burle de mí. Me reprobaron otra vez. ¿Porqué debería considerarme afortunado?
Sin cambiar de actitud provocadora y siguiendo con su sonrisa sarcástica, me dio un pequeño libro y contestó a mi pregunta:
— Eres afortunado porque logré convencer al presidente de la comisión examinadora de poder asignarte esta novela para que la discutamos en el examen extraordinario de la próxima semana. Sé que te agradará mucho. Es una novela de un gran escritor mexicano. Te esperamos en el examen. ¡Que disfrutes ese libro!
Sin responder a su instigación me fui a casa muy preocupado con el libro en la mano.
— Leer un libro entero en una sola semana es una locura — me decía a mí mismo en voz alta mientras caminaba manteniendo la mirada hacia el suelo.
En casa me encontré de nuevo con la prédica constante de mi madre:
— Hijito, tienes que ganar la beca a toda costa. Tú sabes que somos muy pobres y no hay manera de pagar tus estudios. Ya que sueñas con abrir un restaurante en futuro, tienes que obtener la beca para poder estudiar la licenciatura y aprender cómo iniciar y administrar tu negocio. De otra manera tendrás que venir a trabajar conmigo y te tendrás que olvidar de tu sueño.
Ayudar a mi madre en su trabajo no era fácil. Vender 'tacos' en la calle no era una tarea sencilla. Tenía que levantarme a las 4:30 de la mañana para ir a comprar tomates frescos a la 'Central de Abasto', el mercado al por mayor más grande de la Ciudad de México. Después, tenía que preparar las salsas y la masa para las tortillas y tener todo listo para antes del mediodía. No terminaba aquí, luego tenía que caminar durante horas por todo el centro de la ciudad con una canasta muy pesada sobre mi hombro tratando de vender algunos tacos. Tanto esfuerzo para obtener unos cuantos pesos de ganancia. Sin la beca, no había esperanza de progresar en mi vida. Sin embargo, odiaba tanto la lectura que tomé la decisión de olvidarme de la dichosa beca. Para mí era imposible leer un libro en una semana. Yo prefería vender 'tacos' de puerta en puerta que leer ese horrible “compendio”.
Con el pretexto de estudiar en paz, me encerraba en mi dormitorio bajo llave. Bueno, no era exactamente mi alcoba, era el depósito donde mi mamá almacenaba sus materias primas, pero a un costado de los sacos de harina estaba también mi catre, donde yo dormía. Encerrarme en mi cuarto era una buena estrategia para poder seguir viendo a mis camaradas sin que mi mamá se diera cuenta. A escondidas de ella, me escapaba por la claraboya y utilizando los techos de los vecinos lograba llegar hasta la calle para reunirme con mis amigos. Todas las tardes teníamos una reunión en el bar. Teníamos que preparar una estrategia para el partido de fútbol contra los "chicos malos", los muchachos más temidos del barrio vecino. Después de discutir y de tomar algunas cervezas, me regresaba a casa utilizando la misma ruta. Por fortuna mi madre no se daba cuenta. El gran desafío futbolístico contra los "chicos malos" se había fijado para el siguiente domingo por la tarde, justo un día antes del examen de literatura. Debo admitir que todos esos días tuve un poco de remordimiento. Pero la decisión de no asistir al examen la había tomado con mucha firmeza.
Pasó la semana y en todos esos días ni siquiera abrí ese pequeño libro. Al llegar el domingo me desperté temprano pensando en el reto deportivo que tendríamos en la tarde. Estaba muy nervioso e impaciente pues se acercaba la cita con el balón. Para no oír los reproches de mi madre que me insistía que estudiara, me encerré de nuevo en mi cuarto con el pretexto que tenía que estudiar sin ser molestado. Mientras esperaba a mis amigos, me recosté en mi camastro. A mi lado estaba el libro que me había dado el profesor para el examen. Observé que en la contraportada estaba el nombre del autor, un "fulano" de nombre Juan Rulfo. De acuerdo con la breve explicación sobre su biografía, leí que además de escritor, también fue guionista y fotógrafo. Normalmente me daba miedo abrir los libros, pero en esta ocasión no sentía ese temor porque había ya tomado la decisión de no presentarme al examen. La curiosidad me llevó a conocer al menos como estaba hecha una obra de este tipo. Miré la portada y leí el título: "Pedro Páramo". Pensé, que con un título así de horrible, ¿Qué podría esperar uno de su contenido…?
