Fidocan, el perro cantor
Por Emi Mendoza
Deseaba yo tanto tener un perrito en casa, pero mi papá no quería comprarme uno. Mi papá tenía razón, nuestro apartamento era tan chico que no había suficiente espacio. Vivíamos en un tercer piso y no teníamos jardín para que el perrito pudiera correr y explayarse. Pero yo no entendía esas cosas, yo deseaba tanto tener un perrito que de tanto insistir convencí a mis padres. Cuando cumplí ocho años recibí como regalo un precioso cachorrito que me hizo ser muy feliz. Le puse por nombre Fidocan y se convirtió en mi gran compañero de juegos. Como acordado con mis padres, yo ayudaba a cuidarlo sacándolo a pasear, dándole de comer y limpiando de vez en cuando su cucha.
En tan solo tres meses mi nuevo cachorrito se convirtió en ‘cachorrote’, creció mucho. Fidocan estaba siempre inquieto queriendo jugar a todas horas hasta cuando yo necesitaba hacer las tareas de la escuela. Por suerte, mientras yo estudiaba y hacía los deberes de la escuela, mi perro se entretenía bailando al son de la canción ‘O sole Mio’ que don Filemón, el vecino del piso de abajo, escuchaba quien sabe cuántas veces al día, todos los días del año. |
Cuando escuchaba esa canción, mi perro movía la cola y llevaba el ritmo con el cuerpo. Cuando terminaba la tarea, salíamos a jugar al parque. ¡Cuánto nos divertíamos!
Un día, Fidocan y yo no pudimos salir a jugar a la calle porque llovía mucho. Mientras estábamos jugando con la pelota en mi dormitorio, escuchamos unos golpes en el piso de mi cuarto. Esos golpes enérgicos eran del ‘viejito rabietas’, como yo llamaba al vecino del piso de abajo. Era una manera del anciano vecino para reclamar tranquilidad durante su reposo postmeridiano. El perro era tan inteligente que se había dado cuenta que el vecino de abajo solicitaba airadamente que dejáramos de jugar a la pelota. Eso no era justo, pues el vecino siempre escuchaba la canción de ‘O Sole Mio’ a todo volumen y nadie le decía nada y lo peor es que la repetía muchas veces al día. Yo no podía jugar futbol en mi cuarto, pero él si podía escuchar cientos de veces su canción preferida. En ese momento noté que Fidocan cambió actitud y empezó a ladrar contra el vecino de abajo a través del piso. El perro sentía la necesidad de defenderme y a partir de ahí empezó a ladrarle al vecino cada vez que pasábamos delante a su puerta cuando bajábamos a la calle.
Durante las vacaciones de verano de ese año, me dediqué a jugar más con mi perrito pues no había clases. Recuerdo que un día hacía mucho calor y el ‘viejito rabietas’ tenía la puerta abierta de su apartamento para permitir airear su casa con aire fresco. El perro arreció los ladridos cuando subíamos la escalera y vio la puerta abierta. Una vez que estábamos adentro de mi casa le quité la correa, pero no me di cuenta que la puerta había quedado entreabierta. Fidocan, apenas se vio liberado, escapó de la casa y se fue a meter a la casa del ‘viejito rabietas’. Entró en su baño y destruyó a mordidas la cortina de la ducha, mordisqueó zapatos, calcetines y todo lo que encontró a su paso. Yo alcancé a escuchar que el vecino gritaba malas palabras y correteaba a mi perro con su bastón para echarlo de la casa. Yo bajé de inmediato y pude atar a mi perro poniéndolo a salvo de aquel ogro que lo correteaba por todo aquel apartamento. ¡Oh no…! ¡Los daños ocasionados por mi perro en esa casa fueron cuantiosos!
Mi papá estaba muy enfadado conmigo por lo que mi perro había ocasionado. No había sido culpa de Fidocan, sino mía, pero fuimos castigados los dos. Mi papá tuvo que reunirse con el vecino para hacer cuentas y reparar todos los daños ocasionados. Mi papá tuvo que pagar una cortina nueva de baño, zapatos y sandalias nuevas, etc. Pero lo que verdaderamente le costó fue la compra del nuevo celular ZanZung que había quedado completamente destruido por los dientes de mi ‘fiera’. Cuando mi padre averiguó el precio del aparato telefónico resultó ser costosísimo, pues era uno de los modelos más sofisticados que existían en el mercado. Mi padre se enfadó doblemente. Esta vez hizo ‘rabieta’ contra el ‘viejito rabietas’, pues se preguntaba porqué un anciano de ochenta años debiera tener un celular de última generación, siendo que para comunicarse con sus hijos bastaba un modelo más modesto. Mi papá trató de ahorrar dinero comprándole una imitación del teléfono destruido, pero el vecino al darse cuenta exigió que se le reintegrara el mismo modelo que tenía. Finalmente, mi padre pudo restituir el teléfono portátil y la paz regresó al condominio
Al día siguiente de ese hecho bochornoso, mi perro y yo quedamos encerrados en mi dormitorio castigados y sin poder hacer bullicio. Tuvimos que inventar juegos con objetos que no hicieran ruido. Yo me acosté en la cama a dormir la siesta sofocado por el calor y Fidocan se acuchó junto a mí para hacer lo mismo. Mientras dormía, yo tenía una pesadilla. Deliraba con la imagen del ‘viejito rabietas’ mientras escuchaba su canción preferida ‘O Sole Mio’, cantada por Pavarotti. Al despertarme, me di cuenta que no era el tocadiscos del vecino quien emitía esa canción; era Fidocan que cantaba tratándome de arrullar. Me levanté de inmediato y tallé mis ojos y traté de destapar mis oídos para ver si lo que estaba presenciando era verdad o sólo era en mis sueños… pero no estaba soñando: ¡Mi perro en verdad estaba cantando!
