De héroe a villano
por Emi Mendoza
José Hernández Gutiérrez, 54 años, es un experimentado conductor de autobuses de la línea Saeta Roja que realiza el servicio directo de la Ciudad de México a la ciudad costera de Acapulco. Con veintitrés años de servicio en la empresa, el veterano chofer se dispone a conducir un autobús último modelo acabado de salir de la concesionaria, es decir, completamente nuevo.
María Estrada Jiménez, 25 años, es la auxiliar a bordo encargada de acomodar a los pasajeros en sus asientos y distribuir bebidas y bocadillos durante el viaje. Es también responsable de verificar que el equipaje esté bien guardado y que los pasajeros entiendan las funciones de seguridad.
La terminal de autobuses del sur está abarrotada de turistas. Los termómetros en ciudad de México marcan temperaturas cercanas a los cero grados. Una onda de frío acompañada de lluvia y viento fuerte invita a los habitantes capitalinos a pasar unos días en la cálida costa del estado de Guerrero, mientras la onda gélida abandona la altiplanicie mexicana.
Son las 5:50 de la mañana del 28 de diciembre de 2014. José, el chofer, enciende el potente motor D13, diésel de 6 cilindros en línea. Controla todos los parámetros para la seguridad vial. Pocos minutos después, recibe la señal de su asistente a bordo de que todos los pasajeros han tomado sus asientos. José cierra la puerta del autobús. El moderno carruaje de tres ejes parte puntualmente de Taxqueña como programado. A la salida de la terminal, José entrega el pequeño certificado de salud que lo autoriza a guiar su enorme "mastodonte". El documento médico lo ha obtenido esa misma mañana por el médico encargado de verificar la plena salud física y mental de todos los choferes antes de que salgan a las carreteras. Aparentemente todo está en orden, José tiene bajo su responsabilidad 48 personas a bordo que incluyen 8 niños, la mayoría turistas que esperan pasar algunos días de entretenimiento en el paraíso acapulqueño.
Pocos minutos después, el ómnibus Saeta Roja de lujo deja la ciudad sin ningún problema. María, la camarera, ya ha ofrecido café caliente y galletas a los pasajeros y se sienta en el estribo delantero haciendo compañía al chofer. La primera dificultad la encuentran justo antes de llegar a la cima de la montaña. Una tormenta de aguanieve se deja caer sobre la autopista. Afortunadamente no hay mucho tráfico y esto hace que el autobús circule con mucha libertad. Una vez que han superado el poblado de Tres Marías el vehículo comienza su descenso hacia la ciudad de Cuernavaca. El chofer escucha un ruido extraño y lo atribuye a la abundante caída de agua. De repente se da cuenta que el motor no responde como debiera. Decide orillarse para verificar las condiciones de la máquina antes de entrar de lleno a la bajada que lleva a "La Pera", la curva más pronunciada y peligrosa de la carretera México-Cuernavaca. Cuando quiere detener el autobús se da cuenta de que los frenos no responden y al querer forzar las velocidades para tratar de disminuir la marcha del vehículo, las piezas de la caja de velocidades se despedazan… El autobús está a la deriva… Aumenta su velocidad conforme va descendiendo. El enorme “caballo mecánico” se ha “desbocado”. Es imposible controlarlo, a menos que al volante haya un hombre experto y muy inteligente para poder domar a esa mole de más de 27 toneladas sobre un pavimento resbaladizo por la abundante lluvia y trazas de hielo.
No hay situación más terrible que la de un autobús lleno pasajeros descendiendo sin control por un fallo del sistema de frenado. Los vehículos de gran tonelaje cuentan con frenos de emergencia. Están diseñados especialmente para situaciones tan peligrosas como ésta. Sin embargo, cuando incluso los frenos de emergencia fallan, sólo la pericia del conductor y la presencia de una rampa de emergencia, pueden evitar una desgracia y un accidente de proporciones colosales.
