CAMPANITA DEL AMOR
por Emi Mendoza
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Me gustaría aceptar tu propuesta de matrimonio. Sé que estoy enamorada de ti porque en mi cabeza se escucha la campanita del amor… Pero para mí no es fácil creer en los hombres. Hace tiempo que dejé de creer en ustedes… Esta es una buena ocasión para contarte la desaventura que viví. Así entenderás porque no creo más en los hombres, quizá contándotelo me ayude a liberarme de ese tormentoso recuerdo que me tiene prisionera…
Verás… sucedió ya hace algunos años... Poco después de la muerte de mi madre, mi hermana se enamoró perdidamente de José Luis, un buen tipo. |
Él era simplemente perfecto: amoroso, sencillo, con tiempo para dedicarle a ella. José Luis era muy trabajador, tenía muchas esperanzas, ánimo y buena voluntad. Se casaron con la idea de trabajar y cumplir todos sus sueños y ambiciones. Yo debo confesar que sentí un poco de envidia de que ella hubiera encontrado a un hombre bueno, mientras que yo no había tenido la misma suerte. Siempre estuve con hombres que no me apreciaban. Me casé con uno al que creía era bueno, pero me salió de lo peor. Me tuve que divorciar de él, pues me hacía sólo sufrir. Me di cuenta que encontrar un hombre bueno era como sacarse la lotería, es decir, depende de la suerte de cada una de nosotras. Los hombres buenos no crecen sobre los árboles, tienes que buscarlos con lupa hasta debajo de las piedras para encontrar uno que valga la pena, que te quiera y que te demuestre respeto.
¿Cómo me di cuenta de que era un buen hombre? Pues porque vivíamos casi en la misma casa. Nuestros padres nos dejaron como herencia una casa enorme. Lo único que hicimos fue hacer un muro de separación y dos entradas independientes. Ella vivía con su marido y yo con el mío, pero con frecuencia nos encontrábamos en el jardín o en el patio que compartíamos.
Un día, José Luis me llamó desesperado. Su voz al teléfono se escuchaba quebrantada. Me comunicó que mi hermana estaba mal y me pidió que lo ayudara a llevarla a Emergencias. Resulta que ese día estaban festejando su aniversario cuando de improviso ella se volvió irascible y agresiva. Le empezó un fuerte dolor abdominal, convulsiones y diarrea. El color de su cara era amarillento. Mi querida hermanita entró en coma pocas horas más tarde y murió en el hospital al amanecer. Un virus le había atacado el hígado provocándole insuficiencia hepática fulminante. Mi cuñado no encontraba paz, se golpeaba el corazón como queriendo morirse él también. Yo lo observaba detenidamente mientras él mandaba expresiones de rencor hacia el cielo por haberle quitado lo que él más quería. José Luis demandaba la cremación del cuerpo de su querida esposa. Yo me opuse, pues quería enterrarla al lado de mis padres. El dolor que yo sentía por la ausencia de mi hermana se duplicaba al ver a ese buen hombre sufrir de esa manera. La historia no terminaba ahí. Se temía que pudiéramos haber contraído el virus. Nos hicieron los análisis de contagio a todos los que estuvimos cerca de ella en sus últimos días de vida. Afortunadamente, ni José Luis, ni yo, presentábamos los síntomas clásicos de esa terrible enfermedad…
Yo me quedé sola en el mundo. Me encerré en mi pena, dejando a José Luis encerrado en la suya. Sin embargo, con el tiempo tuve un acercamiento a él, pues al continuar viviendo en la misma casa nuestros encuentros fueron cada día más frecuentes hasta que ¡Zaz…! Floreció el amor entre nosotros dos. Desde ese día, en que alguna fuerza extraña provocó la atracción de nuestros cuerpos, empecé a descubrir lo que verdaderamente era el amor. Pude escuchar por fin la campanita del amor. Mi hermana ya no estaba y yo estaba divorciada, por lo tanto, no había impedimento para que nos uniéramos con amor apasionado. José Luis me hizo sentirme la mujer más afortunada del mundo. En pocas palabras, mi hermana me había dado como herencia su boleto ganador de la lotería…
Por mi parte, yo también daba lo mejor de mí. Imagínate: ¡empecé a ver los partidos de fútbol que yo tanto odiaba! No es que me interesara ver 22 tipos siguiendo sin sentido un balón, vestidos con esos ridículos pantaloncillos infantiles y, con un hombre de negro, que mediante un silbato los controla para que no se peleen entre ellos. Por supuesto que yo aguantaba esas dos horas sólo para complacerlo. Era parte de los pequeños sacrificios que tenemos que hacer para complacer a la persona que amamos.
