La Pollera Colorá
por Emi Mendoza
Me llamo María Colorada. Trabajé por más de diez años en el mercado municipal vendiendo pollo y otras aves comestibles. Siempre fui una soñadora del amor. No soy de esas mujeres muy pretendidas por lo hombres. En mi vida sólo un hombre se atrevió a proponerme matrimonio hace tiempo, pero no era lo que yo soñaba. Me arrepentí de no haberlo aceptado, pero tengo que ser sincera, no era lo que yo esperaba. Era muy romántico y mostraba afecto por mí, pero era un simple repartidor de pollos que ganaba únicamente para comer. No en vano lo apodaban el ‘Guajolote’, por su cresta caída y su incapacidad de volar. No se veía tan mal a pesar de que le faltaban los dientes de enfrente… Lamenté mucho la forma en que rechacé su propuesta: lo miré de arriba para abajo con desprecio y le dije que cuando dejara de ser un pobre diablo, hablaríamos. Desde entonces dejó de surtirme el pollo y no lo volví a ver. Pero ese remordimiento no me reprimió las ganas de seguir soñando en que un día llegaría un príncipe azul a proponerme matrimonio.
Sin embargo, en lugar de llegar un potencial marido, llegó una mujer que se convirtió en mi pesadilla. Una nueva pollera instaló su negocio exactamente enfrente de mi local. La propietaria de la nueva pollería era una mujerzuela, toda emperifollada, que causaba revuelo entre todos los hombres del mercado. De nada sirvieron mis protestas contra esa intromisión. Según el administrador del mercado, se trataba de libre competencia que nos incentivaría a ser más eficientes y mejorar constantemente la calidad de nuestros productos.
La ‘Gallina’, como denominé a la nueva dueña, sostenía que juntas atraeríamos nuevos clientes. Pero el resultado fue que ninguna de las dos lográbamos sacar ni siquiera para la renta del local, pues la poca clientela se había dividido en dos. Por si fuera poco, la muy descarada no perdía oportunidad para hablar mal de mí y robarme a los clientes con su minifalda. Con frecuencia, la chismosa y yo empezábamos tirándonos de las greñas y terminábamos peleando, revolcándonos en el suelo. El administrador del mercado nos amenazó con quitarnos los locales. Con el paso del tiempo me acostumbré a su presencia y nos olvidamos de pelear, pero quedamos siempre ‘fieles’ enemigas.
Un día, yo estaba atendiendo a una cliente cuando noté que un hombre vestido muy elegantemente se acercó a las pollerías. Confieso que lancé al aire un suspiro de deseo por ese intrigante individuo. Pensé que lo había visto en la televisión, pues su rostro se me hacía familiar. Se paró un momento mostrando indecisión en cuál de los dos negocios comprar. Finalmente se decidió por el mío y se formó atrás de la señora que yo atendía. Se me hizo raro, pues casi no hay hombres distinguidos que se acerquen a comprar pollo. Normalmente mi clientela está formada por amas de casa. Al llegar su turno, el misterioso caballero se quitó el sombrero y me dijo algo que no pude escuchar bien pues lo hizo en voz muy baja. Al pedirle que repitiera, se acercó más y repitió más fuerte, pero tratando que nadie más lo escuchara:
– Mi nombre es Lucas Castillo, soy propietario de la nueva Plaza de Abastos y estoy aquí para pedirle matrimonio.
Esta vez había oído bien, pero no entendía qué tenía que ver mi carne de pollo con el matrimonio con un empresario. Cuando hice el gesto de que otra vez no había entendido, el caballero repitió siendo más explícito al tiempo que me procuraba su tarjeta de presentación:
– ¡Deseo casarme con usted!
De manera espontánea respondí en mal modo a esa petición. Mi reacción de enfado fue natural. Era una broma de muy mal gusto. Sin importarme la gente, arrebaté de la mano la tarjetita con sus datos personales, la partí en dos y se la lancé en la cara rechazando esa propuesta indecente. El gentilhombre se retiró a toda prisa. ¿Cómo se atrevía a burlarse así de mí?
