Doña Pina, de los Alpes a los Andes
Por Patricia Gutiérrez Pesce
Tomando como inspiración el relato de Edmondo de Amicis: “Marco, de los Apeninos a los Andes”, me gustaría contarles la historia de mi aventurera abuela, Giuseppina y sobre su decisión de emprender la larga travesía intercontinental que comenzó en las faldas de los Alpes italianos para llegar a un paso de la cordillera de los Andes.
Mi abuela Giuseppina Pretti, conocida cariñosamente en su vecindario Limeño como Doña Pina, nació en el verano de 1894 en Sagliano Micca (Biela), un pequeño y pintoresco pueblo situado a los pies de los Alpes Bieleses, en el norte de Italia. Era la más pequeña de una numerosa familia compuesta por 8 hermanos, de los cuales 6 mujeres y 2 varones. No sé cuál fue el motivo, ni qué edad tenía cuando su familia se trasladó a otro pueblito un poco más al sur de donde había nacido, actualmente llamado Andorno Micca. Pero deduzco que mi abuela era muy pequeña, pues todas las historias que nos contaba, a mí y a mis hermanas, eran anécdotas vividas en la casa de Andorno. Recordaba siempre con nostalgia el perfume de las violetas que recogía en los bosques cercanos a su pueblo haciendo manojos para llevarlos a su casa. Además, muchos de sus relatos se ambientaban en la plazoleta, delante a su casa, en donde había un grifo de agua fresca que bajaba de los Alpes. Nos contaba también con picardía que escondía sus zapatos bonitos, aquellos que usaba para ocasiones especiales. Los escondía debajo de las escaleras de su casa que bajaban hasta la puerta que daba a la calle para poder tomarlos sin ser vista cuando quería ir a bailar. Salía a escondidas con Elsa, su mejor amiga, sin que sus padres se enteraran, pues en ese entonces no era bien visto que una muchacha asistiera sola al baile. A propósito de su mejor amiga Elsa, que con frecuencia aparecía en sus historias, mi abuela la quería y la estimaba tanto que, en honor a ella, eligió ese nombre para mi madre.
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El pueblito de Andorno, donde mi abuela creció, se encuentra en una de las regiones más prósperas de la Italia de hoy: el Piamonte. Sin embargo, en aquella época, esa región estaba en una situación crítica por diversos motivos, incluyendo la devastadora primera guerra mundial. La incertidumbre y la pobreza obligaron a un gran número de hombres y mujeres a abandonar a sus familias y emigrar hacia las Américas. Todos con la esperanza de empezar una nueva vida, o la de acumular una buena cantidad de dinero que les permitiera regresar a sus pueblos de origen, cuando se presentaran mejores circunstancias de vida.
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Al ser muy numerosa la familia de mi abuela, todos los integrantes tenían que “poner el hombro” para “llenar la olla” como se dice corrientemente. La infancia de mi abuela fue muy corta, pues comenzó a trabajar a los 12 años. Quién sabe qué trabajo pudiera haber hecho a esa corta edad para ayudar a su familia. Pocos años después empezó a trabajar en una fábrica en Biela, la capital de la provincia, y por varios años se desplazó diariamente en tren desde su pueblito hasta esa ciudad. Los trenes de aquella época eran lentos y se requería mucho tiempo para llegar al destino y todavía tener que regresar en el mismo día. Pero no había otra alternativa, como ella misma decía, ya que durante la primera guerra mundial era necesario que todas las mujeres trabajaran.
Una vez terminado el primer conflicto mundial, el espíritu de optimismo creció para todos. Se le presentó la oportunidad de “tomar un descanso” después de tantos años de duro trabajo. Su hermana Tecla estaba por casarse con un hombre de mucho dinero y programaron su Luna de Miel en Perú. Su futuro cuñado le propuso llevarla de vacaciones junto con ellos. Aprovechando el viaje de bodas, su hermana y su cuñado querían además explorar la posibilidad de abrir una fábrica de sombreros en Lima. En caso de haber tenido éxito como empresarios, se habrían quedado a vivir en la capital peruana. Giuseppina aceptó la propuesta de su futuro cuñado para un viaje que, en principio, duraría sólo algunos meses pues no sabían qué suerte les esperaba con el proyecto de la fábrica de sombreros. Además, mi abuela nunca hubiera podido imaginar lo que le habría de suceder pocos meses después de su llegada: sobre esto les contaré en el próximo relato.
La masiva emigración hacia las Américas fue desproporcionada en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, especialmente hacia Argentina y los Estados Unidos de América antes de la inauguración del canal de Panamá en 1914. El canal de Panamá contribuyó a cambiar el flujo migratorio hacia otros países de Sudamérica y facilitó la comunicación marítima entre Europa y los países sudamericanos situados en el Pacífico, influyendo decididamente en los destinos de los últimos emigrantes de aquel gran éxodo italiano. En el período comprendido entre 1876 y 1915, más de 15 millones de italianos emigraron hacia las Américas, una cifra impresionante que ridiculiza los desembarques de hoy en las costas de Europa e inclusive supera la migración a los Estados Unidos a través de la frontera con México. En este evento, conocido como “La Gran Migración”, participaron mi abuela y muchos de sus paisanos, incluyendo mi abuelo que primero llegó a la Argentina y luego se trasladó al Perú, donde se conocieron.
Cuando mi abuela cumplió 24 años todavía estaba soltera, cosa inusual en las mujeres de esa edad en aquella época. A pesar de haber tenido muchos pretendientes, ella nunca quiso casarse. Mi abuela nos contaba sonriendo que uno de sus tantos pretendientes era muy rico, pero que ella no sentía nada por él que no fuera sólo que una bonita amistad. Además, durante la primera guerra mundial, triste período vivido durante su juventud, en lo que menos se pensaba era en celebraciones y mucho menos en matrimonios. Al terminar la guerra, ella miraba más allá de la frontera italiana; quería conocer América de la cual había escuchado hablar tanto.
Doña Pina se preparó para el viaje: tramitó su pasaporte el 7 de junio de 1919 y la visa para poder viajar al Perú. El 18 de octubre de 1919, Giuseppina, su hermana Tecla y el marido de apellido Gallo (no recuerdo el nombre) abordaron un enorme barco de vapor desde el puerto de Génova. Génova era uno de los cuatro puertos desde donde partían los emigrantes para probar fortuna en las Américas. Mi abuela contaba que el vapor era muy bello y cómodo. A partir de ese momento comenzaba una “buena época” para mi abuela, pero lamentablemente no duraría para siempre.
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Poco sé sobre los particulares del largo viaje, pues no recuerdo haber escuchado a mi abuela hablar mucho sobre ello. Me imagino que la travesía debe haber sido muy dura los primeros días porque el vaivén del barco debe haberles producido náuseas infinitas como para impedir admirar el paisaje o sentirse aburridos. La horrible experiencia de la tragedia del Titanic en 1912 estaba todavía fresca en la memoria de los pasajeros y probablemente difundía el temor de un posible naufragio.
Después de un mes de haber partido desde el puerto de Génova, el largo viaje terminó en el puerto del Callao ubicado en la ciudad de Lima-Perú, cerca al distrito de La Punta, lugar que conozco muy bien y tengo bonitos recuerdos ya que fue la zona de veraneo de mi infancia.
Sobre la vida de esta insólita abuela aventurera en el Perú, les contaré en el próximo relato... |