Un día, sin imaginarlo absolutamente, la felicidad estaba por terminar. La final del campeonato de balompié coincidió con nuestro aniversario de novios. Teníamos la intención de celebrar un año de estar juntos, brindando y viendo la final del torneo, en el cual participaba por primera vez el equipo favorito de José Luis. Lo amaba tanto que había tomado la decisión de vivir con él para siempre. Después de la cena, le propondría eliminar el muro que separaba las dos casas para empezar a vivir juntos de una buena vez.
Yo estaba en la cocina y estaba terminando de preparar un platillo utilizando una receta divulgada en internet. Puse el estofado a hornearse a fuego lento y activé el timer, el dispositivo que mide el tiempo de cocción. Regresé a la sala para estar con él. Faltando pocos minutos para que el partido comenzara, José Luis se ofreció a servir el vino para brindar por nuestro aniversario. Justo cuando José Luis me ofreció la copa y la alzamos para brindar frente al televisor, sonó la campanita del timer del horno. Me avisaba que tenía que agregar los últimos condimentos a la carne, es decir, cebolla, vino y aceite. Fui a la cocina inmediatamente. Tenía que apresurarme para terminar la receta y dejar cocinar el estofado otro poco a fuego lento.
Me inquietaron los alaridos de José Luis diciéndome que me apresurara, mientras escuchaba sus quejas agregué al estofado rápidamente la cebolla ya lista, el aceite y agregué el vino de mi copa al guiso y así ganar tiempo... pero entre las prisas derramé unas gotas de vino en un mantelito que mi mamá me había bordado con tanto amor… - ¡Ay, no, qué tonta he sido!
Cerré de inmediato el horno y un poco enfadada me dispuse a lavar inmediatamente la mancha de vino del tapetito que yo tanto adoraba. Lo dejé colgado para que se secara. Había ya perdido mucho tiempo. Entre los lamentos de José Luis de que era hora de brindar y el volumen alto del televisor, llené de vino mi copa otra vez y me apuré para ir a brindar en la sala con él. El partido ya había comenzado y tuvimos que brindar sin dedicarle suficiente atención a nuestro aniversario de novios. Me senté con él un poco desilusionada a ver el juego. Después de un poco, la campanita del timer nuevamente sonaba anunciando que el estofado estaba listo.
Al final del primer tiempo, serví el estofado que ya estaba listo y nos dispusimos a comer. Yo no estoy acostumbrada a beber y me sentía mareada, pero eso no evitaba que me diera cuenta del modo extraño en el que José Luis me observaba. Pero yo no dije nada y seguimos viendo el partido. Terminamos de cenar y empecé a levantar la mesa, entre tanto, él terminaba de ver los últimos minutos del partido sentado en el sofá. Mientras yo lavaba los trastes, percibí algo extraño en el comportamiento de José Luis. Se volvió irascible. Su equipo preferido estaba perdiendo y protestaba con agresividad. Era la primera vez que expresaba malas palabras contra los jugadores de su equipo, pero sobre todo contra el árbitro. Antes de terminar el partido, yo me sentía muy borracha en la cocina, pero era una embriaguez extraña, con mareos y ganas de vomitar. Suspendí de inmediato la limpieza de la cocina. Cuando el partido terminó José Luis se quedó en silencio y traté de ir a consolarlo, trataba de convencerlo que era sólo un simple partido de fútbol. De improviso, lo vi con la mirada perdida en la imagen del televisor. Noté un color amarillento en su cara. Estuvo por un momento sin reflejos. Mi vista se empezó a nublar y de ahí comprendí que los síntomas eran los mismos que los de mi hermana. Habíamos contraído el terrible virus. Con mucha debilidad tomé el teléfono, llamé a emergencias, logré explicar los síntomas pocos minutos antes de caer al suelo perdiendo el conocimiento. Dos días después despertamos en el hospital. ¡Estábamos vivos! Le habíamos ganado la guerra al virus. El tratamiento contra el deterioro hepático había funcionado. Un reposo de algunas semanas en casa nos llevaría a tener otra vez una vida normal.