Esta vez había oído bien, pero no entendía qué tenía que ver mi carne de pollo con el matrimonio con un empresario. Cuando hice el gesto de que otra vez no había entendido, el caballero repitió siendo más explícito al tiempo que me procuraba su tarjeta de presentación:
– ¡Deseo casarme con usted!
De manera espontánea respondí en mal modo a esa petición. Mi reacción de enfado fue natural. Era una broma de muy mal gusto. Sin importarme la gente, arrebaté de la mano la tarjetita con sus datos personales, la partí en dos y se la lancé en la cara rechazando esa propuesta indecente. El gentilhombre se retiró a toda prisa. ¿Cómo se atrevía a burlarse así de mí?
Al día siguiente, el misterioso hombre regresó a seguir sondeando el amor de las vendedoras. El dueño del recién estrenado centro comercial caminaba otra vez cargando su portafolio con un porte de majestuosa elegancia entre la gente que cargaba bolsas de tomates y cebollas. Se acercó a las pollerías, pero esta vez se formó en la cola para comprar en el negocio de enfrente. Cuando llegó su turno, observé que le ofrecía su tarjeta de presentación a la ‘Gallina’, mientras le decía algo en secreto. La reacción de ella fue opuesta a la mía. La dueña de la pollería competidora visiblemente aceptó la propuesta de matrimonio pues salió para presentarse mostrando entusiasmo y hasta le dio un beso. Se quedaron hablando por unos minutos. Lamentaba no poder escuchar la conversación, pero parecía que estaban discutiendo los pormenores de su casamiento. Al quedar su negocio sin atender, las clientes se dirigían hacía el mío para comprar la carne. Pero yo tampoco las podía atender, pues estaba muy concentrada en lo que estaba ocurriendo enfrente. Lamentaba no haber aceptado la propuesta del día anterior. Tengo que reconocer que hice honor a mi nombre, pues me puse ‘colorada’ de la envidia. ¿Cómo se me fue a escapar ese ‘príncipe azul’? Luego, el empresario hizo una llamada y de inmediato llegaron dos cargadores que se llevaron todo el pollo de la ‘emplumada’. No se leer los labios, pero me pareció haber entendido esa acción. Le estaba comprando toda la mercancía del día para que quedara libre y poder irse a probar el vestido de novia… El ‘ave gallinácea’ empezó a cerrar su negocio para retirarse lanzándome una mirada provocadora. Él le seguía hablando de algo bonito porque ella continuaba a sonreír. Noté que llevaban prisa. Era de suma importancia ir a elegir el vestido de novia.
– ¡Ah, pero eso yo no te lo voy a permitir, maldita ‘Gallina’! – me puse a gritar como loca – ¡No te vas a salir con la tuya! ¡No sólo me quitas la clientela instalando tu negocio frente al mío, sino que ahora me robas el marido!
Cuando pasó frente a mí salí rápidamente de mi negocio con un pollo en la mano para agredirla. Pero ella sabía que yo iba a reaccionar con violencia porque ya me estaba esperando. Me tomó desprevenida de las greñas y las dos rodamos por el suelo sujetándonos mutuamente con fuerza de los mechones de nuestros cabellos. Estábamos rompiendo nuestra frágil tregua. Empezamos una riña sin precedentes en el mercado. Mientras luchábamos cuerpo a cuerpo, el empresario intervino tratándonos de separar, pero en la trifulca su portafolio se rompió diseminando por todas partes los papeles importantes de su empresa. Ambas paramos de pelear cuando notamos algo extraño en los documentos. Nos llamó la atención el observar muchos corazoncitos dibujados en las hojas desparramadas. No había documentos importantes de su empresa dentro el maletín de don Lucas Castillo, sino muchas hojas con poemas escritos, todos dedicados a mí…
Sonrojado, el misterioso empresario no le quedó otra que declararme su amor delante de una multitud de curiosos. Su tímida sonrisa dejaba entrever la falta de los dientes frontales. Esos espacios vacíos en su boca confirmaban que mi viejo amor había regresado transformado en un pujante hombre de negocios:
– ¡‘Guajolote’! ¿Eres tú?
