La bicicleta perdida
Por Emi Mendoza
Oímos el agradable sonido de la campana que anunciaba la hora del recreo. Como todas las mañanas, saqué de mi mochila la deliciosa torta de jamón que mi mamá me prepara todos los días. Cerramos los cuadernos y nos dirigimos al patio de la escuela.
Normalmente, las niñas se juntan en la parte oeste del área recreativa para jugar a saltar la cuerda, con sus muñecas o jugar alguno de esos juegos que sólo ellas entienden. Mientras que al otro lado del patio se reúnen todos los varones que les gusta discutir sobre argumentos infantiles como los programas de la tele, cochecitos, ladrillitos de juguete, etc.
En cambio, al centro del patio, exactamente a la entrada de la escuela, solemos reunirnos los "niños maduros", aquellos que tenemos en común la pasión por los fierros, es decir, por la mecánica. Nos encanta discutir sobre argumentos de adultos, siendo nuestro tema preferido el mecanismo de los vehículos monoplaza. No es una casualidad que nuestras reuniones a la hora del recreo se hagan delante la puerta principal de la escuela. Nos reunimos en esa área porque ahí se encuentra el aparcamiento de bicicletas, un área especial para dejar nuestro medio de transporte mientras estamos en clase. Los integrantes de nuestro grupo llegamos todos los días a la escuela montados en nuestra "monoplaza", o sea, en bicicleta. Bueno, casi todos los días, porque cuando pronostican lluvia mi papá me trae en coche.
Esa mañana estaba por dar una mordida a mi deliciosa torta de jamón cuando me di cuenta que en el estacionamiento, el espacio reservado para mi bicicleta estaba vacío.
-"¡Un momento! ¡¿Quién tomó mi bici?!"- Grité instintivamente.
Todas las demás bicicletas estaban en su respectivo lugar, pero la mía había desaparecido. Primero pensé que se trataba de una broma. Pero después de amenazar a cada uno de mis compañeros me di cuenta que no se trataba de una socarronería, en verdad había desaparecido. Mis amigos me ayudaron a buscarla. Yo anticipé que no me molestaba que alguien la tomara prestada, me molestaba que no me avisaran. Cuando agotamos todos los recursos investigativos me tuve que dirigir al director. No era posible que hubiera estudiantes que fueran capaces de tomar las cosas ajenas.
Si mi papá se enteraba del acto ilícito perpetrado dentro de las instalaciones educativas, me cambiaría de colegio. El director sabía que mi papá era de los pocos que paga puntualmente mi colegiatura y que además hacía donaciones todos los años para las reparaciones extraordinarias de plantel. Preocupado por el incidente, el director salió personalmente a buscar mi bicicleta en los alrededores de la escuela. Al no encontrar nada no le quedó otro remedio que llamar a la policía.
Al pasar la lista y ver que Juanito estaba ausente, todas las acusas se lanzaron contra él. Sin embargo, Juanito tenía una excelente coartada, había sido operado de apendicitis justo esa mañana. Él no podía haber sido estando en el hospital.
Inmediatamente se suspendieron las clases y nos formaron a todos los niños en el patio sin importar que el sol estuviera muy fuerte. Los gendarmes empezaron a interrogar a cada uno de los niños. La hora de la salida se aproximaba y nosotros estábamos detenidos por la policía dentro el recinto educativo.
Mientras terminaban con nuestras entrevistas, un comando de varios policías entró en las casas de los vecinos de la escuela buscando mi bicicleta, ya famosa en ese momento. Al no encontrarla, otro grupo de investigadores pagados privadamente por el director se incorporaron a la ya vasta red de agentes policiacos que se encontraban averiguando el paradero de mi vehículo. Los detectives confiscaron todas las cámaras de video-seguridad de los negocios incluidos en las cinco calles aledañas a la escuela para analizarlas detenidamente.
Mientras tanto, las calles alrededor de la escuela se llenaron de curiosos que sin querer quedaban detenidos por la policía como sospechosos de haber cometido el delito de sustraerme mi "monoplaza".
En pocos minutos, el cielo se nubló completamente. Por suerte, a la hora de la salida, el sol fuerte que nos tostaba las cabezas se había opacado por la presencia de nubes negras cargadas de lluvia. Los papás de todos los niños empezaron a llegar a la escuela para recogerlos. Se encontraron con varias patrullas con luces y sirenas que bloqueaban la calle de acceso al edificio escolar. Asustados, los padres llegaban a preguntar qué había ocurrido. Entre todos los familiares entreví a mi papá que se acercaba al zaguán para preguntar por mí. En ese momento me sentí perdido, pues al enterarse de que me habían robado la bicicleta se iba a enojar mucho conmigo. Me acerque a mi papá cabizbajo. Sabía que me esperaba una buena regañada por no haber cuidado bien mi velocípedo.
Cuando volteé a ver a mi papá vi que tenía puesta la gabardina azul marino que mi mamá le había regalado hacía algunos años y que solo la usaba los días de lluvia. Unas gotas de agua comenzaron a caer sobre mi cabeza. Fue cuando relacioné la gabardina al aguacero que estaba por caer. Concluí que mi papá ya sabía desde la mañana que en la tarde caería una fuerte lluvia. En ese momento me di cuenta que yo había ocasionado un desastre. Me acordé que durante el desayuno habíamos controlado la previsión meteorológica que anunciaba la lluvia para esa tarde y me acordé que esa mañana, mi papá me había dicho que con lluvia era mejor no ir en bicicleta. Por ese motivo, él me había traído a la escuela en coche y yo había dejado mi bicicleta en el garaje de la casa… ¡Oops!