José advierte a los pasajeros inmediatamente. Da la orden a su asistente de constatar que los viajeros hayan ajustado los cinturones de seguridad y de comunicarse con los servicios de emergencia del estado de Morelos. La azafata solicita raudamente a todos los pasajeros de prepararse para una parada forzada. Después de avisar vía radio de los problemas que están encontrando, los expertos recomiendan utilizar la rampa de emergencia que se encuentra a pocos kilómetros de ahí. Debe seguir la línea roja que conduce a una salida de emergencia que tiene un montículo de arena y gravilla con la que tendrá que estrellar su vehículo de grandes dimensiones. La profundidad de la gravilla hará disipar la inercia del vehículo de manera rápida, controlada y relativamente inofensiva. Con el ómnibus ganando velocidad, José anuncia a los demás conductores con su claxon de abrir espacio para poder entroncar la salida de emergencia. Sin embargo, el eje que controla las ruedas delanteras se ha fragmentado, no hay manera de mantener uniforme la dirección ni mucho menos girar a la derecha en busca de la rampa de emergencia. El sistema de la dirección hidráulica roto hace que el volante oponga resistencia a ser maniobrado. Entrarán a la curva de “La Pera” en pocos minutos de la cual no saldrán con vida. Todo está perdido.
Entre los gritos de desesperación de los pasajeros, José decide intentar la última posibilidad. Se quita el cinturón sin soltar el volante y le pide a María de sentarse en su lugar y, sólo cuando él se lo indique, tratar de girar con toda su fuerza el volante hacia la izquierda. José, estando de pie, abraza el volante tratando de utilizar la fuerza de su cuerpo entero. Espera unos segundos y justo en el momento que él piensa oportuno, con un alarido le avisa a María de girar el volante con toda su fuerza en sentido contrario al de la curva. Sumando la fuerza de ambos logran que el eje fragmentado quede en sentido opuesto al que andaban, provocando que el autobús derrape y gire 180 grados sin volcarse y deteniéndose milagrosamente con los arbustos del camellón central que divide la carretera. La gran habilidad del conductor ha permitido que los pasajeros escapen de una muerte inminente. Se han salvado solo con pequeñas golpes y un enorme susto. Esta fue una decisión arriesgada pero funcionó.
Horas después de haber salvado la vida de 48 pasajeros y de un auxiliar a bordo, José fue condecorado como un héroe. Los pasajeros que presenciaron la liberación de ese peligro lo abrazaban y le agradecían por lo que había hecho por ellos. Los periódicos de la ciudad de Cuernavaca lo aclamaban por su gran gesto heroico publicándolo en la primera plana y llamándolo el “héroe de la autopista”. En una entrevista, José declaró que él había hecho lo mismo que cualquier capitán habría hecho, lo demás había sido suerte. Agradeció públicamente la ayuda que recibió de María, su asistente.
Sin embargo, durante los siguientes días hubo otras versiones de aquel evento que empezaron a circular entre los empleados de la compañía, ya sea porque les gustaba intrigar o simplemente querían hacer que José se sintiera un incompetente. La idea de que José era elogiado como un héroe no cautivaba a algunos colegas celosos. Algunos decían por ahí que era mejor haber chocado contra la montaña de arena en lugar de esa maniobra tan comprometida. De esa manera había arriesgado la vida de tanto inocente. Otros decían que José había perdido el control por estar besando a su asistente en lugar de hacer su trabajo. Se rumoraba una relación amorosa entre los dos.
El corresponsal del periódico “El Gallito de Morelos” estaba por ser despedido. La venta de copias del diario habían disminuido mucho por culpa de internet. Necesitaba una noticia sensacionalista para poder salvar su empleo. Buscando una reseña que provocara un aumento en las ventas, el periodista publicó algunas de las versiones que escuchó de los colegas de José, exagerándolas aún más. Pocos días después, cuando los reportajes aparecieron en la prensa acusándolo de haber conducido mal el autobús y haber arriesgado la muerte de 48 personas, José Hernández se convirtió en un villano.
