Miradas cruzadas en el metro
por Emi Mendoza
Él mismo confirmó mis sospechas de que tenía otra novia y de que había decidido poner fin a nuestra historia. Esa era nuestra última cita. Nuestro último encuentro fue en el parque de los viveros de Coyoacán, un hermoso jardín para terminar nuestra relación. Después de atravesar todo el bosque en silencio, nos detuvimos por unos segundos en el umbral de la puerta que daba a la avenida Progreso. Nos miramos cara a cara por última vez, se dio media vuelta y se marchó para siempre. Me quedé inmovilizada después de esa despedida. Sólo podía ver una imagen borrosa de él que se alejaba, pues las lágrimas me enturbiaban la vista. Una relación de cinco años llena de confusión y conflictos acababa de terminar. Él había sido el único novio en mi vida. ¿Cómo haría para olvidarlo? No obstante lo arrogante y egoísta que era, yo lo amaba. Sus malos tratos y su comportamiento machista hacia mí, no impedían que dejara de quererlo. Yo estaba consciente que era mejor terminar, pero los recuerdos de las pocas cosas bonitas vividas juntos no se alejaban de mi mente.
Cabizbaja y pensativa, caminé lentamente a lo largo de avenida Universidad hasta la entrada del metro Viveros. Serían las 3 de la tarde cuando entré a esa estación. Todo lo que deseaba en ese momento era regresar a casa y pensar con calma en una estrategia para recuperar el control de mi vida. Mientras bajaba las escaleras de la estación, pensaba en lo estúpida que había yo sido. Esa mañana, con gran entusiasmo, me vestí lo mejor que podía. Me puse el vestido negro que tanto le gustaba. No me gusta maquillarme, pero esa vez lo hice para agradarle. Lo hice para que viera que soy muy bonita y así tratar de convencerlo de que no me abandonara, pero fue inútil…
Esperé pensativa en el andén del metro. Mi pensamiento se oponía a olvidar la triste escena de la despedida. El miedo a estar sola para siempre invadió mi mente. Tenía que voltear página y pensar en mi futuro. Tenía que preparar un plan que me ayudara a encontrar otro novio, pero que no fuera como el anterior. Sí, sé perfectamente que los hombres de bien, honestos y que no son egoístas, no crecen en los árboles como fruta. Para encontrar un hombre que valga la pena, una debe buscarlo bajo las piedras y con la ayuda de una lupa.
El convoy llegó a la estación, pero yo no sé por qué lo dejé ir. Mi mente estaba en otra parte. Estaba tan distraída con mi dolor que lo perdí. Sin embargo, redoblé esfuerzo y me dispuse a tomar el siguiente. Cuando estaba abordándolo choqué accidentalmente con un pasajero. Fue mi culpa, pero el hombre se comportó como un caballero y se disculpó por lo acontecido. Luego, él se sentó frente a mí. Me di cuenta que me había gustado mucho. Por un instante, ese hombre guapo me hizo olvidar mi dolor. Nos lanzamos miradas y pequeñas sonrisas. Yo estaba ‘electrificada’. Por un momento, pensé que mi vida iba a cambiar. Mi corazón latía con fuerza. Esa era la señal de que ese hombre podría ser la persona adecuada para mí y justo llegaba en el momento más oportuno. Pero parecía muy tímido. Él mostró cierto interés en conocerme, pero no se atrevió a dar el primer paso para iniciar una amistad.
Yo no soy el tipo de mujer que se atreve a dirigirse hacia el hombre que le agrada, y no por el temor de ser rechazada. Más bien, esto se debe a que de acuerdo con nuestra tradición, el hombre es quien debe tomar la iniciativa. Debo admitir que me moría de ganas de hablar con él. Pero él no tuvo el valor de hacerlo y no me atreví a romper el estereotipo de que el hombre es el que tiene que dar el primer paso hacia la mujer.
