El cochecito de madera
Por Emi Mendoza

Éramos muy pobres, vivíamos en una modesta vecindad. El empleo que tenía mi papá no le permitía compras que no fueran estrictamente necesarias, pero con su gran ingenio reparaba y construía bienes útiles para el hogar reciclando materiales, ahorrándose mucho dinero. En efecto, mi papá no me compraba juguetes cuando era yo un niño. Él decía que era mejor utilizar la imaginación. Una vez me construyó un cochecito utilizando materiales de desecho para que yo jugara. Un pedazo de madera se convirtió en el chasis y unas tapas de refresco de cocacola unidas con unos clavos fungían como ruedas de mi vehículo. Luego, le ayudé a pintarlo dejándome elegir el color.
Era yo feliz jugando con ese cochecito de madera, pues como estaba pintado de rojo parecía una Ferrari. Lo tomé y salí corriendo a jugar al patio que compartíamos con otras familias. Ese espacio al aire libre que se encontraba en el interior de nuestro edificio estaba destinado para secar y asolear la ropa recién lavada, pero con frecuencia los niños lo utilizábamos como área de recreo.
Mientras yo jugaba con mi autito de madera, escuché el sonido de otro coche de juguete que avanzaba a una gran velocidad hacia mí: -"¡Rrrrrrrr!" Otro niño estaba jugando en el patio y producía ese sonido con la boca, tal como yo lo hacía cada vez que conducía mi carrito. Sentí muchas ganas de jugar con él. De repente, de entre las sábanas ventilándose en el tendedero de mi mamá surgió Juancito, el niño nuevo de la vecindad. Lo vi salir detrás de los paños colgantes arrastrando por el suelo con su mano un carrito metálico maravilloso… El chico acercó su bólido al mío como invitándome a jugar juntos. Pero al ver su cochecito de lujo y compararlo con el humilde carrito que yo tenía construido con materiales de desecho, me quedé inmóvil sin saber qué hacer. Ese cochecito era muy costoso, las puertitas y el cofre se le abrían y las rueditas estaban hechas de goma auténtica y los amortiguadores funcionaban realmente. Primero sentí vergüenza y escondí mi cochecito poniéndolo detrás de mi espalda. Después la vergüenza se transformó en una gran tristeza. Pero algo extraño pasó dentro de mí que al poco tiempo me provocó mucha envidia y cólera.
Yo quería un cochecito como el de Juancito. No quería esa porquería que me había construido mi papá. Entré furioso a casa y llorando le expliqué a mi mamá el desagradable momento de haber conocido al nuevo integrante de nuestra vecindad:
- "Un niño antipático, vanidoso y pretencioso… No lo quiero ni ver…"
Mi mamá me explicó que comprar un juguete como ése era imposible, pues teníamos que enfrentar otros gastos más importantes y que era mejor esperar.
Volví a salir al patio, pero esta vez estaba yo muy enojado. Quería arreglar cuentas con ese niño presumido. Iba yo dispuesto a todo. Le diría que se fuera de la vecindad. Pero Juancito me recibió con una sonrisa diciéndome que si quería jugar con él. Esa sonrisa descarada me sacó de mis casillas y mientras se agachaba a atarse las agujetas de los zapatos, le tiré a un lado el pedazo de madera pintado de rojo con las rueditas de taponcitos y tomé alevosamente su cochecito y me lo llevé corriendo detrás de las sábanas colgantes para esconderme. Quería que jugara con el mío para que sintiera la misma vergüenza, luego quería que llorara y que me suplicara de rodillas que le devolviera su cochecito. Sin embargo, algo pasó. Juancito se quedó callado. No lloró, ni protestó. De repente, como había sucedido al momento de nuestro primer encuentro, escuché que él estaba jugando en el patio y que producía otra vez el sonido del motor con la boca: -"¡Rrrrrrrr!". De entre las sábanas ventilándose en el tendedero de mi mamá surgió de nuevo Juancito. Lo vi salir detrás de los paños colgantes arrastrando por el suelo con su mano el carrito de madera que mi papá me había construido con residuos… Juancito acercó su bólido con rueditas de tapones de botella al cochecito que yo le había quitado, como invitándome a jugar juntos. Acepté su invitación sin decir nada, pero lo hice con la sospecha de que esa sonrisa era una táctica para que le devolviera su cochecito. Al inicio fingí no darme cuenta de su plan y empecé a jugar con él tratando de descubrir qué ideaba para engañarme y recuperar su vehículo de lujo. Pero el tiempo pasó, se me olvidó que yo me había apropiado de su juguete sin que me perteneciera. Estuvimos horas y horas jugando muy bien juntos hasta que nuestras madres nos interrumpieron en nuestro juego para ir a cenar. Juancito se despidió preguntándome si quería que jugáramos otra vez al día siguiente. Yo le dije que sí. Él tomó el cochecito de madera y entró a su casa sin decir nada más. Yo me quedé con el cochecito metálico y me fui a cenar.