Los demás periódicos, con ganas de vender también unas copias más que lo normal, se unieron a la noticia escandalosa publicando que José no era un verdadero héroe. Lo describían como un chofer extra pagado, que había vivido la vida de “conductor-playboy” y que había abandonado a sus pasajeros después del accidente con el riesgo de que la unidad prendiera fuego. Agregaron a la enorme lista de culpas la de haber expuesto la vida de su asistente al obligarla a sentarse en su lugar y hacerla manejar una máquina “desbocada”. Proponían a María como la verdadera heroína.
La Agencia Investigadora de Accidentes de Tránsito (AIAT) del ministerio de transportes recogió toda evidencia del accidente e inició una profunda investigación para conocer la verdadera causa del accidente. El autobús averiado fue conducido a un depósito donde se analizaría pieza por pieza hasta encontrar la razón de la triste aventura. La empresa Saeta Roja prohibió a José hablar sobre el evento hasta que la investigación sobre el accidente concluyera.
María Estrada Jiménez, 25 años, es la auxiliar a bordo encargada de acomodar a los pasajeros en sus asientos y distribuir bebidas y bocadillos durante el viaje. Es también responsable de verificar que el equipaje esté bien guardado y que los pasajeros entiendan las funciones de seguridad.
La terminal de autobuses del sur está abarrotada de turistas. Los termómetros en ciudad de México marcan temperaturas cercanas a los cero grados. Una onda de frío acompañada de lluvia y viento fuerte invita a los habitantes capitalinos a pasar unos días en la cálida costa del estado de Guerrero, mientras la onda gélida abandona la altiplanicie mexicana.
Son las 5:50 de la mañana del 28 de diciembre de 2014. José, el chofer, enciende el potente motor D13, diésel de 6 cilindros en línea. Controla todos los parámetros para la seguridad vial. Pocos minutos después, recibe la señal de su asistente a bordo de que todos los pasajeros han tomado sus asientos. José cierra la puerta del autobús. El moderno carruaje de tres ejes parte puntualmente de Taxqueña como programado. A la salida de la terminal, José entrega el pequeño certificado de salud que lo autoriza a guiar su enorme "mastodonte". El documento médico lo ha obtenido esa misma mañana por el médico encargado de verificar la plena salud física y mental de todos los choferes antes de que salgan a las carreteras. Aparentemente todo está en orden, José tiene bajo su responsabilidad 48 personas a bordo que incluyen 8 niños, la mayoría turistas que esperan pasar algunos días de entretenimiento en el paraíso acapulqueño.
Pocos minutos después, el ómnibus Saeta Roja de lujo deja la ciudad sin ningún problema. María, la camarera, ya ha ofrecido café caliente y galletas a los pasajeros y se sienta en el estribo delantero haciendo compañía al chofer. La primera dificultad la encuentran justo antes de llegar a la cima de la montaña. Una tormenta de aguanieve se deja caer sobre la autopista. Afortunadamente no hay mucho tráfico y esto hace que el autobús circule con mucha libertad. Una vez que han superado el poblado de Tres Marías el vehículo comienza su descenso hacia la ciudad de Cuernavaca. El chofer escucha un ruido extraño y lo atribuye a la abundante caída de agua. De repente se da cuenta que el motor no responde como debiera. Decide orillarse para verificar las condiciones de la máquina antes de entrar de lleno a la bajada que lleva a "La Pera", la curva más pronunciada y peligrosa de la carretera México-Cuernavaca. Cuando quiere detener el autobús se da cuenta de que los frenos no responden y al querer forzar las velocidades para tratar de disminuir la marcha del vehículo, las piezas de la caja de velocidades se despedazan… El autobús está a la deriva… Aumenta su velocidad conforme va descendiendo. El enorme “caballo mecánico” se ha “desbocado”. Es imposible controlarlo, a menos que al volante haya un hombre experto y muy inteligente para poder domar a esa mole de más de 27 toneladas sobre un pavimento resbaladizo por la abundante lluvia y trazas de hielo.
