La moneda perdida
Por Emi Mendoza
Juancito frecuentaba el cuarto año de primaria. Era un niño muy bien educado. Le gustaba mucho la escuela aunque detestaba las horas del recreo pues no tenía con quien jugar. Su único entretenimiento durante la media hora de recreación era disfrutar de una deliciosa torta de jamón que le compraba a doña Graciela, una señora autorizada por la dirección de la escuela para vender alimentos a los niños.
Un día, Juancito se levantó temprano como de costumbre para ir a la escuela. Ya bien peinadito y, llevando puesto su elegante uniforme escolar, se colocó la pesada mochila sobre su espalda. Luego, se acercó a su papá para solicitar la provisión para poder hacer frente a los gastos del día. Juancito recibió la desagradable noticia que esa mañana no podría comprar su acostumbrada torta de jamón. Su papá había tenido problemas para cobrar su salario esa semana y por lo tanto no disponía de dinero para darle. Su padre se concretó a decirle que resistiera sólo ese día sin desayunar, que era ya un niño grande y que podía resistir a esa contingencia. Juancito entendió perfectamente a su padre y prometió soportar el hambre ese día como lo que era, un niño maduro.
Juancito salió de su casa en horario como todos los días. De camino a la escuela pensaba con tristeza que no podría disfrutar su torta de jamón cotidiana. Sin embargo, tenía la vaga ilusión de que algún compañerito le ofrecería un pedazo de la suya. Pero él sabía que al no tener amigos, sería muy difícil que eso sucediera.
Mientras caminaba cabizbajo por la calle, Juanito notó un objeto que brillaba en el suelo a pocos metros de la escuela. Se trataba de una moneda de 20 pesos, justo lo que costaba una torta. La levantó y sonriendo pensó que con ese dinero podría comprar finalmente su bollo. Corrió a mostrarla a sus compañeritos que esperaban a la entrada de la escuela esperando la apertura.
-“¡Miren, me encontré esta moneda!”
Los colegas se asombraron de la buena suerte de Juancito y comenzaron a enlistar una serie de sugerencias de cómo emplearla. Uno le sugería que la utilizara para comprar un juguete, otro le decía que debería invitar un helado a ellos, otro en cambio, que comprara un chocolate en la tienda de la esquina. Sin embargo, Juancito les contestó:
-“Esta moneda no es mía y si no es mía, debe ser de alguien más. Quien la perdió debe estar preocupado. Necesito encontrarlo para devolvérsela. No es justo que mientras yo estoy contento por la monedita, otra persona está sufriendo…”
Al oír eso, los niños estallaron en carcajadas: “¡Ja-Ja! Cómo es posible que pienses eso, quien la perdió, ya sabe que pertenece a quien la encontró”.
Más tarde, durante el recreo, salieron todos a distraerse. Algunos compraban helados, otros papitas fritas y otros más hacían la cola para comprarle tortas a la señora Graciela. Juanito no se formó en esa cola, sino que prefirió caminar por el patio buscando al dueño de la moneda perdida. Recorrió todo el patio encontrando sólo niños felices hasta que notó que un chico estaba sentado triste en un escalón de las escaleras. Era un niño de tercer año a quien Juanito no conocía. Al preguntarle porque estaba triste, el pequeño le contesto que había perdido su moneda de veinte pesos antes de entrar a la escuela y no podía comprar su torta de jamón. Al oír eso, se dio cuenta que ese niño era quien había perdido el dinero.
-“Toma, yo la encontré a pocos metros de la entrada de la escuela”- Le dijo Juanito mientras le devolvía la moneda.
El niño cambió expresión, sus lagrimitas de tristeza se convirtieron en gotitas de felicidad de la emoción. No lo podía creer. Tomó la moneda e invitó a Juanito a ir a comprar su torta cotidiana. Al saber que Juanito no tenía dinero para comprar la suya, el chiquillo partió su torta y con mucha devoción le ofreció la mitad del delicioso bocadillo a Juancito. Los dos regresaron a la escalera y se sentaron en el escalón a comer cada quien la mitad de aquel manjar. Desde ese día, nació una gran amistad entre los dos jovencitos.