Si lo contara a alguien, nadie lo creería. Llamé rápidamente a mi papá y a mi mamá. Ellos constatarían de que no estaba imaginándolo, que no era un sueño. Mi perro trataba de arrullarme cantando como Pavarotti. Mi padre, incrédulo y todavía enojado, entró a mi cuarto para ver que estaba yo conspirando para ser perdonado. Pero se sorprendió al ver que Fidocan cantaba con la voz de Pavarotti. El perrito quedó echado en mi cama mientras mi papá llamaba por teléfono a Televizca, la emisora televisiva más importante del país. Escuché cuando mi papá llamaba por teléfono al Canal Uno para inscribir a Fidocan en el concurso “El Perro que Canta” donde participan perros increíbles y que gracias a los votos de los televidentes se premia el talento perruno de las mascotas. Al principio los organizadores del programa no se mostraron muy interesados. Ellos creyeron que se trataba de un aullido que normalmente los perros expresan acompañando una melodía. Pero cuando ellos se dieron cuenta que no se trataba de aullidos, sino de un canto realizado mediante ladridos con tono de voz de cantante, la emisora de televisión envió a un encargado a verificar la autenticidad de lo expuesto. En menos de una hora, el encargado del Canal Uno llegaba a mi casa con un camarógrafo. Faltaban pocos minutos para que el programa “El Perro que Canta” saliera al aire en todo el país. El encargado del programa constató que no se trataba de una broma, se sorprendió al ver y escuchar como Fidocan entonaba una y otra vez la canción de ‘O Sole Mio’ en la voz del tenor italiano. El hombre se comunicó con la producción del programa diciendo que valía la pena presentarlo en el programa de las 8 de la noche. Mi padre y yo nos pusimos muy contentos de que nuestro perro saliera en un programa de televisión a nivel nacional demostrando el talento que improvisamente había adquirido.
Rápidamente lo subimos a la camioneta de la empresa Televizca y los llevamos a los estudios televisivos. En el trayecto primero Fidocan se puso nervioso, pero mi presencia en la camioneta lo tranquilizó poco a poco. El programa ya había empezado y habían anunciado a Fidocan como un inscrito de último minuto y que sería la gran sorpresa del concurso. Entrando a los estudios nos dirigimos directamente al escenario caminando junto con mi papá y llevando a Fidocan con su correa. Nos invitaron a salir al escenario y nos encontramos enfrente de las luces sofocantes y las cámaras de televisión. El presentador nos hizo algunas preguntas para dar un poco de suspenso y después de los anuncios publicitarios invitaron a Fidocan a cantar ‘O Sole Mio’ imitando la voz de Luciano Pavarotti. Sin embargo, Fidocan solo se echó a un lado de mí y no quiso cantar. Se lo pedí una y otra vez, de mil maneras, pero no hubo caso. Traté de cantar la canción para que se acordara y la empezara a entonar. Pero no lo hizo. Hicimos el ridículo delante de varios millones de telespectadores que se llevaron una desilusión. Fidocan se puso triste al verme triste y los dos salimos cabizbajos de aquella terrible escena. Más tarde llegamos a casa desalentados y lo llevé a mi dormitorio. Los dos nos echamos en la cama. Los dos estábamos tristes. Él ya no cantaba y yo estaba abatido por el ridículo que habíamos pasado. Fidocan no quiso dormir en su cucha, parecía no sentirse bien y se durmió acurrucado a mi lado.
