Carlitos, el niño de las orejas grandes
por Emi Mendoza
Carlitos era un niño muy estudioso, le gustaba mucho la escuela. Pero tenía un problema en la clase. Un grupo de tres compañeritos lo molestaban continuamente. Se burlaban de él hasta hacerlo llorar. Los demás compañeros no sólo no hacían nada por evitarlo, sino que también reían cuando los "chicos malos" lo molestaban con pesadas bromas y gritos al oído. Carlitos tenía la característica de tener las orejas demasiado grandes y de que sus oídos eran demasiados sensibles a los ruidos. Esa peculiaridad lo hacía motivo de constantes acosos y burlas por parte de esos muchachitos malos.
El niño de las orejas grandes se sentaba en la fila de atrás del salón de clases, hasta el otro extremo de la entrada. Ese rincón era como un refugio para él, pues se mantenía lejos de las burlas. También estando lejos, evitaba que la maestra le lastimara los tímpanos cuando ella explicaba la lección en voz alta. En esa esquina, Carlitos encontró una amistad imaginaria. Al no tener con quien hablar, se ponía a "conversar" con la columna de cemento que se encontraba justo al ángulo. Carlitos no consideraba esa pilastra como si fuera un sostén del techo, sino como su "mejor amiga", ya que era silenciosa y porque ella era la única que lo dejaba desahogarse de sus tristezas sin protestar.
No obstante tuviera unos tapones en los oídos para disminuir el ruido y poder concentrarse en la clase, el niño de los oídos sensibles alcanzaba a escuchar las burlas de sus compañeritos malos que se sentaban lejos de él. En casa, Carlos se quejaba con sus papás, pero ni ellos podían hacer nada pues ya habían informado a la directora de las molestias reiteradas y que no obstante eran evidentes, la maestra era la única que no se daba cuenta. En las mañanas, Carlitos no quería levantarse para ir a la escuela. No quería ir a sufrir esos acosos que lo hacían sentirse mal. Pero su madre lo convencía haciéndolo pensar en lo bonito que era aprender.
Carlitos era candidato a ser nombrado jefe de grupo, soñaba con serlo. Pensaba que además de sentirse importante, los "chicos malos" le mantendrían respeto. Su mayor desilusión fue que ninguno de los alumnos de su grupo había votado por él. Al contrario, cuando la maestra leyó los resultados, se enteró que el ganador había sido Roberto, el líder de los "chicos malos". Desde ese día las burlas se intensificaron pues tenían el soporte del nuevo jefe de grupo. Con el paso de los días, Carlitos se fue acostumbrando a las bromas hasta que se conformó. Sin protestar, él apoyaba su oreja derecha sobre su mejor consejera, la columna de cemento.
Una mañana, todos los alumnos se encontraban en clase. La maestra explicaba algunos aspectos difíciles de aritmética y necesitaba el silencio absoluto y la atención de los niños. Mientras lo hacía, la profesora fue distraída por Carlos que alzaba la mano para pedir la palabra. La maestra molesta por esa intervención, le pidió que no hablara y que permisos para ir al baño no había en ese momento. Carlitos insistió en su petición de querer decir algo. La maestra lo autorizó sólo con la mirada:
- "Perdone señorita, no quería disturbar, pero creo que hay un problema en el techo. Acabo de oír un ruido al interno de esta columna. Parece que hay pequeños temblores y creo que esa viga se está rompiendo."
La maestra contestó de muy mala manera. -"Ah! ¿Ahora eres experto en sismología? Sólo porque te lo dice tu "amiga" la columna….Por favor, déjame terminar esta lección y después vemos qué cosa es lo que quieres."
La clase continuó por algunos minutos hasta que Carlitos volvió a interrumpir diciendo en voz más alta: "Maestra, creo que deberíamos salir del salón, esta columna siempre ha estado en silencio y esta mañana me está advirtiendo que esa viga está cediendo…"
La educadora respondió agitadamente –"Qué insoportable te has vuelto, desde que perdiste las elecciones de jefe de grupo, nada te está bien. Ahora piensas que hasta la construcción del edificio te hostiga"-.
Enojada como nunca, la maestra se acercó a Carlitos para tratar de sacarlo del salón tirándolo de una de sus grandes orejas. Pero antes quería comprobarle al niño que no había nada donde él decía. Pero cuando la profesora se acercó a esa esquina y vio que había una grieta en el techo cambió de actitud repentinamente y dirigiéndose a todos los niños les pidió que ordenadamente evacuaran el salón de clases.