Apenas había leído los dos primeros párrafos cuando ya quería cerrar el libro y tirarlo por la ventana. Pero la tranquilidad que me daba el haber renunciado al examen me daba la ocasión de burlarme de esa estúpida historia. Se trataba de un muchacho que estaba sentado frente a la cama donde su madre estaba agonizando. Imaginando esa escena comencé a reír. ¿Quién podría interesarse en una escena así de triste y aburrida? Seguí leyendo esperando continuar a desternillarme de risa. El muchacho prometía a su madre moribunda que iría a Comala, una pequeña población situada al oeste de México. Tenía que ir allá para investigar algo acerca de su padre, a quien él no había tenido la oportunidad de conocer. Al terminar de leer las primeras páginas, algo cambió dentro de mí. La vida de ese muchacho tenía una similitud con la mía. Yo también era el hijo de una madre soltera que llegó a Ciudad de México embarazada, escapando de la violencia vivida en su lugar de origen.
Reanudé la lectura tomándola más en serio. Me puse en el lugar del personaje principal que se llamaba Juan Preciado. Me reflejé en él. En un momento dado, me desconcentré de la lectura al escuchar unos ruidos extraños en el techo de mi casa. Alguien estaba caminando sobre las tejas. Me di cuenta que eran mis amigos. Me llamaban fervientemente para ir a cumplir con el compromiso deportivo contra los "chicos malos". Ellos querían ayudarme a escapar de mi "prisión literaria", pero me negué a ir con ellos. Renuncié al partido de fútbol. Estaba tan sumergido en el libro que decidí quedarme para seguir leyendo. Mis amigos se fueron un poco tristes, pero yo quería saber más sobre Juan Preciado y sobre todo, quién había sido su padre. El autor de la novela me envolvió en su contenido. Leí con mucha atención cada palabra que describía el escenario, un pueblo completamente abandonado en la miseria. El escritor narraba con tal realismo que me pareció estar allí en persona. A su llegada a Comala, Juan Preciado era recibido por personas que misteriosamente aparecían de la nada y manifestaban conocerlo. Le contaban la historia del poblado y de Pedro Páramo, el mayor latifundista de la región. Ahí se enteró que ese tal Pedro Páramo era su padre, pero que además era padre de muchos otros. Las historias contadas por esa gente que surgían en la oscuridad, describían a su padre como un hombre malo, que había logrado, a través de la corrupción y la violencia, convertirse en amo y señor de Comala, obteniendo poder e impunidad. Curiosamente, la gente que Juan Preciado se encontraba a su paso por la calle minutos más tarde se desvanecía en la penumbra y sólo quedaban sus voces en el aire. Comala era un pueblo fantasma, sólo habitado por espíritus y la vida ahí ya no era posible. Después de haber escuchado esas historias, el muchacho se sintió triste al saber la relación hostil entre la población y el rico terrateniente. Pedro Páramo había decidido dejar morir de hambre a la población entera, aunque la misma ruina del pueblo se convertiría en la misma causa de su muerte.
Página tras página del libro yo la leía con mucha atención. Me imaginaba detalladamente la representación que el autor hacía de ese pueblo pobre, en completo estado de abandono, bajo las leyes de un hombre infame.
Me di cuenta de que sobre mis mejillas rodaban lágrimas. Estaba doblemente emocionado. Primero porque la historia la sentía en mi piel, me sentía identificado con el personaje; y segundo porque me daba cuenta que me estaba gustando leer, me estaba enamorando de la lectura. Cuando terminé de leer ese libro, sentía la necesidad de continuar a leer y me apenaba que la historia hubiera terminado. Esa noche, como no lograba dormir pensando en esa historia, decidí leerla una y otra vez hasta el amanecer.