Los dos descendimos del metro en la estación Etiopia. Me dirigí hacia la salida. Tenía la esperanza de que él me preguntara algo. Lentamente subí las escaleras para esperarlo, pero él también redujo la velocidad. Volteé a mirarlo de nuevo. Vi que me miraba como si me fuera a decir algo. Pero no se atrevió a hacerlo. Estaba resignada a perderlo incluso antes de haberlo encontrado. Salí de la estación con una gran desilusión en mi alma por no haber roto la estúpida tradición de tener que esperar a la iniciativa masculina. Reflexioné y decidí volver a la estación para ver si lo podía encontrar otra vez, pero ya era demasiado tarde, no lo volví a ver. Nunca en mi vida había sentido una atracción tan fuerte por un hombre como en esa ocasión.
En los siguientes días, con la ayuda de mis amigas, me puse a buscar un nuevo enamorado, pero no tuve éxito. Me dieron muchas ideas para encontrar la persona adecuada. Marta insistió en que yo tomara un curso de algo. Las circunstancias relacionadas con los estudios académicos son favorables para conocer a alguien. Guadalupe, sin embargo, estaba convencida de que tenía que encontrar a alguien en mi trabajo. El entorno empresarial está lleno de hombres serios. Patricia me presentó a todos los amigos que tenía. Laura me ayudó a suscribir a los sitios web de citas. Asistí a reuniones y fiestas donde fueron invitados también los amigos de mis amigos. En sólo unas semanas, llegué a conocer a muchos hombres, casi todos buenos cortejadores, pero que dejaban entrever la soberbia típica de los machistas, recordándome a mi ex novio. Ninguno emocionó tanto a mi corazón como lo hizo aquel hombre del metro. También volví varias veces a la estación del metro Etiopia para tratar de ver a ese hombre por el que mi corazón había ‘extra palpitado’. Pero fue inútil. La ciudad de México es demasiado grande, encontrarlo sería como encontrar una aguja en un pajar. Un poco triste y decepcionada, empecé a resignarme a no encontrar a alguien que me convenciera, alguien como aquel caballero.
Un día estaba en un café con mis amigas. Les comenté el gran error que cometí en aquel metro. Les conté que me arrepentí de no haberme atrevido a iniciar una conversación con aquel hombre que había ‘electrizado mi corazón’. De repente Laura se levantó de la silla regañándome. Ella me reprochó por no haberlo dicho antes. Yo estaba asustada por su reacción. Ella me preguntó si recordaba el día exacto en que nuestras miradas se habían cruzado en el metro. Me explicó que había un sitio web llamado "Miradas cruzadas en el metro", que ayuda a los encuentros entre la gente que usa el transporte colectivo. Es un tipo de blog donde se publican los anuncios de citas y funciona como “correo del corazón” para dejar recados a aquellas personas que se lanzaron miradas durante un viaje en el metro o que han perdido de vista a un amigo en la ciudad de México.
Laura de inmediato encendió su tableta y escribió la dirección de ese sitio web para leer los anuncios del mes anterior. Por supuesto que yo no era muy optimista. Era imposible que este hombre hubiera tenido la maravillosa idea de dejarme un mensaje de ese modo. Pero la curiosidad me empujó para revisar las listas, rezando para que el milagro ocurriera. Empezamos a leer los mensajes uno a uno correspondiente a los días sucesivos a nuestro “cruce de miradas”. Había un montón de mensajes, pero no tuve problemas para encontrar el de él. Me identifiqué de inmediato en el título de un mensaje que decía:
Cabizbaja y pensativa, caminé lentamente a lo largo de avenida Universidad hasta la entrada del metro Viveros. Serían las 3 de la tarde cuando entré a esa estación. Todo lo que deseaba en ese momento era regresar a casa y pensar con calma en una estrategia para recuperar el control de mi vida. Mientras bajaba las escaleras de la estación, pensaba en lo estúpida que había yo sido. Esa mañana, con gran entusiasmo, me vestí lo mejor que podía. Me puse el vestido negro que tanto le gustaba. No me gusta maquillarme, pero esa vez lo hice para agradarle. Lo hice para que viera que soy muy bonita y así tratar de convencerlo de que no me abandonara, pero fue inútil…
Esperé pensativa en el andén del metro. Mi pensamiento se oponía a olvidar la triste escena de la despedida. El miedo a estar sola para siempre invadió mi mente. Tenía que voltear página y pensar en mi futuro. Tenía que preparar un plan que me ayudara a encontrar otro novio, pero que no fuera como el anterior. Sí, sé perfectamente que los hombres de bien, honestos y que no son egoístas, no crecen en los árboles como fruta. Para encontrar un hombre que valga la pena, una debe buscarlo bajo las piedras y con la ayuda de una lupa.