Un día, Juancito se levantó temprano como de costumbre para ir a la escuela. Ya bien peinadito y, llevando puesto su elegante uniforme escolar, se colocó la pesada mochila sobre su espalda. Luego, se acercó a su papá para solicitar la provisión para poder hacer frente a los gastos del día. Juancito recibió la desagradable noticia que esa mañana no podría comprar su acostumbrada torta de jamón. Su papá había tenido problemas para cobrar su salario esa semana y por lo tanto no disponía de dinero para darle. Su padre se concretó a decirle que resistiera sólo ese día sin desayunar, que era ya un niño grande y que podía resistir a esa contingencia. Juancito entendió perfectamente a su padre y prometió soportar el hambre ese día como lo que era, un niño maduro.
Juancito salió de su casa en horario como todos los días. De camino a la escuela pensaba con tristeza que no podría disfrutar su torta de jamón cotidiana. Sin embargo, tenía la vaga ilusión de que algún compañerito le ofrecería un pedazo de la suya. Pero él sabía que al no tener amigos, sería muy difícil que eso sucediera.
Mientras caminaba cabizbajo por la calle, Juanito notó un objeto que brillaba en el suelo a pocos metros de la escuela. Se trataba de una moneda de 20 pesos, justo lo que costaba una torta. La levantó y sonriendo pensó que con ese dinero podría comprar finalmente su bollo. Corrió a mostrarla a sus compañeritos que esperaban a la entrada de la escuela esperando la apertura.
-“¡Miren, me encontré esta moneda!”
Los colegas se asombraron de la buena suerte de Juancito y comenzaron a enlistar una serie de sugerencias de cómo emplearla. Uno le sugería que la utilizara para comprar un juguete, otro le decía que debería invitar un helado a ellos, otro en cambio, que comprara un chocolate en la tienda de la esquina. Sin embargo, Juancito les contestó:
-“Esta moneda no es mía y si no es mía, debe ser de alguien más. Quien la perdió debe estar preocupado. Necesito encontrarlo para devolvérsela. No es justo que mientras yo estoy contento por la monedita, otra persona está sufriendo…”
Al oír eso, los niños estallaron en carcajadas: “¡Ja-Ja! Cómo es posible que pienses eso, quien la perdió, ya sabe que pertenece a quien la encontró”.
Más tarde, durante el recreo, salieron todos a distraerse. Algunos compraban helados, otros papitas fritas y otros más hacían la cola para comprarle tortas a la señora Graciela. Juanito no se formó en esa cola, sino que prefirió caminar por el patio buscando al dueño de la moneda perdida. Recorrió todo el patio encontrando sólo niños felices hasta que notó que un chico estaba sentado triste en un escalón de las escaleras. Era un niño de tercer año a quien Juanito no conocía. Al preguntarle porque estaba triste, el pequeño le contesto que había perdido su moneda de veinte pesos antes de entrar a la escuela y no podía comprar su torta de jamón. Al oír eso, se dio cuenta que ese niño era quien había perdido el dinero.
-“Toma, yo la encontré a pocos metros de la entrada de la escuela”- Le dijo Juanito mientras le devolvía la moneda.
El niño cambió expresión, sus lagrimitas de tristeza se convirtieron en gotitas de felicidad de la emoción. No lo podía creer. Tomó la moneda e invitó a Juanito a ir a comprar su torta cotidiana. Al saber que Juanito no tenía dinero para comprar la suya, el chiquillo partió su torta y con mucha devoción le ofreció la mitad del delicioso bocadillo a Juancito. Los dos regresaron a la escalera y se sentaron en el escalón a comer cada quien la mitad de aquel manjar. Desde ese día, nació una gran amistad entre los dos jovencitos.