A la mañana siguiente, sin dudar ni un instante, me presenté al examen extraordinario. Llegué desvelado pero con muchas ganas de discutir la obra que la comisión examinadora me había propuesto. La comitiva de profesores subió a la cátedra, pero no se sentaron pues pensaron que yo no me presentaría. Cuando me vieron entrar al aula, mostraron perplejidad al mismo tiempo que me invitaban a tomar mi lugar. Me senté en una silla contra el muro, era como un paredón… como si fuera un condenado a muerte. Los cinco profesores estaban disfrutando de la oportunidad de eliminarme para siempre de la escuela. Principalmente la profesora Ofelia, presidente de la comisión y mi profesora de literatura. Ella ya no tenía más confianza en mí, quería demostrar a la comisión que yo no merecía la beca.
Los profesores empezaron preguntándome si había entendido algo del libro de "Pedro Páramo". Me preparé para dar mi disertación. Les hice un resumen conciso de la trama de la obra de Juan Rulfo. Empecé contando la historia tal como se aparecía en mi imaginación, describiendo el pueblo de Comala con los mismos detalles que el autor lo había hecho en su obra. Sin darme cuenta estaba yo siendo muy elocuente. Los gestos y los movimientos de mi cuerpo los hacía de manera natural, me sentía emocionado recordando los personajes y ese estado de excitación me daba la facultad de expresarme, en tal modo, que lograba estremecer a mis oyentes.
Antes de terminar mi discurso me di cuenta que la emoción que yo sentía al realizar la reseña del libro me había llenado los ojos de lágrimas. Para terminar, me dispuse a examinar el estilo del autor. Revelé que me había impresionado el realismo con el cual se contaba una historia ambientada más de medio siglo atrás, pero que en nuestro país seguía todavía siendo una realidad de nuestros días. Justifiqué que mi alteración emocional se debía a la maravillosa manera con la cual el autor había combinado problemas reales con la fantasía. Continué mi intervención hablando sobre el estilo crudo de los diálogos, los cuales me habían sensibilizado mucho. Terminé diciendo:
— No puedo describir las sensaciones que esta historia ha producido en mí, solo puedo decirles que la he sentido en mi piel…
Cuando terminé, levante la mirada y descubrí que los maestros sollozaban en silencio. Se habían conmovido por mis palabras. Después de haberse limpiado la nariz, la maestra Ofelia me dijo que la comisión tenía que discutir mi presentación para emitir su fallo y me pidió que esperara el resultado afuera de la sala.
No sólo recibí la más alta calificación, sino que además fui condecorado con una mención honorífica que me permitió obtener la beca para la escuela de gastronomía. Antes de retirarme de la sala me acerqué al profesor Melquiades para agradecerle por la ayuda en la elección de la obra. Mientras caminaba a casa lloré de felicidad, había sido capaz de superar el obstáculo para obtener el diploma, pero también acababa de encontrar una nueva pasión: la lectura.
Ya han pasado muchos años desde aquel evento. Durante todo este tiempo he tenido la oportunidad de viajar por todo mi país, conociéndolo mejor. También he tenido la oportunidad de viajar por todo el mundo. Gracias a cientos de aventuras vividas en varios países, he tenido la suerte de conocer de cerca tradiciones de otros pueblos que, para ser honestos, ni siquiera sabía de su existencia. He compartido sus costumbres y he comprendido las diferentes maneras de pensar de sus habitantes. En todos estos años, gracias a esos paseos, he podido conocer historias, leyendas, ideas y usanzas de países de todos los continentes. De la misma manera, he podido importar a México nuevos sabores culinarios de todo el mundo. Esas nuevas ideas me han ayudado en la preparación de nuevas salsas para los tacos que vendo como platillos exclusivos en la cadena de restaurantes que he abierto en la ciudad de México. Y todos esos viajes los he realizado sin haberme movido de mi ciudad natal. Haber realizado todos esos recorridos y conocido tantas costumbres del mundo ha sido posible gracias a todos los libros que he leído. No importa que hayan sido novelas de amor o policiacas o que hayan sido documentales que presenten hechos, experimentos u otras informaciones tomadas de la realidad. Lo importante es el gran reconocimiento que tengo para todos esos escritores, que sin ni siquiera conocerlos de persona, me han transmitido sus experiencias y sus ideas. Obras de escritores de la talla de García Márquez, Paolo Coelho, Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia, etc. quedarán para siempre en mi memoria. Pero tengo que destacar una cosa, de todas esas obras que recuerdo con mucho afecto, existe sólo una guardada en lo más profundo de mi corazón: "Pedro Páramo" de Juan Rulfo…