Calcetines de lana sin par
Por Emi Mendoza
Había una vez un pueblito en la montaña que se llamaba Friolento; su población se caracterizaba por ser gente muy trabajadora. Las tareas diarias eran divididas entre los integrantes de las familias: los hombres trabajaban en el campo y proveían de comida al pueblo, mientras que las mujeres se dedicaban al cuidado de la casa y de los niños. Sin embargo, desde hacía un tiempo, en los hogares del pueblo reinaba la indiferencia, la relación entre hombres y mujeres era gélida; los matrimonios se demostraban poco amor. Cada vez que los varones regresaban de sus faenas en el campo, el recibimiento en sus casas era muy frío por parte de sus consortes y ellos nunca apreciaban el duro trabajo que representaban los quehaceres domésticos que ellas realizaban.
Un día, durante el invierno, los hombres empezaron a notar que los calcetines de lana que usaban para protegerse del frío con frecuencia se perdían. Es decir, cada vez que las mujeres lavaban la ropa en el río, algunos calcetines desaparecían quedándose sin su par. Los hombres culpaban a sus esposas de esas pérdidas por excesiva distracción que atribuían por charlar mucho con sus vecinas. Las amas de casa se defendían negando su culpa, pero no podían explicar ese extraño misterio. A pesar del cuidado que las mujeres ponían para lavar esas prendas y colgarlas en las cuerdas para que se secaran, algunas desaparecían inevitablemente.
|
Los hombres quisieron poner un fin a ese enigma y se quejaron con el presidente municipal del pueblo exigiéndole justicia. Inmediatamente se nombró una comisión de investigación para resolver el misterio de los calcetines de lana extraviados. El alguacil y sus ayudantes de la fuerza pública registraron los cestos de ropa de las mujeres en busca de los calcetines perdidos. Ofendidas por ser sospechadas de robo, todas las amas de casa del pueblo se reunieron en la plaza central del poblado para protestar y decidieron hacer una huelga. Todas gritaban con furia:
– ¡No más ropa lavada hasta que se nos reconozca nuestra inocencia! ¡Nosotras, las Friolentanas, nunca aceptaremos que nos traten así!
En respuesta, los hombres advirtieron que no traerían más comida de los campos hasta que no se resolviera el caso de los calcetines sin par. Sin esas importantes prendas fabricadas con pelo de las ovejas, sus pies se congelarían en el campo. Los caballeros aceptaron el desafío y se pararon al otro extremo de la plaza central frente a las damas. Ellas seguían gritando:
– ¡Si ustedes no traen la comida, nosotros no cocinaremos! ¡Veamos quién aguanta más!
Con excepción de los niños que jugaban al fútbol sin preocupaciones, todos los adultos del pueblo se quedaron con los brazos cruzados, esperando que uno de los dos grandes grupos de ciudadanos cediera. Sin embargo, las horas transcurrían y los adultos seguían en su firme decisión de no hacer nada intentando presionar al grupo contrario. En medio a la algarabía de los niños que se divertían, ambos grupos comenzaron a sentir hambre, pero su orgullo les impedía aceptar la derrota. Los únicos que no sentían hambre eran los niños que se habían quedado sin escuela por la huelga y continuaban a jugar a la pelota despreocupados.
El alguacil del pueblo no sabía qué cosa hacer delante de tan dramática situación. Como miembro masculino del pueblo sostenía a los hombres, pero como persona encargada de hacer cumplir la ley defendía a las mujeres por falta de pruebas, no había ni un testigo ocular que las acusara de ese delito. Mientras el sheriff meditaba como resolver el enigma de los calcetines de lana extraviados, la pelota de los niños llegó a sus pies e, inspirándose a la época de su niñez, el oficial devolvió el esférico a los niños golpeándolo con un fino toque de talón al estilo Maradona, recibiendo la admiración de los pequeños futbolistas. De repente, se preguntó por qué esa pelota era muy blandita y mientras averiguaba el motivo, descubrió que esa pelota estaba hecha de lana… Finalmente se había resuelto el caso de los calcetines perdidos, los niños habían robado los calcetines, utilizado la lana de esas prendas para fabricar su balón de futbol.