Al día siguiente, como a las 7 de la mañana me desperté al escuchar el canto de Pavarotti. Sabía que no podía ser Fidocan, pero cada vez que el perro abría la boca para ladrar emitía nuevamente la canción de Pavarotti. Era un sonido armónico que salía desde la garganta de mi mascota. No hice caso, no quería seguir creyendo en algo que no existía. Así que me levanté. Quise sacar al perro a dar un paseo, pero el animal quedó triste sobre la cama. No quería comer y no se quería mover. Sólo mostraba intenciones de continuar a cantar, pero lo hacía elocuentemente, quiero decir que hacía ademanes con las patas como si estuviera recitando con la música. Mi mamá escuchó el ruido y entró a mi dormitorio. Ella se asombró nuevamente al ver que el perro estaba cantando otra vez. A mí, en cambio, no me importaba. Mi mamá llamó a mi papá y entre los dos dijeron que el perro estaba triste y lo de cantar significaba que estaba mal. Así que llamamos al veterinario para que revisara a mi perro cantor. Independientemente de su canto, el doctor no mostró asombro, simplemente decía que algo no estaba bien, que algo le estaba provocando dolor. Lo auscultó hasta que encontró que en uno de sus molares tenía incrustado un pequeño artefacto. Con mucho cuidado y con mucha cautela para evitar las mordidas del animal, el galeno logró extraer la pieza que le estaba dando fastidio. En ese momento descubrimos que el pequeño dispositivo, era el emisor de la música que escuchábamos cada vez que Fidocan abría su boca.
Fidocan empezó nuevamente a ladrar y se recuperó inmediatamente, mientras que mi padre identificó ese objeto electrónico extraño como el chip micro trasmisor del teléfono celular que Fidocan había destruido en la casa del vecino. En su dentadura se quedó incrustado un circuito integrado de última generación. Es decir, un emisor-receptor de datos del tamaño de una lenteja que tenía incorporado un sincronizador de datos y un micro altoparlante que mediante la tecnología bluetooth retransmitía la música que el ‘viejito rabietas’ escuchaba utilizando su teléfono portátil ZanZung. El móvil se enlazaba mediante la frecuencia del chip y retransmitía la música que el vecino escuchaba en ese momento. Y nosotros pensábamos que mi mascota era un talentoso perro cantor. ¡Ja-Ja! Al alejarnos del vecino, el enlace bluetooth por radiofrecuencia se perdía. Es por eso que Fidocan no pudo cantar por televisión, porque estaba muy lejos de la persona que escuchaba una y otra vez ‘O Sole Mio…’ ¡Ja-Ja!
Cuando todo estaba aclarado y nos disponíamos a jugar, el timbre de la casa sonó con insistencia. En la puerta estaba el ‘viejito rabietas’ que quería hablar con mi papá otra vez. ¡Oh no! ¿Y ahora qué hicimos? Esta vez el vecino del piso de abajo venía en son de paz. Me había traído una pelota de regalo y un hueso de hule para que jugara mi perro. Yo no entendía lo que pasaba. El ‘viejito rabietas’ se mostraba conmovido. Nos dijo que él había visto el programa de la noche anterior donde Fidocan había intentado cantar ‘O Sole Mio’. Con lágrimas en los ojos nos confesó que de joven él quiso ser cantante de ópera y estudió mucho para cumplir su sueño. Pero una enfermedad en la garganta le impidió proseguir con su carrera como cantante. Cuando vio que mi perro podía cantar su canción preferida se emocionó tanto que sintió mucha tristeza cuando Fidocan no lo logró. Nos hizo una propuesta. Nos dijo que nos transmitiría su experiencia como intérprete-tenor. Nos diría como podríamos enseñarle a cantar verdaderamente a Fidocan mediante aullidos, aprovechando el talento del movimiento de la boca y de las patas que la mascota tenía. Nos invitó a utilizar su teléfono portátil y así hicimos. Utilizando una aplicación de karaoke en su celular ensayamos varias veces hasta que mi perro se aprendió bien la canción aullando a ritmo de la música. Todos los perros pueden hacerlo, pero Fidocan era único, pues aullaba con un registro de voz situado entre la del contratenor y la del barítono… ¡Increíble! En el índice acústico internacional, su amplitud vocal iba desde el do3 hasta el do5 de pecho. Era como si Pavarotti estuviera aullando… ¡Simplemente asombroso!
Inscribimos a Fidocan al concurso televisivo nuevamente y nos volvieron invitar. El animador lo presentó como el ‘Pavarotti Canino’. Esta vez no nos creían que en verdad cantaba. El gran espectáculo fue presenciado por millones de espectadores. Todos olvidaron el ridículo que habíamos hecho y nos llenaron de aplausos. El ‘viejito rabietas’ lloraba de la emoción, su canción preferida estaba siendo cantada y bailada por mi mascota. Mi perro cantor fue el ganador del concurso.
Tengo que reconocer una cosa. Fue gracias al ‘viejito rabietas’, perdón, quise decir a don Filemón… que mi perro consiguió el éxito canoro. Gracias por su apoyo. Desde entonces, don Filemón se convirtió en nuestro gran amigo.
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