Llegar tarde a la escuela
Por Emi Mendoza
Ya habíamos entrando en la recta final del ciclo escolar. Faltaban pocos días para terminar el año y ya saldríamos de vacaciones. Los últimos días son los más importantes, pero los más difíciles para levantarse en la mañana. Se acercaba el día de evaluación de cursos y yo tenía que exponer mi trabajo final. La noche anterior estaba nervioso y no lograba dormir pensando en mi disertación final.
Esa mañana el sol entró por la ventana de mi dormitorio y me despertó. Me pilló a traición cuando yo todavía dormía. En medio de mi dulce sueño escuché las carcajadas en forma de luz y calor que desprendía el Astro Rey, burlándose de mí al verme todavía acostado en mi lecho. Aquella fuerte radiación solar perturbó improvisadamente mi sueño y me obligó a abrir los ojos. El reloj marcaba casi las 8 de la mañana y yo todavía estaba en la cama. Me di cuenta que era muy tarde para ir a la escuela. Me levanté de prisa y fui al cuarto de mamá para avisarle de que la alarma del despertador no había sonado. Tampoco mis papás se habían despertado. Ambos dormían plácidamente y no me escuchaban.
-“¡Mamá!” – grité desesperado - “¡Ya son casi las 8, ya es muy tarde para la escuela! ¡La directora no me dejará entrar a la clase si llego tarde!” |
Mi mamá se despertó muy agitada. Tardó en entender lo que estaba sucediendo. La desperté de un sueño muy profundo y no lograba entender que la situación de retardo era muy seria. Le recordé que ese día tenía que presentar mi trabajo final en la escuela cuyo argumento trataba sobre los problemas ambientales causados por la alta contaminación. Fue hasta ese momento que entendió la seriedad del asunto. Después de asegurarse que efectivamente el reloj marcaba casi las 8 comenzó a afligirse pues la presentación de mi trabajo final serviría para evaluar mi año escolar. Si no lograba hacer esa presentación ese día sería una catástrofe, pues me quedaría sin calificación. Mientras mi mamá se quitaba el camisón de dormir y se ponía un vestido, yo apresuradamente me lavaba la cara y me pasaba un peine por la cabeza para arreglarme un poquito.
Mi papá se despertó también muy agitado y empezó a culpar a mi mamá por haberse olvidado de activar la alarma del despertador. Saltó de la cama sin ni siquiera cambiarse y manteniendo su pijama salió de la casa para encender el coche con el cual me llevarían a la escuela.
Mi mamá me apresuró con gritos de desesperación. Al vuelo, ella tomó un poco de pan y jamón y corrió al coche donde nos esperaba mi papá con el motor encendido. Ella convirtió en segundos el asiento anterior del automóvil en cocina mientras preparaba un sándwich para mi almuerzo. Corrí lo más que pude arrastrando mi mochila y abordé el auto casi en movimiento. Apenas cerré la portezuela, mi papá dio un arrancón de esos que dejan la marca de las llantas sobre el pavimento. Pero al dar vuelta en la primera esquina, me di cuenta que yo no había tomado el material que necesitaba para hacer la exposición de ese día. Mi madre casi nunca se enoja, pero las pocas veces que lo hace es mejor pirárselas. Pero viajando en el auto de mi papá a 100 km por hora, no podía escapar.
Para regresar a casa por el material que yo había olvidado, mi papá hizo una vuelta en 'u', pero esa inversión de sentido estaba prohibida, un policía de tránsito nos detuvo para hacernos una infracción por haber hecho esa peligrosa maniobra vial. Aunque mi papá no protestó mientras le hacían la multa, perdimos mucho tiempo. Finalmente llegamos a casa, bajé corriendo, tomé el material que lo había dejado ya preparado sobre la mesa. Subí nuevamente al coche y mi papá volvió a hacer ese arrancón que hizo que todos los vecinos se asomaran para ver quien se estaba divirtiendo a jugar con arrancones.