No hay situación más terrible que la de un autobús lleno pasajeros descendiendo sin control por un fallo del sistema de frenado. Los vehículos de gran tonelaje cuentan con frenos de emergencia. Están diseñados especialmente para situaciones tan peligrosas como ésta. Sin embargo, cuando incluso los frenos de emergencia fallan, sólo la pericia del conductor y la presencia de una rampa de emergencia, pueden evitar una desgracia y un accidente de proporciones colosales.
José advierte a los pasajeros inmediatamente. Da la orden a su asistente de constatar que los viajeros hayan ajustado los cinturones de seguridad y de comunicarse con los servicios de emergencia del estado de Morelos. La azafata solicita raudamente a todos los pasajeros de prepararse para una parada forzada. Después de avisar vía radio de los problemas que están encontrando, los expertos recomiendan utilizar la rampa de emergencia que se encuentra a pocos kilómetros de ahí. Debe seguir la línea roja que conduce a una salida de emergencia que tiene un montículo de arena y gravilla con la que tendrá que estrellar su vehículo de grandes dimensiones. La profundidad de la gravilla hará disipar la inercia del vehículo de manera rápida, controlada y relativamente inofensiva. Con el ómnibus ganando velocidad, José anuncia a los demás conductores con su claxon de abrir espacio para poder entroncar la salida de emergencia. Sin embargo, el eje que controla las ruedas delanteras se ha fragmentado, no hay manera de mantener uniforme la dirección ni mucho menos girar a la derecha en busca de la rampa de emergencia. El sistema de la dirección hidráulica roto hace que el volante oponga resistencia a ser maniobrado. Entrarán a la curva de “La Pera” en pocos minutos de la cual no saldrán con vida. Todo está perdido.
Entre los gritos de desesperación de los pasajeros, José decide intentar la última posibilidad. Se quita el cinturón sin soltar el volante y le pide a María de sentarse en su lugar y, sólo cuando él se lo indique, tratar de girar con toda su fuerza el volante hacia la izquierda. José, estando de pie, abraza el volante tratando de utilizar la fuerza de su cuerpo entero. Espera unos segundos y justo en el momento que él piensa oportuno, con un alarido le avisa a María de girar el volante con toda su fuerza en sentido contrario al de la curva. Sumando la fuerza de ambos logran que el eje fragmentado quede en sentido opuesto al que andaban, provocando que el autobús derrape y gire 180 grados sin volcarse y deteniéndose milagrosamente con los arbustos del camellón central que divide la carretera. La gran habilidad del conductor ha permitido que los pasajeros escapen de una muerte inminente. Se han salvado solo con pequeñas golpes y un enorme susto. Esta fue una decisión arriesgada pero funcionó.
Horas después de haber salvado la vida de 48 pasajeros y de un auxiliar a bordo, José fue condecorado como un héroe. Los pasajeros que presenciaron la liberación de ese peligro lo abrazaban y le agradecían por lo que había hecho por ellos. Los periódicos de la ciudad de Cuernavaca lo aclamaban por su gran gesto heroico publicándolo en la primera plana y llamándolo el “héroe de la autopista”. En una entrevista, José declaró que él había hecho lo mismo que cualquier capitán habría hecho, lo demás había sido suerte. Agradeció públicamente la ayuda que recibió de María, su asistente.
Sin embargo, durante los siguientes días hubo otras versiones de aquel evento que empezaron a circular entre los empleados de la compañía, ya sea porque les gustaba intrigar o simplemente querían hacer que José se sintiera un incompetente. La idea de que José era elogiado como un héroe no cautivaba a algunos colegas celosos. Algunos decían por ahí que era mejor haber chocado contra la montaña de arena en lugar de esa maniobra tan comprometida. De esa manera había arriesgado la vida de tanto inocente. Otros decían que José había perdido el control por estar besando a su asistente en lugar de hacer su trabajo. Se rumoraba una relación amorosa entre los dos.