Aquel inesperado evento hizo que me apartara un poco de José Luis. Él siguió viviendo en su casa, es decir, en la casa que fue de mi hermana, mientras que yo permanecía encerrada en la mía. Por unos días dejamos de hablarnos. Apenas tuve la fuerza de levantarme de la cama, me puse a limpiar la casa que era un desastre. Quise empezar por la cocina. Todo estaba exactamente como lo habíamos dejado. Los platos sin terminar de lavar y la comida que quedó fuera del refrigerador estaba echada a perder. El pan y los residuos de comida en los platos sucios estaban llenos de moho. Tomé el mantelito bordado por mi mamá, la nostalgia me arrebató algunas lágrimas. Lo abracé y me fui a sentar al sofá. Empecé a recordar aquellos terribles momentos que vivimos José Luis y yo… Quise secarme las lágrimas con el mantelito, pero noté algo extraño en él que me provocó curiosidad. En el lugar de la mancha de vino, la tela estaba despintada, como si se hubiera gastado sólo en el área de las gotas de vino. Traté de descubrir qué había ocurrido Me dirigí a la cocina, analicé la botella de vino sin encontrar nada raro. Seguí mi inspección hasta que noté algo extraño: la asadera que contenía los residuos del estofado, tenía una apariencia fresca, es decir, no estaba cubierta por hongos como el resto de los desperdicios. De repente, mi corazón empezó a latir aceleradamente y me invadió una angustia. Recordé la mirada extraña con que José Luis me observó aquella vez que brindábamos por nuestro noviazgo y que yo había atribuido a un síntoma de la enfermedad viral. Algo no me cuadraba, tomé el teléfono para llamar a la policía.
Las investigaciones empezaron de inmediato. Se hicieron análisis de toda la comida que había en la cocina, incluyendo los desperdicios y las bebidas. También mi mantelito fue decomisado por los investigadores. Los resultados dieron la existencia de trazas de compuestos tóxicos en el estofado que yo había preparado. Se encontró una concentración elevada de tylenol, medicina utilizada contra el dolor de cabeza y para bajar la fiebre. El tylenol estaba disuelto en un fuerte solvente, mezclado con imidazole, compuesto químico utilizado como fungicida de amplio espectro. La mezcla a esas concentraciones lo hacían extremadamente tóxica para el humano dando síntomas muy parecidos al virus de la hepatitis fulminante. Su ingestión provoca una coloración amarillenta de la piel y otras zonas porque aumenta la bilirrubina en la sangre.
El inspector descubrió que la mezcla de sustancias tóxicas inicialmente se encontraba sólo en el vino de mi copa. Debido a mi apuro, lo terminé agregando al estofado que luego ingerimos. La prueba fehaciente fue que la mancha de vino en el tapetito se había decolorado hasta quedar casi transparente. Según el investigador, fue gracias a que el estufado se mantuvo en el horno, gran parte del solvente se evaporó, dándonos la oportunidad de sobrevivir. Las investigaciones se extendieron al hospital, pues los doctores confundieron un envenenamiento con una enfermedad viral. La orden de exhumación del cadáver de mi hermana se hizo necesaria. Se le aplicó una autopsia a distancia de más de un año de su muerte. Presentaba partes del cuerpo que no lograban la completa descomposición debido a la elevada concentración de sustancias tóxicas acumuladas en esas partes. Entendí por qué José Luis insistía tanto en que fuera cremada…
¿Qué te puedo decir? Que los hombres buenos no crecen en los árboles… Tampoco existen bajo las piedras…No se les puede buscar con la lupa porque simplemente no existen. Yo pensé que José Luis era uno de los pocos ejemplares en vías de extinción del aquel hombre bueno y romántico que alguna vez existió en nuestro planeta… Pero no fue así. José Luis fue encontrado culpable de haber asesinado a mi hermana y de querer asesinarme a mí también… ¿Y para qué? Para quedarse con la casa y con el poco dinero que teníamos mi hermana y yo… ¿Te das cuenta…? ¡Me salvó la campanita y no fue la del amor!
Siento mucho lo que pasó, haz hecho bien en contármelo. Pero no seas tonta… sabes perfectamente que yo soy uno de los pocos hombres buenos que quedan en la tierra. Sabes muy bien que yo te amo y que no permitiría que nadie te hiciera daño. El que hayas encontrado a un asesino en tu vida, no quiere decir que todos los hombres lo seamos… ¿No crees? Verás, una vez que nos casemos te trataré con ternura por el resto de nuestras vidas. Te traeré un ramo de flores todos los viernes en la noche y saldremos a cenar. Nunca más estofados, ni vino, ni partidos de fútbol…
¡Mmmmmuah!
¿Ya viste? Este beso confirma que crees en mí… seremos felices…
¡Mmmmmuah…!
Disculpa, ¿en cuánto dijiste que está evaluada la casa que heredaste de tus padres…?
¡Oh noooo!
No, mi amor, era sólo una broma, je-je
¿Ya viste? Este beso confirma que crees en mí… seremos felices…
¡Mmmmmuah…!
Disculpa, ¿en cuánto dijiste que está evaluada la casa que heredaste de tus padres…?
¡Oh noooo!
No, mi amor, era sólo una broma, je-je