La lagartijita
Por Emi Mendoza
Te voy a contar la historia de gran amistad que nació entre Tomás y yo gracias a un encuentro que tuvimos con una pequeña lagartija. Al principio, Tomás no era mi amigo. Por el contrario, cuando lo conocí, él era mi mayor pesadilla en la escuela.
Desde el primer día de clase, él me daba sólo dolores de cabeza. Por su notable corpulencia le apodaban ‘Grandulón’ y era considerado un niño ‘buscapleitos’. Se caracterizaba por hacer bromas pesadas a todos los niños. Sin embargo, a mí me molestaba sólo cuando comenzaba la hora del recreo. No sé por qué, a Tomás le gustaba quitarme la torta de jamón que mi mamá me preparaba con tanto amor todas las mañanas. Cuando salíamos al patio durante el descanso, ‘Grandulón’ me buscaba por todo el patio y cuando me encontraba me arrebataba mi emparedado que después se devoraba en cuestión de segundos. Todos los días era la misma historia.
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Un día, preparé un plan para evitar que Tomás me quitara mi sándwich a la hora del descanso. Mi plan era el de salir rápidamente y esconderme de él. Cuando sonó la campana para que saliéramos al recreo, salí corriendo con mi torta y me fui a esconder al otro extremo del patio de la escuela donde se encuentran los contenedores de la basura. Ese lugar es un lugar muy feo y maloliente, pero es muy tranquilo pues, en general, a los niños no les agrada y ‘Grandulón’ no lo conocía. Esa mañana, Tomás me buscaba con desesperación entre cientos de niños que corrían jugando de un lado para el otro del patio. Me buscó por todas partes hasta que me encontró. Cuando lo hizo yo ya había terminado de comer mi deliciosa torta de jamón. Un minuto antes de su llegada, me acerqué al recipiente de la basura para tirar la envoltura de mi sándwich. En eso, noté que dentro el recipiente se encontraba una lagartijita que había caído accidentalmente en el fondo. Estaba atrapada y no lograba regresar a su casa. Cuando la vi que estaba en aprietos, quise salvarla y traté de sacarla de ese bote. En ese momento, Tomás hizo su aparición. Al ver que ya me había acabado mi emparedado se puso furioso y se acercó para ver qué estaba yo haciendo para tratar de vengarse. Al notar que yo quería salvar a la pequeña lagartija, tomó una escoba que estaba apoyada en el muro e introdujo la punta del mango hasta el fondo del recipiente con intención de herir al pequeño animalito. Yo me opuse a que lo hiciera diciéndole que la mamá de la lagartijita la estaría esperando en su casa y que era muy cruel lo que estaba haciendo. Pero con su enorme fortaleza logró empujarme para seguir con su maléfica intención de hacerle daño a ese reptil inofensivo. Yo caí al suelo después del forcejeo que perdí con ‘Grandulón’. De repente, la desesperada lagartijita dio un salto y se trepó al mango de la escoba y subiendo por el palo de madera llegó hasta las manos fuertes de Tomás. El inocente animalito se quiso esconder y encontró refugio bajo las ropas de Tomás, entrando por la manga de su camisa. Mi compañero corpulento empezó a sentir que la lagartijita le caminaba por la espalda. Esa sensación de cosquilleo le provocó el pánico de ser mordido por ese ‘dinosaurio’. Inesperadamente, Tomás soltó la escoba y empezó a gritar muy fuerte pidiendo ayuda:
– ¡Ay! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Sálvenme!
Sus gritos atrajeron la atención de otros niños que se acercaron junto con algunos maestros para ver qué pasaba ante tanto escándalo. Mientras los espectadores trataban de investigar lo que estaba sucediendo, Tomás se puso de rodillas delante a mí y juntando sus manos sin dejar de llorar, me suplicó para que le quitara el animalito de encima:
– ¡Ayúdame! ¡Te prometo que ya no te robaré tu torta de jamón, ni te volveré a molestar, pero quítame esta bestia de encima, por favor! ¡Buuuuh!
Le dije que se tirara al suelo boca abajo y le metí la mano bajo la camisa sobre la espalda hasta que la misma lagartijita saltó a mi mano dejando finalmente de cosquillar a Tomás. Cuando saqué mi mano, el animalito caminaba sin rumbo sobre mi brazo mientras lo acercaba con cuidado al suelo. Apenas vio que el piso del patio estaba cerca, el asustado animalito saltó y corrió hasta el muro metiéndose en un huequito para desaparecer. El espectáculo había terminado. Todos los niños y los maestros que presenciaron el salvamento comenzaron a aplaudir. Tomás se levantó lloriqueando con sus ropas sucias de tierra y se acercó a mí y, mientras se secaba las lágrimas, me dio la mano en señal de paz y agradecimiento. Desde ese día, Tomás se convirtió en un gran amigo y desde entonces comemos juntos, con mucho respeto, nuestras respectivas tortas de jamón a la hora del recreo. Sin embargo, cada vez que nos acercamos a los recipientes de la basura para tirar nuestras envolturas, por temor de encontrar otra vez a la lagartijita, Tomás me pide que lo cuide…
Sus gritos atrajeron la atención de otros niños que se acercaron junto con algunos maestros para ver qué pasaba ante tanto escándalo. Mientras los espectadores trataban de investigar lo que estaba sucediendo, Tomás se puso de rodillas delante a mí y juntando sus manos sin dejar de llorar, me suplicó para que le quitara el animalito de encima:
– ¡Ayúdame! ¡Te prometo que ya no te robaré tu torta de jamón, ni te volveré a molestar, pero quítame esta bestia de encima, por favor! ¡Buuuuh!
Le dije que se tirara al suelo boca abajo y le metí la mano bajo la camisa sobre la espalda hasta que la misma lagartijita saltó a mi mano dejando finalmente de cosquillar a Tomás. Cuando saqué mi mano, el animalito caminaba sin rumbo sobre mi brazo mientras lo acercaba con cuidado al suelo. Apenas vio que el piso del patio estaba cerca, el asustado animalito saltó y corrió hasta el muro metiéndose en un huequito para desaparecer. El espectáculo había terminado. Todos los niños y los maestros que presenciaron el salvamento comenzaron a aplaudir. Tomás se levantó lloriqueando con sus ropas sucias de tierra y se acercó a mí y, mientras se secaba las lágrimas, me dio la mano en señal de paz y agradecimiento. Desde ese día, Tomás se convirtió en un gran amigo y desde entonces comemos juntos, con mucho respeto, nuestras respectivas tortas de jamón a la hora del recreo. Sin embargo, cada vez que nos acercamos a los recipientes de la basura para tirar nuestras envolturas, por temor de encontrar otra vez a la lagartijita, Tomás me pide que lo cuide…
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