El corresponsal del periódico “El Gallito de Morelos” estaba por ser despedido. La venta de copias del diario habían disminuido mucho por culpa de internet. Necesitaba una noticia sensacionalista para poder salvar su empleo. Buscando una reseña que provocara un aumento en las ventas, el periodista publicó algunas de las versiones que escuchó de los colegas de José, exagerándolas aún más. Pocos días después, cuando los reportajes aparecieron en la prensa acusándolo de haber conducido mal el autobús y haber arriesgado la muerte de 48 personas, José Hernández se convirtió en un villano.
Los demás periódicos, con ganas de vender también unas copias más que lo normal, se unieron a la noticia escandalosa publicando que José no era un verdadero héroe. Lo describían como un chofer extra pagado, que había vivido la vida de “conductor-playboy” y que había abandonado a sus pasajeros después del accidente con el riesgo de que la unidad prendiera fuego. Agregaron a la enorme lista de culpas la de haber expuesto la vida de su asistente al obligarla a sentarse en su lugar y hacerla manejar una máquina “desbocada”. Proponían a María como la verdadera heroína.
La Agencia Investigadora de Accidentes de Tránsito (AIAT) del ministerio de transportes recogió toda evidencia del accidente e inició una profunda investigación para conocer la verdadera causa del accidente. El autobús averiado fue conducido a un depósito donde se analizaría pieza por pieza hasta encontrar la razón de la triste aventura. La empresa Saeta Roja prohibió a José hablar sobre el evento hasta que la investigación sobre el accidente concluyera.
De la noche a la mañana, la vida de José cambió. Antes del accidente, él tenía todo: un magnífico empleo, una hermosa casa, una adorable familia y el respeto y admiración de sus colegas. Ahora, él se sentía traicionado y desesperado. El estrés puso enorme presión sobre su familia. En las semanas siguientes, José pasó el tiempo en casa ayudando a su esposa y cuidando a sus pequeños hijos. Al poco tiempo, José cayó en depresión. Él le suplicó a la compañía que hiciera una declaración para limpiar su imagen, pero la administración se
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negó por el temor de recibir mala publicidad en caso de que la investigación oficial encontrara a José culpable de un error en el accidente. No obstante el reporte de la investigación interna de la empresa reconociera al conductor libre de culpa en el accidente, éste fue leído solo por el director general de la empresa. Ni una palabra sobre el resultado interno fue comunicado a los colegas de José. Ese silencio acabó revelándose como una aceptación del error, una forma de cobardía, cobrando una dimensión negativa y provocando el hundimiento total de José en la sociedad. Al poco tiempo empezó a correr el rumor de que las azafatas no deseaban viajar más con él. En su desesperación, José escribió una carta al director general pidiéndole ayuda, pero ni siquiera le contestó.
El reporte oficial de la agencia investigadora finalmente fue publicada dos años después. Éste reveló que el camión de pasajeros que conducía el sr. José tenía un defecto mecánico de fabricación. El reporte oficial explicaba que al formarse hielo en el sistema de distribuidor de diésel durante su paso por la parte alta del cerro del Ajusco, cortó el suministro de combustible ocasionando el derrape de las llantas y posterior rompimiento de la caja de velocidades y el destrozo del eje guía de las ruedas. Los peritos que llevaron a cabo la investigación reconocían en el documento que el eje de las ruedas se había fragmentado y que nunca habría podido girar hacia su derecha y que por lo tanto no habría sido posible la canalización del autobús en la rampa de emergencia que se encontraba justo a la derecha de la autopista. La acción del chofer de hacer girar en sentido opuesto al camino, no solamente había sido la mejor opción para evitar el volcamiento de la unidad, sino que había sido la única. Esa acertada maniobra realizada con toda la fuerza del conductor y de su asistente había salvado la vida de todos los pasajeros.
