Una foto postal en sepia
Por Patricia Gutiérrez Pesce
A pesar de no haber conocido a mi abuelo, sabía muchos aspectos sobre él ya que su “presencia” fue casi constante durante mi infancia y adolescencia debido a que mi madre lo nombraba muy a menudo relatando una y otra vez los episodios de su vida y costumbres. Sabíamos que había nacido en la región de Piamonte, sin embargo, no sabíamos con precisión en qué pueblo, así como desconocíamos también la razón por la que decidió partir hacia la Argentina y por qué optó trasladarse posteriormente al Perú.
Mis hermanos y yo sentíamos la necesidad de saber algo más sobre él y sobre su familia: ¿Cuántos hermanos realmente había tenido y qué había sido de ellos? Mi madre recordaba haber escuchado que mi abuelo había tenido unos ocho hermanos, todos hombres. Los descendientes de sus hermanos tenían que estar en Piamonte o en alguna otra parte de Italia o del mundo si ellos también hubieran emigrado. Es difícil para uno no saber cómo concluyó la vida de una persona querida, así como lo es no saber detalles a cerca de sus origines, sobre todo si se trata de una persona de tu familia. Fue gracias a una serie de circunstancias que logramos saber más sobre los orígenes de mi abuelo Paolo. El primer paso que nos llevó a conocer más sobre él lo dimos a fines de los años 80s.
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Los años oscuros del Perú
En la década de los 80s y en los primeros años de los 90s muchos peruanos se fueron del país debido a la terrible crisis económica que sacudía al Perú. Las dificultades habían iniciado muchos años antes por una sucesión de gobiernos ineficientes a la que se sumó el catastrófico gobierno de los militares después del golpe del 1968 y sucesivamente el de 1975. Los gobiernos que siguieron no fueron mejores que los anteriores y durante los años 80s llevaron al país a una situación de pobreza extrema: el poder adquisitivo de la clase media disminuyó drásticamente y el impacto fue mucho mayor en la clase baja. La inflación subió a los cielos y la devaluación fue tanta que perdimos la cuenta de cuantas veces cambió la moneda, como tres me parece. A veces no sabíamos qué moneda teníamos que usar para pagar. Obviamente no era fácil encontrar trabajo y la delincuencia común estaba a la orden del día, por lo que la situación era tensa y asfixiante para todos. Como respuesta a esta realidad que perduraba ya varias décadas, se anidaron y se fundaron dos grupos con actividad terrorista, sanguinarios y crueles. El principal plan de acción de estos grupos era la destrucción de las infraestructuras del país, así como imponer el terror demostrando extrema brutalidad contra comunidades campesinas, dirigentes sindicales, autoridades elegidas popularmente y todo ser humano que no compartiera sus ideologías.
Uno de los planes de acción, para sembrar el terror y el desbarajuste, era colocar bombas en puntos estratégicos para afectar a la capital y otras grandes ciudades, por lo que se enfocaban en destruir las hidroeléctricas y torres de alta tensión que las alimentaban. Estos ataques se traducían en carestía de luz y agua además de sembrar incertidumbre y miedo permanente: era frecuente despertarse en medio de la madrugada con la sacudida de las bombas que colocaban en las afueras de Lima, que hacían temblar o hasta romperse los vidrios de las ventanas. Poco a poco fueron ganando terreno y los atentados sobrevenían también en plena luz del día. La situación se volvió tan crítica que recuerdo que cada distrito disponía de agua y luz en días alternos por lo que era normal que cada casa tuviera siempre la tina del baño llena de agua con un balde al costado para jalar el inodoro. Además, todos los grandes recipientes disponibles de la casa estaban siempre llenos “por si acaso” para los días de carestía, y obviamente, era necesario tener un buen abastecimiento de velas y fósforos. Las duchas frías con una jarrita o lavarse “por partes” (para los friolentos) era una cosa normal para todos, así como las velas encendidas en las noches para moverse dentro de la casa o para jugar una partida de cartas con la familia o vecinos, para pasar el tiempo, mientras se escuchaba lo que estaba sucediendo por la radio alimentada con pilas. Se comía lo que se podía sin tener que calentarlo porque los que tenían cocina eléctrica, como nosotros, “estábamos fritos”. Otro gran corte de recursos para la capital lo dieron con el suministro de alimentos: muchos alimentos básicos eran difíciles de conseguir y a precios exorbitantes porque también destruían carreteras, puentes y líneas de ferrocarriles. La situación estaba tan fuera de control que obligó al gobierno a declarar el estado de emergencia de la capital y decretó el toque de queda, que duró, si mal no recuerdo, como un año y medio, desde las diez de la noche hasta las cinco de la madrugada. Sin embargo, esta medida de seguridad no sirvió para nada porque los episodios de terrorismo eran cada vez más frecuentes con todo tipo de bombas y coches bomba. Cada vez se acercaban más hasta que terminaron poniendo una bomba en plena zona comercial matando a 25 personas e hiriendo a más de 200 que paseaban por ahí. Este fue sólo el inicio de una serie de episodios que aterrorizaron y pusieron de rodillas a toda la capital peruana. Esta terrible situación, que no veía el fin, ocasionó la fuga de muchos peruanos para buscar mejores oportunidades en otros países. Para muchos este éxodo fue facilitado por el hecho de tener un ancestro extranjero. Fue así como supimos que podíamos obtener la ciudadanía italiana por el sólo hecho de haber tenido abuelos italianos.