Cuando los niños estaban por salir del salón, se empezó a oír un enorme estruendo y mucha tierra y piedras empezaron a caer desplomándose completamente el techo sobre todos pupitres. La maestra y todos los niños corrieron y alcanzaron a escapar del derrumbe y se reunieron en el centro del patio como acordado. Poco a poco el ruido de gran intensidad cesó dejando solo una enorme nube de polvo blanco que se expandía por todas partes.
Ya estando al seguro, la maestra pasó la lista rápidamente para comprobar que todos los alumnos estuvieran a salvo mientras los bomberos llegaban. Se dio cuenta que faltaba Carlitos quien no había logrado escapar por encontrarse en la última fila. Mientras las acciones de rescate comenzaban, los niños empezaron a llorar. Los oídos refinados de ese niño "orejón" habían salvado a todos los colegiales, pero desgraciadamente él no se había podido salvar.
Roberto, envuelto en llanto, se acercó a la maestra para confesarle que él y sus camaradas habían maltratado a Carlitos todo el tiempo y que él se arrepentía de haberlo hecho.
Al improviso, mientras todos los niños se abrazaban en lágrimas entorno a la maestra, Roberto entrevió que una estatua de yeso salía de los escombros:
"¡Miren, una estatua de yeso que se mueve!"
La maestra que lloraba inconsolablemente abrazando a los niños se percató de que no se trataba de una estatua de yeso, se trataba de Carlitos que estaba completamente cubierto de cascajo blanco y se cubría con las palmas de las manos los oídos. Carlitos se había quedado inmóvil en su esquina atormentado por el inmenso estruendo del derrumbe, pero salvándose gracias a que la columna, su "mejor amiga", había resistido al derrumbe y lo había protegido.
"¡Es Carlitos! ¡Es Carlitos!" Todos gritaron al unísono acercándose para abrazarlo.
Roberto, en calidad de jefe de grupo, exigió a todos los compañeros que no gritaran para no lastimarle los oídos. En ese momento, los niños los festejaron en silencio abrazándolo sin importar el montón de tierra blanca que tenía encima. Los "chicos malos" se acercaron a Carlitos a pedirle disculpas y todo el grupo, a iniciativa de Roberto, le cedieron el título de jefe de grupo y de héroe por haber realizado la hazaña de salvar a todos los niños. Nadie lo volvió a acosar.
Carlitos terminó sus estudios con las mejores calificaciones y declaró al recibir su diploma como mejor estudiante:
"Deseo estudiar para ingeniero Geólogo, con especialidad en sismología…ya tengo algo de experiencia en esa área…"
El niño de las orejas grandes se sentaba en la fila de atrás del salón de clases, hasta el otro extremo de la entrada. Ese rincón era como un refugio para él, pues se mantenía lejos de las burlas. También estando lejos, evitaba que la maestra le lastimara los tímpanos cuando ella explicaba la lección en voz alta. En esa esquina, Carlitos encontró una amistad imaginaria. Al no tener con quien hablar, se ponía a "conversar" con la columna de cemento que se encontraba justo al ángulo. Carlitos no consideraba esa pilastra como si fuera un sostén del techo, sino como su "mejor amiga", ya que era silenciosa y porque ella era la única que lo dejaba desahogarse de sus tristezas sin protestar.
No obstante tuviera unos tapones en los oídos para disminuir el ruido y poder concentrarse en la clase, el niño de los oídos sensibles alcanzaba a escuchar las burlas de sus compañeritos malos que se sentaban lejos de él. En casa, Carlos se quejaba con sus papás, pero ni ellos podían hacer nada pues ya habían informado a la directora de las molestias reiteradas y que no obstante eran evidentes, la maestra era la única que no se daba cuenta. En las mañanas, Carlitos no quería levantarse para ir a la escuela. No quería ir a sufrir esos acosos que lo hacían sentirse mal. Pero su madre lo convencía haciéndolo pensar en lo bonito que era aprender.
Carlitos era candidato a ser nombrado jefe de grupo, soñaba con serlo. Pensaba que además de sentirse importante, los "chicos malos" le mantendrían respeto. Su mayor desilusión fue que ninguno de los alumnos de su grupo había votado por él. Al contrario, cuando la maestra leyó los resultados, se enteró que el ganador había sido Roberto, el líder de los "chicos malos". Desde ese día las burlas se intensificaron pues tenían el soporte del nuevo jefe de grupo. Con el paso de los días, Carlitos se fue acostumbrando a las bromas hasta que se conformó. Sin protestar, él apoyaba su oreja derecha sobre su mejor consejera, la columna de cemento.