La noche la pasé en blanco, no podía dormir pensando en lo bueno que era Juancito. Me preguntaba cómo hacía Juancito para divertirse tanto con mi cochecito feo. En ese momento me acordé de las palabras de mi padre cuando lo construyó:
-"Lo importante es la imaginación…"
La mañana siguiente desde temprano estaba yo frente a la casa de Juancito esperando a que saliera a jugar. Cuando Juancito salió le devolví su cochecito metálico al tiempo que le agradecía por habérmelo prestado. Luego le di un abrazo agradeciéndole por la lección que me había dado… Y al preguntarme qué clase de lección, le contesté:
"Gracias a ti comprendí el mensaje de mi papá, que para divertirnos: lo importante no es el juguete, sino la imaginación…"
Nos convertimos en amigos de toda la vida…
Era yo feliz jugando con ese cochecito de madera, pues como estaba pintado de rojo parecía una Ferrari. Lo tomé y salí corriendo a jugar al patio que compartíamos con otras familias. Ese espacio al aire libre que se encontraba en el interior de nuestro edificio estaba destinado para secar y asolear la ropa recién lavada, pero con frecuencia los niños lo utilizábamos como área de recreo.
Mientras yo jugaba con mi autito de madera, escuché el sonido de otro coche de juguete que avanzaba a una gran velocidad hacia mí: -"¡Rrrrrrrr!" Otro niño estaba jugando en el patio y producía ese sonido con la boca, tal como yo lo hacía cada vez que conducía mi carrito. Sentí muchas ganas de jugar con él. De repente, de entre las sábanas ventilándose en el tendedero de mi mamá surgió Juancito, el niño nuevo de la vecindad. Lo vi salir detrás de los paños colgantes arrastrando por el suelo con su mano un carrito metálico maravilloso… El chico acercó su bólido al mío como invitándome a jugar juntos. Pero al ver su cochecito de lujo y compararlo con el humilde carrito que yo tenía construido con materiales de desecho, me quedé inmóvil sin saber qué hacer. Ese cochecito era muy costoso, las puertitas y el cofre se le abrían y las rueditas estaban hechas de goma auténtica y los amortiguadores funcionaban realmente. Primero sentí vergüenza y escondí mi cochecito poniéndolo detrás de mi espalda. Después la vergüenza se transformó en una gran tristeza. Pero algo extraño pasó dentro de mí que al poco tiempo me provocó mucha envidia y cólera.
Yo quería un cochecito como el de Juancito. No quería esa porquería que me había construido mi papá. Entré furioso a casa y llorando le expliqué a mi mamá el desagradable momento de haber conocido al nuevo integrante de nuestra vecindad:
- "Un niño antipático, vanidoso y pretencioso… No lo quiero ni ver…"
Mi mamá me explicó que comprar un juguete como ése era imposible, pues teníamos que enfrentar otros gastos más importantes y que era mejor esperar.
Volví a salir al patio, pero esta vez estaba yo muy enojado. Quería arreglar cuentas con ese niño presumido. Iba yo dispuesto a todo. Le diría que se fuera de la vecindad. Pero Juancito me recibió con una sonrisa diciéndome que si quería jugar con él. Esa sonrisa descarada me sacó de mis casillas y mientras se agachaba a atarse las agujetas de los zapatos, le tiré a un lado el pedazo de madera pintado de rojo con las rueditas de taponcitos y tomé alevosamente su cochecito y me lo llevé corriendo detrás de las sábanas colgantes para esconderme. Quería que jugara con el mío para que sintiera la misma vergüenza, luego quería que llorara y que me suplicara de rodillas que le devolviera su cochecito. Sin embargo, algo pasó. Juancito se quedó callado. No lloró, ni protestó. De repente, como había sucedido al momento de nuestro primer encuentro, escuché que él estaba jugando en el patio y que producía otra vez el sonido del motor con la boca: -"¡Rrrrrrrr!". De entre las sábanas ventilándose en el tendedero de mi mamá surgió de nuevo Juancito. Lo vi salir detrás de los paños colgantes arrastrando por el suelo con su mano el carrito de madera que mi papá me había construido con residuos… Juancito acercó su bólido con rueditas de tapones de botella al cochecito que yo le había quitado, como invitándome a jugar juntos. Acepté su invitación sin decir nada, pero lo hice con la sospecha de que esa sonrisa era una táctica para que le devolviera su cochecito. Al inicio fingí no darme cuenta de su plan y empecé a jugar con él tratando de descubrir qué ideaba para engañarme y recuperar su vehículo de lujo. Pero el tiempo pasó, se me olvidó que yo me había apropiado de su juguete sin que me perteneciera. Estuvimos horas y horas jugando muy bien juntos hasta que nuestras madres nos interrumpieron en nuestro juego para ir a cenar. Juancito se despidió preguntándome si quería que jugáramos otra vez al día siguiente. Yo le dije que sí. Él tomó el cochecito de madera y entró a su casa sin decir nada más. Yo me quedé con el cochecito metálico y me fui a cenar.
La noche la pasé en blanco, no podía dormir pensando en lo bueno que era Juancito. Me preguntaba cómo hacía Juancito para divertirse tanto con mi cochecito feo. En ese momento me acordé de las palabras de mi padre cuando lo construyó:
-"Lo importante es la imaginación…"
La mañana siguiente desde temprano estaba yo frente a la casa de Juancito esperando a que saliera a jugar. Cuando Juancito salió le devolví su cochecito metálico al tiempo que le agradecía por habérmelo prestado. Luego le di un abrazo agradeciéndole por la lección que me había dado… Y al preguntarme qué clase de lección, le contesté:
"Gracias a ti comprendí el mensaje de mi papá, que para divertirnos: lo importante no es el juguete, sino la imaginación…"
Nos convertimos en amigos de toda la vida…