Mis siete mujeres
por Emi Mendoza
Un día me pregunté: ¿Qué pasaría si me reuniera al mismo tiempo con las siete mujeres que me tocan? A pesar de que siempre estaba con una de ellas, había notado que extrañaba a las que no estaban conmigo en ese momento. El no poder ver a todas simultáneamente me entristecía. Así fue como nació la idea de hacer una reunión para tratar de convencerlas de que no tenía nada de malo que nos encontráramos todos al mismo tiempo de vez en cuando. Me gustaba la idea de poder disfrutar de la presencia de todas mis mujeres sin tener que estar triste por las que estaban ausentes. Tenía que reunirlas para estudiar su comportamiento y encontrar un método para hacérselos entender.

Siendo yo un científico nato, mi curiosidad era infinita sobre varios aspectos de mis mujeres. ¿Cómo reaccionarían? ¿Se pelearían por mí? Era tanta mi curiosidad que quería indagar sobre eventuales reacciones de celos entre las mujeres de un mismo hombre. Además de averiguar si ellas podrían contener sus celos, me interesaba saber cuál de ellas me amaba de verdad y estaría dispuesta a compartir el tiempo a mi lado con las demás.
Primero consulté libros de comportamiento psicológico femenil. Luego analicé otros artículos científicos que estudiaban las sospechas de engaño como sentimiento. Sin embargo, por más que busqué, no pude encontrar ningún antecedente científico que investigara algo similar al experimento que yo estaba por llevar a cabo. Por lo tanto me dispuse a elaborar un diseño experimental original que dilucidaría mis inquietudes. En él, incluí un análisis estadístico sensorial utilizando pruebas descriptivas. Todo mi análisis lo iba a realizar en forma no cuantitativa, con una escala estructurada de diez puntos dictados según mis receptores sensoriales, desde: “me ama extremadamente” hasta “no me ama en lo absoluto”, pasando por “mucho”, “más o menos”, “poco”, “casi nada”, etc. En otras palabras, era como deshojar la margarita, pero en manera científicamente probada.
Decidí organizar una reunión para invitar a todas las dueñas de mi corazón. Una comida en un bonito restaurante para celebrar mi cumpleaños era la oportunidad para ver a todas mis mujeres reunidas. En esa reunión invitaría a todas ellas sin decirles que estarían también presentes las otras. Busqué un restaurante cerca de mi oficina donde pudiera ordenar un menú adecuándolo un poco al gusto de todas. No obstante era una tarea difícil, logré hacer una combinación de platillos agradables para todas ellas.
Repasé la lista de mis invitadas especiales, no quería olvidarme de ninguna de ellas. Sumé un total de siete hermosas damitas que me acompañarían en la celebración de mi aniversario. Las contacté por separado y las invité dándoles indicaciones generales acerca del restaurante y de cómo tendrían que llegar por sí mismas, ya que saldría de la oficina a esa hora y no me daría tiempo de pasar por ellas.
Todas se sintieron halagadas por tan importante invitación sin sospechar que no serían las únicas dueñas de mis sentimientos en ese lugar. Suponían que habría otros invitados pero no se imaginaban que se trataba de mis otras mujeres. Llegué temprano, antes que todas ellas. Tuve que esperar el riguroso retardo que las mujeres presentan en cada cita. Fueron llegando una a una mostrando esplendorosos vestidos y bien emperifolladas.
Todas escogieron uno de los tantos vestidos que sabían que me agradaban. Casi todas presumían collares y pulseras de oro que yo les había obsequiado en navidades o en sus cumpleaños. Tomé mi cuaderno de apuntes y apenas terminaba de darles la bienvenida como iban llegando, escribía las observaciones hechas sobre sus respectivos comportamientos durante las presentaciones.
Al ir llegando, se iban dando cuenta que en la celebración no eran las únicas mujeres y después de una mueca disimulada aparecieron los primeros intercambios de cumplimientos entre ellas halagándose mutuamente por los vestidos. Pero en esos halagos no me pareció haber notado una muestra de ocultamiento de celos. También me parecieron sinceras en los intercambios de comentarios positivos acerca de las joyas que lucían. A cada adulación sobre una joya preciosa correspondía la aclaración de haber sido un obsequio de parte mía. Las mutuas congratulaciones que se hacían entre ellas sobre sus alhajas no dejaban entrever ni envidia, ni recelos al saber que yo se las había regalado. Por el contrario, mostraban absoluta franqueza.
Después de una recepción con un aperitivo, ordené a los meseros que procedieran a servir la comida. Todas fueron invitadas a sentarse pero ninguna peleaba por un lugar junto a mí. Los asientos habían sido asignados al azar y los meseros se encargaron de acomodar a las bellas damas. Todas se veían hermosas y ninguna hizo alguna mueca de descontento, nunca perdieron su cordura, ni su preciosura.