El convoy llegó a la estación, pero yo no sé por qué lo dejé ir. Mi mente estaba en otra parte. Estaba tan distraída con mi dolor que lo perdí. Sin embargo, redoblé esfuerzo y me dispuse a tomar el siguiente. Cuando estaba abordándolo choqué accidentalmente con un pasajero. Fue mi culpa, pero el hombre se comportó como un caballero y se disculpó por lo acontecido. Luego, él se sentó frente a mí. Me di cuenta que me había gustado mucho. Por un instante, ese hombre guapo me hizo olvidar mi dolor. Nos lanzamos miradas y pequeñas sonrisas. Yo estaba ‘electrificada’. Por un momento, pensé que mi vida iba a cambiar. Mi corazón latía con fuerza. Esa era la señal de que ese hombre podría ser la persona adecuada para mí y justo llegaba en el momento más oportuno. Pero parecía muy tímido. Él mostró cierto interés en conocerme, pero no se atrevió a dar el primer paso para iniciar una amistad.
Yo no soy el tipo de mujer que se atreve a dirigirse hacia el hombre que le agrada, y no por el temor de ser rechazada. Más bien, esto se debe a que de acuerdo con nuestra tradición, el hombre es quien debe tomar la iniciativa. Debo admitir que me moría de ganas de hablar con él. Pero él no tuvo el valor de hacerlo y no me atreví a romper el estereotipo de que el hombre es el que tiene que dar el primer paso hacia la mujer.
Los dos descendimos del metro en la estación Etiopia. Me dirigí hacia la salida. Tenía la esperanza de que él me preguntara algo. Lentamente subí las escaleras para esperarlo, pero él también redujo la velocidad. Volteé a mirarlo de nuevo. Vi que me miraba como si me fuera a decir algo. Pero no se atrevió a hacerlo. Estaba resignada a perderlo incluso antes de haberlo encontrado. Salí de la estación con una gran desilusión en mi alma por no haber roto la estúpida tradición de tener que esperar a la iniciativa masculina. Reflexioné y decidí volver a la estación para ver si lo podía encontrar otra vez, pero ya era demasiado tarde, no lo volví a ver. Nunca en mi vida había sentido una atracción tan fuerte por un hombre como en esa ocasión.
En los siguientes días, con la ayuda de mis amigas, me puse a buscar un nuevo enamorado, pero no tuve éxito. Me dieron muchas ideas para encontrar la persona adecuada. Marta insistió en que yo tomara un curso de algo. Las circunstancias relacionadas con los estudios académicos son favorables para conocer a alguien. Guadalupe, sin embargo, estaba convencida de que tenía que encontrar a alguien en mi trabajo. El entorno empresarial está lleno de hombres serios. Patricia me presentó a todos los amigos que tenía. Laura me ayudó a suscribir a los sitios web de citas. Asistí a reuniones y fiestas donde fueron invitados también los amigos de mis amigos. En sólo unas semanas, llegué a conocer a muchos hombres, casi todos buenos cortejadores, pero que dejaban entrever la soberbia típica de los machistas, recordándome a mi ex novio. Ninguno emocionó tanto a mi corazón como lo hizo aquel hombre del metro. También volví varias veces a la estación del metro Etiopia para tratar de ver a ese hombre por el que mi corazón había ‘extra palpitado’. Pero fue inútil. La ciudad de México es demasiado grande, encontrarlo sería como encontrar una aguja en un pajar. Un poco triste y decepcionada, empecé a resignarme a no encontrar a alguien que me convenciera, alguien como aquel caballero.