Una mañana, todos los alumnos se encontraban en clase. La maestra explicaba algunos aspectos difíciles de aritmética y necesitaba el silencio absoluto y la atención de los niños. Mientras lo hacía, la profesora fue distraída por Carlos que alzaba la mano para pedir la palabra. La maestra molesta por esa intervención, le pidió que no hablara y que permisos para ir al baño no había en ese momento. Carlitos insistió en su petición de querer decir algo. La maestra lo autorizó sólo con la mirada:
- "Perdone señorita, no quería disturbar, pero creo que hay un problema en el techo. Acabo de oír un ruido al interno de esta columna. Parece que hay pequeños temblores y creo que esa viga se está rompiendo."
La maestra contestó de muy mala manera. -"Ah! ¿Ahora eres experto en sismología? Sólo porque te lo dice tu "amiga" la columna….Por favor, déjame terminar esta lección y después vemos qué cosa es lo que quieres."
La clase continuó por algunos minutos hasta que Carlitos volvió a interrumpir diciendo en voz más alta: "Maestra, creo que deberíamos salir del salón, esta columna siempre ha estado en silencio y esta mañana me está advirtiendo que esa viga está cediendo…"
La educadora respondió agitadamente –"Qué insoportable te has vuelto, desde que perdiste las elecciones de jefe de grupo, nada te está bien. Ahora piensas que hasta la construcción del edificio te hostiga"-.
Enojada como nunca, la maestra se acercó a Carlitos para tratar de sacarlo del salón tirándolo de una de sus grandes orejas. Pero antes quería comprobarle al niño que no había nada donde él decía. Pero cuando la profesora se acercó a esa esquina y vio que había una grieta en el techo cambió de actitud repentinamente y dirigiéndose a todos los niños les pidió que ordenadamente evacuaran el salón de clases.
Cuando los niños estaban por salir del salón, se empezó a oír un enorme estruendo y mucha tierra y piedras empezaron a caer desplomándose completamente el techo sobre todos pupitres. La maestra y todos los niños corrieron y alcanzaron a escapar del derrumbe y se reunieron en el centro del patio como acordado. Poco a poco el ruido de gran intensidad cesó dejando solo una enorme nube de polvo blanco que se expandía por todas partes.
Ya estando al seguro, la maestra pasó la lista rápidamente para comprobar que todos los alumnos estuvieran a salvo mientras los bomberos llegaban. Se dio cuenta que faltaba Carlitos quien no había logrado escapar por encontrarse en la última fila. Mientras las acciones de rescate comenzaban, los niños empezaron a llorar. Los oídos refinados de ese niño "orejón" habían salvado a todos los colegiales, pero desgraciadamente él no se había podido salvar.
Roberto, envuelto en llanto, se acercó a la maestra para confesarle que él y sus camaradas habían maltratado a Carlitos todo el tiempo y que él se arrepentía de haberlo hecho.
Al improviso, mientras todos los niños se abrazaban en lágrimas entorno a la maestra, Roberto entrevió que una estatua de yeso salía de los escombros:
"¡Miren, una estatua de yeso que se mueve!"
La maestra que lloraba inconsolablemente abrazando a los niños se percató de que no se trataba de una estatua de yeso, se trataba de Carlitos que estaba completamente cubierto de cascajo blanco y se cubría con las palmas de las manos los oídos. Carlitos se había quedado inmóvil en su esquina atormentado por el inmenso estruendo del derrumbe, pero salvándose gracias a que la columna, su "mejor amiga", había resistido al derrumbe y lo había protegido.
"¡Es Carlitos! ¡Es Carlitos!" Todos gritaron al unísono acercándose para abrazarlo.
Roberto, en calidad de jefe de grupo, exigió a todos los compañeros que no gritaran para no lastimarle los oídos. En ese momento, los niños los festejaron en silencio abrazándolo sin importar el montón de tierra blanca que tenía encima. Los "chicos malos" se acercaron a Carlitos a pedirle disculpas y todo el grupo, a iniciativa de Roberto, le cedieron el título de jefe de grupo y de héroe por haber realizado la hazaña de salvar a todos los niños. Nadie lo volvió a acosar.
Carlitos terminó sus estudios con las mejores calificaciones y declaró al recibir su diploma como mejor estudiante:
"Deseo estudiar para ingeniero Geólogo, con especialidad en sismología…ya tengo algo de experiencia en esa área…"