Normalmente, las niñas se juntan en la parte oeste del área recreativa para jugar a saltar la cuerda, con sus muñecas o jugar alguno de esos juegos que sólo ellas entienden. Mientras que al otro lado del patio se reúnen todos los varones que les gusta discutir sobre argumentos infantiles como los programas de la tele, cochecitos, ladrillitos de juguete, etc.
En cambio, al centro del patio, exactamente a la entrada de la escuela, solemos reunirnos los "niños maduros", aquellos que tenemos en común la pasión por los fierros, es decir, por la mecánica. Nos encanta discutir sobre argumentos de adultos, siendo nuestro tema preferido el mecanismo de los vehículos monoplaza. No es una casualidad que nuestras reuniones a la hora del recreo se hagan delante la puerta principal de la escuela. Nos reunimos en esa área porque ahí se encuentra el aparcamiento de bicicletas, un área especial para dejar nuestro medio de transporte mientras estamos en clase. Los integrantes de nuestro grupo llegamos todos los días a la escuela montados en nuestra "monoplaza", o sea, en bicicleta. Bueno, casi todos los días, porque cuando pronostican lluvia mi papá me trae en coche.
Esa mañana estaba por dar una mordida a mi deliciosa torta de jamón cuando me di cuenta que en el estacionamiento, el espacio reservado para mi bicicleta estaba vacío.
-"¡Un momento! ¡¿Quién tomó mi bici?!"- Grité instintivamente.
Todas las demás bicicletas estaban en su respectivo lugar, pero la mía había desaparecido. Primero pensé que se trataba de una broma. Pero después de amenazar a cada uno de mis compañeros me di cuenta que no se trataba de una socarronería, en verdad había desaparecido. Mis amigos me ayudaron a buscarla. Yo anticipé que no me molestaba que alguien la tomara prestada, me molestaba que no me avisaran. Cuando agotamos todos los recursos investigativos me tuve que dirigir al director. No era posible que hubiera estudiantes que fueran capaces de tomar las cosas ajenas.
Si mi papá se enteraba del acto ilícito perpetrado dentro de las instalaciones educativas, me cambiaría de colegio. El director sabía que mi papá era de los pocos que paga puntualmente mi colegiatura y que además hacía donaciones todos los años para las reparaciones extraordinarias de plantel. Preocupado por el incidente, el director salió personalmente a buscar mi bicicleta en los alrededores de la escuela. Al no encontrar nada no le quedó otro remedio que llamar a la policía.
Al pasar la lista y ver que Juanito estaba ausente, todas las acusas se lanzaron contra él. Sin embargo, Juanito tenía una excelente coartada, había sido operado de apendicitis justo esa mañana. Él no podía haber sido estando en el hospital.
Inmediatamente se suspendieron las clases y nos formaron a todos los niños en el patio sin importar que el sol estuviera muy fuerte. Los gendarmes empezaron a interrogar a cada uno de los niños. La hora de la salida se aproximaba y nosotros estábamos detenidos por la policía dentro el recinto educativo.
Mientras terminaban con nuestras entrevistas, un comando de varios policías entró en las casas de los vecinos de la escuela buscando mi bicicleta, ya famosa en ese momento. Al no encontrarla, otro grupo de investigadores pagados privadamente por el director se incorporaron a la ya vasta red de agentes policiacos que se encontraban averiguando el paradero de mi vehículo. Los detectives confiscaron todas las cámaras de video-seguridad de los negocios incluidos en las cinco calles aledañas a la escuela para analizarlas detenidamente.
Mientras tanto, las calles alrededor de la escuela se llenaron de curiosos que sin querer quedaban detenidos por la policía como sospechosos de haber cometido el delito de sustraerme mi "monoplaza".
En pocos minutos, el cielo se nubló completamente. Por suerte, a la hora de la salida, el sol fuerte que nos tostaba las cabezas se había opacado por la presencia de nubes negras cargadas de lluvia. Los papás de todos los niños empezaron a llegar a la escuela para recogerlos. Se encontraron con varias patrullas con luces y sirenas que bloqueaban la calle de acceso al edificio escolar. Asustados, los padres llegaban a preguntar qué había ocurrido. Entre todos los familiares entreví a mi papá que se acercaba al zaguán para preguntar por mí. En ese momento me sentí perdido, pues al enterarse de que me habían robado la bicicleta se iba a enojar mucho conmigo. Me acerque a mi papá cabizbajo. Sabía que me esperaba una buena regañada por no haber cuidado bien mi velocípedo.
Cuando volteé a ver a mi papá vi que tenía puesta la gabardina azul marino que mi mamá le había regalado hacía algunos años y que solo la usaba los días de lluvia. Unas gotas de agua comenzaron a caer sobre mi cabeza. Fue cuando relacioné la gabardina al aguacero que estaba por caer. Concluí que mi papá ya sabía desde la mañana que en la tarde caería una fuerte lluvia. En ese momento me di cuenta que yo había ocasionado un desastre. Me acordé que durante el desayuno habíamos controlado la previsión meteorológica que anunciaba la lluvia para esa tarde y me acordé que esa mañana, mi papá me había dicho que con lluvia era mejor no ir en bicicleta. Por ese motivo, él me había traído a la escuela en coche y yo había dejado mi bicicleta en el garaje de la casa… ¡Oops!