Un día estaba en un café con mis amigas. Les comenté el gran error que cometí en aquel metro. Les conté que me arrepentí de no haberme atrevido a iniciar una conversación con aquel hombre que había ‘electrizado mi corazón’. De repente Laura se levantó de la silla regañándome. Ella me reprochó por no haberlo dicho antes. Yo estaba asustada por su reacción. Ella me preguntó si recordaba el día exacto en que nuestras miradas se habían cruzado en el metro. Me explicó que había un sitio web llamado "Miradas cruzadas en el metro", que ayuda a los encuentros entre la gente que usa el transporte colectivo. Es un tipo de blog donde se publican los anuncios de citas y funciona como “correo del corazón” para dejar recados a aquellas personas que se lanzaron miradas durante un viaje en el metro o que han perdido de vista a un amigo en la ciudad de México.
Laura de inmediato encendió su tableta y escribió la dirección de ese sitio web para leer los anuncios del mes anterior. Por supuesto que yo no era muy optimista. Era imposible que este hombre hubiera tenido la maravillosa idea de dejarme un mensaje de ese modo. Pero la curiosidad me empujó para revisar las listas, rezando para que el milagro ocurriera. Empezamos a leer los mensajes uno a uno correspondiente a los días sucesivos a nuestro “cruce de miradas”. Había un montón de mensajes, pero no tuve problemas para encontrar el de él. Me identifiqué de inmediato en el título de un mensaje que decía:
Me emocioné muchísimo cuando leí el mensaje. A los pocos días de haberlo contactado nos encontramos y finalmente pudimos conocernos. Era exactamente como mi corazón me había indicado, una persona buena y afectuosa. Finalmente pude conocer la verdadera pasión. Ese amor a primera vista se convirtió en el amor de mi vida. Al poco tiempo formalizamos nuestra relación y decidimos formar una familia.
Tengo que agradecer a mis amigas por el apoyo que me brindaron durante esos días difíciles que viví sin pareja, pero tengo que reconocer también la gran ayuda que nos dio ese sitio web. Además, no dejo de pensar en la gran coincidencia de haber perdido aquel convoy que me obligó a tomar el siguiente donde crucé la mirada con mi gran amor. Si hubiera tomado el anterior, él no me habría hecho palpitar el corazón de esa manera. Nuestras vidas están hechas de azar. ¿Quién no ha experimentado coincidencias improbables en la vida? Los eventos inexplicables son como piezas de un rompecabezas. La combinación de estas circunstancias imprevisibles e inevitables acomodarán las piezas que finalmente formarán nuestras vidas. La sincronía de esos fragmentos acomodados nos conduce a un resultado final predeterminado: el destino ...
Tengo que agradecer a mis amigas por el apoyo que me brindaron durante esos días difíciles que viví sin pareja, pero tengo que reconocer también la gran ayuda que nos dio ese sitio web. Además, no dejo de pensar en la gran coincidencia de haber perdido aquel convoy que me obligó a tomar el siguiente donde crucé la mirada con mi gran amor. Si hubiera tomado el anterior, él no me habría hecho palpitar el corazón de esa manera. Nuestras vidas están hechas de azar. ¿Quién no ha experimentado coincidencias improbables en la vida? Los eventos inexplicables son como piezas de un rompecabezas. La combinación de estas circunstancias imprevisibles e inevitables acomodarán las piezas que finalmente formarán nuestras vidas. La sincronía de esos fragmentos acomodados nos conduce a un resultado final predeterminado: el destino ...