Cuando los chiquillos se dieron cuenta que el pleito que los adultos tenían lo habían generado ellos, temieron ser castigados. Resignados a recibir el escarmiento meritado, los infantes se acercaron a pedir perdón a sus padres que se encontraban de brazos cruzados a un extremo de la plaza. Los hombres aceptaron las disculpas de sus hijos y luego, tomándolos de las manos, cruzaron la plaza con ellos para encontrarse con sus respectivas mujeres. Cabizbajos y mostrando humildad, los caballeros del pueblo se dirigieron a sus esposas pidiéndoles disculpas por haber dudado de ellas. Las damas los perdonaron correspondiéndoles con un abrazo y un beso. Todas las familias del pueblo se abrazaron como nunca antes lo habían hecho. Ese insólito acontecimiento llevó a que las familias dejaran de ser indiferentes aumentando el amor y apreciando las actividades de cada uno de los integrantes del pueblo. El presidente municipal de Friolento organizó una gran fiesta para anunciar que cambiarían el nombre al pueblo al que lo llamarían de ahora en adelante Pueblo Caluroso, debido al afecto que abundaba en los hogares. El presidente donó balones verdaderos a todos los niños del pueblo.
– ¡No más ropa lavada hasta que se nos reconozca nuestra inocencia! ¡Nosotras, las Friolentanas, nunca aceptaremos que nos traten así!
En respuesta, los hombres advirtieron que no traerían más comida de los campos hasta que no se resolviera el caso de los calcetines sin par. Sin esas importantes prendas fabricadas con pelo de las ovejas, sus pies se congelarían en el campo. Los caballeros aceptaron el desafío y se pararon al otro extremo de la plaza central frente a las damas. Ellas seguían gritando:
– ¡Si ustedes no traen la comida, nosotros no cocinaremos! ¡Veamos quién aguanta más!
Con excepción de los niños que jugaban al fútbol sin preocupaciones, todos los adultos del pueblo se quedaron con los brazos cruzados, esperando que uno de los dos grandes grupos de ciudadanos cediera. Sin embargo, las horas transcurrían y los adultos seguían en su firme decisión de no hacer nada intentando presionar al grupo contrario. En medio a la algarabía de los niños que se divertían, ambos grupos comenzaron a sentir hambre, pero su orgullo les impedía aceptar la derrota. Los únicos que no sentían hambre eran los niños que se habían quedado sin escuela por la huelga y continuaban a jugar a la pelota despreocupados.
El alguacil del pueblo no sabía qué cosa hacer delante de tan dramática situación. Como miembro masculino del pueblo sostenía a los hombres, pero como persona encargada de hacer cumplir la ley defendía a las mujeres por falta de pruebas, no había ni un testigo ocular que las acusara de ese delito. Mientras el sheriff meditaba como resolver el enigma de los calcetines de lana extraviados, la pelota de los niños llegó a sus pies e, inspirándose a la época de su niñez, el oficial devolvió el esférico a los niños golpeándolo con un fino toque de talón al estilo Maradona, recibiendo la admiración de los pequeños futbolistas. De repente, se preguntó por qué esa pelota era muy blandita y mientras averiguaba el motivo, descubrió que esa pelota estaba hecha de lana… Finalmente se había resuelto el caso de los calcetines perdidos, los niños habían robado los calcetines, utilizado la lana de esas prendas para fabricar su balón de futbol.
Cuando los chiquillos se dieron cuenta que el pleito que los adultos tenían lo habían generado ellos, temieron ser castigados. Resignados a recibir el escarmiento meritado, los infantes se acercaron a pedir perdón a sus padres que se encontraban de brazos cruzados a un extremo de la plaza. Los hombres aceptaron las disculpas de sus hijos y luego, tomándolos de las manos, cruzaron la plaza con ellos para encontrarse con sus respectivas mujeres. Cabizbajos y mostrando humildad, los caballeros del pueblo se dirigieron a sus esposas pidiéndoles disculpas por haber dudado de ellas. Las damas los perdonaron correspondiéndoles con un abrazo y un beso. Todas las familias del pueblo se abrazaron como nunca antes lo habían hecho. Ese insólito acontecimiento llevó a que las familias dejaran de ser indiferentes aumentando el amor y apreciando las actividades de cada uno de los integrantes del pueblo. El presidente municipal de Friolento organizó una gran fiesta para anunciar que cambiarían el nombre al pueblo al que lo llamarían de ahora en adelante Pueblo Caluroso, debido al afecto que abundaba en los hogares. El presidente donó balones verdaderos a todos los niños del pueblo.
Regala un ME GUSTA al autor
|
|
|