José Hernández y María Estrada, su acompañante a bordo, fueron premiados por la empresa Saeta Roja con una medalla al mérito. Los diarios locales de Cuernavaca evocaron la astucia del conductor volviendo a presentar la noticia llamativa para provocar asombro y escándalo con fines comerciales. La historia de José Hernández cambió nuevamente convirtiéndose en héroe una vez más. Pero el daño estaba hecho. El orgullo herido de José Hernández lo empujó a retirarse voluntariamente de la compañía a la que él había servido por más de veinte años. José empezó a solicitar empleo con otras empresas de transporte público pero nunca fue invitado ni siquiera a sostener una entrevista.
Aparentemente, sus ruines colegas y los diarios sensacionalistas lo habían derrotado. Pero no fue así. El director general de la empresa Saeta Roja trató de enmendar su error de haber esperado mucho tiempo en informar la inocencia de José. La empresa Saeta Roja publicó en los medios de comunicación más importantes que José Hernández siempre fue y será bienvenido en la compañía y en noviembre de 2017 lo invitó a regresar a conducir uno de los prestigiosos autobuses de la línea, esta vez con un autobús doblemente examinado. José tuvo la ultima palabra: aceptó la invitación. Desde su regreso al volante, José se ha ganado nuevamente el respeto y la admiración de sus colegas y las azafatas no dejan de disputarse el derecho de atender a los pasajeros en sus recorridos.
El reporte oficial de la agencia investigadora finalmente fue publicada dos años después. Éste reveló que el camión de pasajeros que conducía el sr. José tenía un defecto mecánico de fabricación. El reporte oficial explicaba que al formarse hielo en el sistema de distribuidor de diésel durante su paso por la parte alta del cerro del Ajusco, cortó el suministro de combustible ocasionando el derrape de las llantas y posterior rompimiento de la caja de velocidades y el destrozo del eje guía de las ruedas. Los peritos que llevaron a cabo la investigación reconocían en el documento que el eje de las ruedas se había fragmentado y que nunca habría podido girar hacia su derecha y que por lo tanto no habría sido posible la canalización del autobús en la rampa de emergencia que se encontraba justo a la derecha de la autopista. La acción del chofer de hacer girar en sentido opuesto al camino, no solamente había sido la mejor opción para evitar el volcamiento de la unidad, sino que había sido la única. Esa acertada maniobra realizada con toda la fuerza del conductor y de su asistente había salvado la vida de todos los pasajeros.
José Hernández y María Estrada, su acompañante a bordo, fueron premiados por la empresa Saeta Roja con una medalla al mérito. Los diarios locales de Cuernavaca evocaron la astucia del conductor volviendo a presentar la noticia llamativa para provocar asombro y escándalo con fines comerciales. La historia de José Hernández cambió nuevamente convirtiéndose en héroe una vez más. Pero el daño estaba hecho. El orgullo herido de José Hernández lo empujó a retirarse voluntariamente de la compañía a la que él había servido por más de veinte años. José empezó a solicitar empleo con otras empresas de transporte público pero nunca fue invitado ni siquiera a sostener una entrevista.
Aparentemente, sus ruines colegas y los diarios sensacionalistas lo habían derrotado. Pero no fue así. El director general de la empresa Saeta Roja trató de enmendar su error de haber esperado mucho tiempo en informar la inocencia de José. La empresa Saeta Roja publicó en los medios de comunicación más importantes que José Hernández siempre fue y será bienvenido en la compañía y en noviembre de 2017 lo invitó a regresar a conducir uno de los prestigiosos autobuses de la línea, esta vez con un autobús doblemente examinado. José tuvo la ultima palabra: aceptó la invitación. Desde su regreso al volante, José se ha ganado nuevamente el respeto y la admiración de sus colegas y las azafatas no dejan de disputarse el derecho de atender a los pasajeros en sus recorridos.