Sacó de una cajita refinada un anillo de compromiso e hincándose en una rodilla, me propuso nuevamente matrimonio delante todos:
– Querida Colorá, la amo de esta manera porque no conozco otra forma de amar; por eso quiero pedirle que se case conmigo.
Pensé en el mal trato que le había dado en pasado y, mientras me arreglaba el pelo y me ponía saliva en las rodillas, le pregunté con cierto remordimiento:
– ¿Todavía me amas a pesar de que yo te haya humillado?
– Siempre la amaré, Colorá. Usted tenía razón. Fue gracias a esa humillación que abrí los ojos. Fueron esas lágrimas que derramé las que me ayudaron a entender que yo podía superarme y dejar de ser un ‘don nadie’. Me di cuenta que tenía la capacidad de mejorar para poder conquistar su amor… Trabajé día y noche. Luché muchísimo tratando de escalar posiciones sin descanso. Fui reinvirtiendo mis ganancias hasta que logré construir la Plaza de Abasto, el mercado más grande de la ciudad donde decenas de comerciantes suministran a los compradores todo tipo de productos alimentarios, incluyendo los pollos. Hoy, soy un próspero empresario y dejé de ser el pobre diablo que era. Por eso le vine a pedir que se case conmigo.
– ¡‘Guajolote’! ¿Eres tú?
Sacó de una cajita refinada un anillo de compromiso e hincándose en una rodilla, me propuso nuevamente matrimonio delante todos:
– Querida Colorá, la amo de esta manera porque no conozco otra forma de amar; por eso quiero pedirle que se case conmigo.
Pensé en el mal trato que le había dado en pasado y, mientras me arreglaba el pelo y me ponía saliva en las rodillas, le pregunté con cierto remordimiento:
– ¿Todavía me amas a pesar de que yo te haya humillado?
– Siempre la amaré, Colorá. Usted tenía razón. Fue gracias a esa humillación que abrí los ojos. Fueron esas lágrimas que derramé las que me ayudaron a entender que yo podía superarme y dejar de ser un ‘don nadie’. Me di cuenta que tenía la capacidad de mejorar para poder conquistar su amor… Trabajé día y noche. Luché muchísimo tratando de escalar posiciones sin descanso. Fui reinvirtiendo mis ganancias hasta que logré construir la Plaza de Abasto, el mercado más grande de la ciudad donde decenas de comerciantes suministran a los compradores todo tipo de productos alimentarios, incluyendo los pollos. Hoy, soy un próspero empresario y dejé de ser el pobre diablo que era. Por eso le vine a pedir que se case conmigo.
Mientras la muchedumbre aplaudía conmovida por el espectáculo, yo mostré mucho enojo cuando recordé la propuesta de matrimonio que le había hecho también a la ‘Gallina’. Me puse otra vez colorada de celos:
– ¿Y esa otra? ¿Porqué le propusiste matrimonio también a ella? No me digas que también le trajiste un anillo y le escribes poemas…
El ex pobre diablo me explicó que no le había pedido matrimonio. Tanto a ella como a otros comerciantes del mercado, les había propuesto vender su mercancía en sus locales elegantes para que tuvieran doble ganancia. Su floreciente negocio tenía tantos clientes que necesitaba cubrir esa demanda y al mismo tiempo ayudaba a los demás.
– ¿Y a mí? ¿Por qué no me propusiste vender mi pollo ahí?
– Ay, mi Colorá… a usted le propongo ser mi esposa y además la gerente del centro comercial, usted será la patrona, oiga usted… no faltaba más…
– ¿Y esa otra? ¿Porqué le propusiste matrimonio también a ella? No me digas que también le trajiste un anillo y le escribes poemas…
El ex pobre diablo me explicó que no le había pedido matrimonio. Tanto a ella como a otros comerciantes del mercado, les había propuesto vender su mercancía en sus locales elegantes para que tuvieran doble ganancia. Su floreciente negocio tenía tantos clientes que necesitaba cubrir esa demanda y al mismo tiempo ayudaba a los demás.
– ¿Y a mí? ¿Por qué no me propusiste vender mi pollo ahí?
– Ay, mi Colorá… a usted le propongo ser mi esposa y además la gerente del centro comercial, usted será la patrona, oiga usted… no faltaba más…