El experimento procedió como planeado, empecé a analizar los puntos a favor y en contra de cada una de ellas correspondientes a las diferentes pruebas de amor hacia mi persona, dando resultados que jamás hubiera imaginado. La comida transcurrió tranquilamente con el siguiente resultado: todas estaban felices de charlar entre ellas. Sin esperármelo, lo hacían en forma muy amena y sin demostrar en ningún momento reconcomios. Yo en cambio, me sentí triste todo el tiempo, sentía la ausencia de todas, nadie hablaba conmigo y dejé de ser el centro de atención que cada una de ellas me brinda por separado.
Llegó el momento de la despedida y cada quien se retiró por su cuenta. Yo tenía una excusa de trabajo por la cual no podía acompañar a nadie a su casa. Cuando me despedí de ellas sentí una fría reacción hacia mí. Casi todas me dejaron entrever una frialdad no vista antes en ellas. Me daba la impresión que hubieran logrado estar bien todas reunidas sin la necesidad de que yo estuviera presente. Anoté todo con detalle de acuerdo a lo que había sentido al momento de darles el beso y abrazo de la despedida. Todas se despidieron dándose un beso e inundaron de sonrisas la salida del restaurante.
Finalmente me quedé solo y procedí a realizar el análisis estadístico de mi experimento para establecer criterios y así saber quien de todas mis mujeres me amaba más. Los resultados me dieron un diferente gradiente siguiendo el orden desde la que más me quería hasta la que menos me quería. El orden fue el siguiente:
Increíblemente mi suegra se reveló como la mujer que más me amaba. Debo admitir que éste fue un agradable resultado que no me esperaba. Seguidamente hubo un empate entre mi tía y mi hermana. La siguiente en el orden era mi abuela. Este resultado me sorprendió pues ella siempre había profesado su gran amor por mí, su nieto preferido; pero los resultados no lo comprobaron. Posteriormente encontré con muy poco de amor a mi esposa creándome una gran desilusión. En la parte inferior de la tabla de clasificación, me asombré al encontrar con casi nada de amor a mi hija. Pero definitivamente no podía creer que en el fondo de la clasificación, los resultados mostraran que mi madre era, de todas mis mujeres, la que absolutamente no me amaba…
Los resultados no mostraron una lógica y terminé por desecharlos. Mi conclusión fue que las siete mujeres que me tocaban, me amaban por igual, pero cada una lo hacía utilizando un tipo de amor diferente, los cuales no se podían comparar entre sí. Concluí también que todas ellas cumplían su noble y gran misión en la familia y el mundo. Este experimento me hizo aumentar mi admiración y gratitud por todas ellas. Tiré el cuaderno de apuntes a la basura y con un poco de egoismo tomé una resolución luego de un largo razonar: prefería verlas a todas por separado…
Primero consulté libros de comportamiento psicológico femenil. Luego analicé otros artículos científicos que estudiaban las sospechas de engaño como sentimiento. Sin embargo, por más que busqué, no pude encontrar ningún antecedente científico que investigara algo similar al experimento que yo estaba por llevar a cabo. Por lo tanto me dispuse a elaborar un diseño experimental original que dilucidaría mis inquietudes. En él, incluí un análisis estadístico sensorial utilizando pruebas descriptivas. Todo mi análisis lo iba a realizar en forma no cuantitativa, con una escala estructurada de diez puntos dictados según mis receptores sensoriales, desde: “me ama extremadamente” hasta “no me ama en lo absoluto”, pasando por “mucho”, “más o menos”, “poco”, “casi nada”, etc. En otras palabras, era como deshojar la margarita, pero en manera científicamente probada.
Decidí organizar una reunión para invitar a todas las dueñas de mi corazón. Una comida en un bonito restaurante para celebrar mi cumpleaños era la oportunidad para ver a todas mis mujeres reunidas. En esa reunión invitaría a todas ellas sin decirles que estarían también presentes las otras. Busqué un restaurante cerca de mi oficina donde pudiera ordenar un menú adecuándolo un poco al gusto de todas. No obstante era una tarea difícil, logré hacer una combinación de platillos agradables para todas ellas.
Repasé la lista de mis invitadas especiales, no quería olvidarme de ninguna de ellas. Sumé un total de siete hermosas damitas que me acompañarían en la celebración de mi aniversario. Las contacté por separado y las invité dándoles indicaciones generales acerca del restaurante y de cómo tendrían que llegar por sí mismas, ya que saldría de la oficina a esa hora y no me daría tiempo de pasar por ellas.