Sabíamos que el transito se intensifica en la avenida principal cerca de las 8 de la mañana. Mientras más tarde se sale de casa mayor es la probabilidad de encontrar embotellamientos en esa importante arteria vial. Sin embargo, gracias a que mi papá es un campeón del volante pudimos entrar a tiempo en la avenida antes de que empezara el tráfico pesado. Inexplicablemente todavía había pocos autos transitando. Toda la avenida prácticamente era sólo para nosotros.
Cuando entramos a la calle de la escuela nos alegramos tanto pues habíamos roto nuestro propio record. Pero nos pareció extraño que la calle de la escuela estuviera desierta. No había ni autos, ni gente. Debido a que no encontramos ningún embotellamiento llegamos a la escuela muy rápido y además logramos llegar antes que la directora y que todos mis compañeros. Sin embargo, cuando mi papá estacionó el auto frente a la escuela para que yo descendiera, vimos con perplejidad que el portón del colegio estaba cerrado. Sentados en los asientos de adelante, mis papás se voltearon a verse recíprocamente como para preguntarse si el otro sabía qué estaba sucediendo. Después, simultáneamente voltearon a verme muy enojados mientras me gritaban:
-"¡La escuela está cerrada…hoy es domingo…!"
- ¡Oops!
Mi papá se despertó también muy agitado y empezó a culpar a mi mamá por haberse olvidado de activar la alarma del despertador. Saltó de la cama sin ni siquiera cambiarse y manteniendo su pijama salió de la casa para encender el coche con el cual me llevarían a la escuela.
Mi mamá me apresuró con gritos de desesperación. Al vuelo, ella tomó un poco de pan y jamón y corrió al coche donde nos esperaba mi papá con el motor encendido. Ella convirtió en segundos el asiento anterior del automóvil en cocina mientras preparaba un sándwich para mi almuerzo. Corrí lo más que pude arrastrando mi mochila y abordé el auto casi en movimiento. Apenas cerré la portezuela, mi papá dio un arrancón de esos que dejan la marca de las llantas sobre el pavimento. Pero al dar vuelta en la primera esquina, me di cuenta que yo no había tomado el material que necesitaba para hacer la exposición de ese día. Mi madre casi nunca se enoja, pero las pocas veces que lo hace es mejor pirárselas. Pero viajando en el auto de mi papá a 100 km por hora, no podía escapar.
Para regresar a casa por el material que yo había olvidado, mi papá hizo una vuelta en 'u', pero esa inversión de sentido estaba prohibida, un policía de tránsito nos detuvo para hacernos una infracción por haber hecho esa peligrosa maniobra vial. Aunque mi papá no protestó mientras le hacían la multa, perdimos mucho tiempo. Finalmente llegamos a casa, bajé corriendo, tomé el material que lo había dejado ya preparado sobre la mesa. Subí nuevamente al coche y mi papá volvió a hacer ese arrancón que hizo que todos los vecinos se asomaran para ver quien se estaba divirtiendo a jugar con arrancones.
Sabíamos que el transito se intensifica en la avenida principal cerca de las 8 de la mañana. Mientras más tarde se sale de casa mayor es la probabilidad de encontrar embotellamientos en esa importante arteria vial. Sin embargo, gracias a que mi papá es un campeón del volante pudimos entrar a tiempo en la avenida antes de que empezara el tráfico pesado. Inexplicablemente todavía había pocos autos transitando. Toda la avenida prácticamente era sólo para nosotros.
Cuando entramos a la calle de la escuela nos alegramos tanto pues habíamos roto nuestro propio record. Pero nos pareció extraño que la calle de la escuela estuviera desierta. No había ni autos, ni gente. Debido a que no encontramos ningún embotellamiento llegamos a la escuela muy rápido y además logramos llegar antes que la directora y que todos mis compañeros. Sin embargo, cuando mi papá estacionó el auto frente a la escuela para que yo descendiera, vimos con perplejidad que el portón del colegio estaba cerrado. Sentados en los asientos de adelante, mis papás se voltearon a verse recíprocamente como para preguntarse si el otro sabía qué estaba sucediendo. Después, simultáneamente voltearon a verme muy enojados mientras me gritaban:
-"¡La escuela está cerrada…hoy es domingo…!"
- ¡Oops!
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