Un documento casi irrecuperable
Mi hermana Elsa comenzó el trámite de nuestra solicitud de ciudadanía en el Consulado de Italia en el Perú siguiendo de cerca y con mucha paciencia todos los trámites burocráticos del caso y proveyendo los múltiples documentos que pedían. Uno de los requisitos indispensables era presentar la partida de nacimiento del familiar directo italiano, en nuestro caso los abuelos. Además, la ley (un poco machista…) decía que no era suficiente el de la abuela, sino que era indispensable el del abuelo. Este prerrequisito nos resultaba muy complicado de satisfacer porque sabíamos sólo la fecha de nacimiento de mi abuelo, 18 de septiembre de 1886, ya que mi madre y mi tía lo recordaban puntualmente cada año: “hoy sería el cumpleaños de mi papá”. En cambio, no teníamos ni la más pálida idea en qué municipio de la región Piamonte buscar porque desconocíamos el nombre de su pueblo natal; sabíamos sólo que era de un pueblo cercano al pueblo donde nació mi abuela.
Fue gracias a la ayuda de un querido amigo italiano de mi hermana Elsa, Valerio, que pudimos obtener la partida de nacimiento de mi abuelo Paolo. Mi hermana lo llamaba “el gringo” porque era un rubio de un metro ochenta y cinco con grandes y dulces ojos azules y sobre todo con un corazón enorme. Se conocieron a fines de los años 70s cuando mi hermana vivía en Roma por motivos de estudio. Fue una amistad que duró toda la vida. Sólo la paciencia y perseverancia que tuvo Valerio hicieron posible que obtuviéramos ese documento. Lo buscó por muchos meses porque en ese entonces ese tipo de trámite se hacían de persona o telefónicamente. Consiguió a través de las páginas blancas de la guía telefónica los números de teléfono de cada municipalidad de los pueblitos cercanos al pueblo donde nació mi abuela y llamó a cada una de ellas. Un buen día, Elsa recibió por correo postal, con mucha sorpresa, un sobre bien cerrado en el que Valerio había enviado la partida de nacimiento. La partida declaraba que nuestro abuelo Paolo Pesce nació el 18 de septiembre de 1886 en el pueblo de Bruno, provincia de Asti, hijo de Bartolomeo Pesce y Ernestina Landini. En cambio, la partida de nacimiento de mi abuela fue más fácil de obtener porque teníamos todos los datos necesarios para pedirla.
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El trámite para la emisión del pasaporte se concluyó después de varias citas en el trascurso de varios años, y, finalmente, mi madre pudo obtenerlo e inmediatamente hizo el trámite para que lo obtuvieran todos sus hijos. Mi hermana Elsa, que en ese entonces había regresado a Italia por motivos de trabajo, continuó siguiendo de cerca los tramites en Roma:
iba cada sábado a las oficinas que emiten los pasaportes para verificar si nuestros documentos ya aprobados por el Consulado en Lima habían sido enviados a Roma. Fueron llegando uno por uno y con mucha paciencia después de muchos meses pudieron reunirlos todos para dar el paso final, es decir: la emisión de los pasaportes. Una vez emitidos tenían que regresar al Consulado, proceso que duró varios meses más, como podrán imaginar... Gracias al pasaporte, yo fui una de las personas afortunadas, que pudo “escapar” de la terrible situación en la que se encontraba el Perú. El pasaporte fue la llave que me abrió las puertas de Italia, para buscar oportunidades mejores gracias a que gané una beca para frecuentar un curso de especialización. Una mañana del 9 de febrero de 1992 crucé el océano en sentido opuesto a como lo había hecho mi abuela, junto con su hermana Tecla y su cuñado, 73 años antes. Al final de mis estudios me quedé y formé una familia en Italia central.
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El epílogo de aquellos años obscuros del Perú
Fue en junio del 1992 que se comenzó a ver un pequeño rayo de luz a través de ese túnel oscuro en el que estaba metido el país desde varias décadas: capturaron al cabecilla de uno de los grupos terroristas junto con otros de sus miembros. Era el hombre más buscado después del cabecilla del otro grupo terrorista. Gracias a esta captura el terrorismo comenzó a desmantelarse y finalmente, una noche de septiembre del 1992 el Grupo de Inteligencia de la Policía del Perú capturó, en el domicilio donde se escondía, (dicho sea de paso, muy cerca de la casa donde yo viví y donde mis padres vivían todavía), al cabecilla del segundo grupo, después de muchísimos meses que seguían sus huellas y le pisaban los talones. Yo estaba ya en Italia y recuerdo que la noticia hizo furor en todos los medios internacionales. A partir de ese momento se desmoronó completamente el grupo terrorista y poco a poco la situación del país fue mejorando. Reinaba finalmente el entusiasmo y la positividad. Esta historia la hemos vivido y la conocemos muy bien todos los que hemos nacido a más tardar en el 1980.