Todas se sintieron halagadas por tan importante invitación sin sospechar que no serían las únicas dueñas de mis sentimientos en ese lugar. Suponían que habría otros invitados pero no se imaginaban que se trataba de mis otras mujeres. Llegué temprano, antes que todas ellas. Tuve que esperar el riguroso retardo que las mujeres presentan en cada cita. Fueron llegando una a una mostrando esplendorosos vestidos y bien emperifolladas.
Todas escogieron uno de los tantos vestidos que sabían que me agradaban. Casi todas presumían collares y pulseras de oro que yo les había obsequiado en navidades o en sus cumpleaños. Tomé mi cuaderno de apuntes y apenas terminaba de darles la bienvenida como iban llegando, escribía las observaciones hechas sobre sus respectivos comportamientos durante las presentaciones.
Al ir llegando, se iban dando cuenta que en la celebración no eran las únicas mujeres y después de una mueca disimulada aparecieron los primeros intercambios de cumplimientos entre ellas halagándose mutuamente por los vestidos. Pero en esos halagos no me pareció haber notado una muestra de ocultamiento de celos. También me parecieron sinceras en los intercambios de comentarios positivos acerca de las joyas que lucían. A cada adulación sobre una joya preciosa correspondía la aclaración de haber sido un obsequio de parte mía. Las mutuas congratulaciones que se hacían entre ellas sobre sus alhajas no dejaban entrever ni envidia, ni recelos al saber que yo se las había regalado. Por el contrario, mostraban absoluta franqueza.
Después de una recepción con un aperitivo, ordené a los meseros que procedieran a servir la comida. Todas fueron invitadas a sentarse pero ninguna peleaba por un lugar junto a mí. Los asientos habían sido asignados al azar y los meseros se encargaron de acomodar a las bellas damas. Todas se veían hermosas y ninguna hizo alguna mueca de descontento, nunca perdieron su cordura, ni su preciosura.
El experimento procedió como planeado, empecé a analizar los puntos a favor y en contra de cada una de ellas correspondientes a las diferentes pruebas de amor hacia mi persona, dando resultados que jamás hubiera imaginado. La comida transcurrió tranquilamente con el siguiente resultado: todas estaban felices de charlar entre ellas. Sin esperármelo, lo hacían en forma muy amena y sin demostrar en ningún momento reconcomios. Yo en cambio, me sentí triste todo el tiempo, sentía la ausencia de todas, nadie hablaba conmigo y dejé de ser el centro de atención que cada una de ellas me brinda por separado.
Llegó el momento de la despedida y cada quien se retiró por su cuenta. Yo tenía una excusa de trabajo por la cual no podía acompañar a nadie a su casa. Cuando me despedí de ellas sentí una fría reacción hacia mí. Casi todas me dejaron entrever una frialdad no vista antes en ellas. Me daba la impresión que hubieran logrado estar bien todas reunidas sin la necesidad de que yo estuviera presente. Anoté todo con detalle de acuerdo a lo que había sentido al momento de darles el beso y abrazo de la despedida. Todas se despidieron dándose un beso e inundaron de sonrisas la salida del restaurante.
Finalmente me quedé solo y procedí a realizar el análisis estadístico de mi experimento para establecer criterios y así saber quien de todas mis mujeres me amaba más. Los resultados me dieron un diferente gradiente siguiendo el orden desde la que más me quería hasta la que menos me quería. El orden fue el siguiente:
Increíblemente mi suegra se reveló como la mujer que más me amaba. Debo admitir que éste fue un agradable resultado que no me esperaba. Seguidamente hubo un empate entre mi tía y mi hermana. La siguiente en el orden era mi abuela. Este resultado me sorprendió pues ella siempre había profesado su gran amor por mí, su nieto preferido; pero los resultados no lo comprobaron. Posteriormente encontré con muy poco de amor a mi esposa creándome una gran desilusión. En la parte inferior de la tabla de clasificación, me asombré al encontrar con casi nada de amor a mi hija. Pero definitivamente no podía creer que en el fondo de la clasificación, los resultados mostraran que mi madre era, de todas mis mujeres, la que absolutamente no me amaba…
Los resultados no mostraron una lógica y terminé por desecharlos. Mi conclusión fue que las siete mujeres que me tocaban, me amaban por igual, pero cada una lo hacía utilizando un tipo de amor diferente, los cuales no se podían comparar entre sí. Concluí también que todas ellas cumplían su noble y gran misión en la familia y el mundo. Este experimento me hizo aumentar mi admiración y gratitud por todas ellas. Tiré el cuaderno de apuntes a la basura y con un poco de egoismo tomé una resolución luego de un largo razonar: prefería verlas a todas por separado…