Una feliz historia de infidelidad
por Emi Mendoza
Llevábamos 3 años de novios. Soñábamos con un futuro juntos y formar una familia. Todo cambió entre nosotros cuando descubrí que mi novia me había traicionado con quien sabe quién, quedando embarazada. Ella insistía que no sabía cómo había sucedido. Teatralizaba como una niña inocente diciendo que no sabía cómo ese bebé se había encarnado en ella. Decía que me amaba y que si había hecho algo malo, lo había hecho inconscientemente y que lo lamentaba. Según ella no se acordaba cuándo, ni con quién había sucedido. Mostraba arrepentimiento, pero no me revelaba el nombre de su amante.
El problema del embarazo no me hizo enojar tanto como lo hizo el hecho de que mientras éramos novios nunca quiso hacer el amor conmigo. Su religión le prohibía hacer cualquier acción impura de ese tipo hasta que no estuviera debidamente casada. Cada vez que yo sacaba el tema para intentar hablar de una luna de miel anticipada a la boda, ella lo esquivaba por todos los medios. Para ella, llegar "pura" al matrimonio no sólo era una tradición de su pueblo, sino un compromiso muy serio con su familia. Varias veces me contó la historia de sus abuelas y de su madre… ni siquiera con el pensamiento habían osado hacer algo así de sucio antes de la bendición del cura de la iglesia, con la cual las declaraba mujeres de sus maridos.
Ya pasaron cuatro años del descubrimiento de la vil traición de mi enamorada, pero no lo olvido. Todo empezó con la duda que nació en mí cuando noté que el vestido no le ajustaba bien. Mi sospecha se confirmó cuando vi que tenía las clásicas náuseas gestacionales que afectan a la mayoría de las mujeres embarazadas. No puedo describir cómo me sentía en esos momentos. Sentí morirme con un dolor amargo mezclado con una ácida desilusión. Le pregunté quién era el padre de la criatura y ella se negaba a decírmelo. Se obstinaba a negar que estuviera embarazada sin poder explicar el motivo del prolongado retraso menstrual. La evidencia era el bulto voluminoso que empezaba a brotar en su abdomen. Le dije que yo no me oponía a que ella se fuera a vivir con él. Ella, en cambio, se mostraba ofendida por mis palabras. Una y otra vez decía que no estaba encinta.
Pasó el tiempo y con él aumentó el volumen del vientre de mi amada. Llegó el momento que no podía esconder las náuseas y vómitos delante de su familia. Sus padres empezaron a sospechar que algo estaba pasando. La educación rígida proporcionada por su madre no había dado los frutos esperados. La hija había caído en lo más bajo y ruin, defraudando a sus padres. La familia empezó a vivir una situación absurda, se avergonzaban de lo que pudiera pensar el pueblo entero de ellos. Yo me empecé a alejar de ella, pues me sentía triste y humillado. Pero mi alejamiento fue malinterpretado por su padre como el "culpable que huye". Siendo militar, su padre fue a hablar enérgicamente con el mío empuñando un arma. Exigía que yo lavara el honor de la familia que, según él, yo había ensuciado. Obviamente, delante a una fiera furiosa que pretendía matarme para salvaguardar su dignidad, no valía nada la frase: "¡Yo no fui!" pronunciada mil veces por mí . Resultado: para salvar mi pellejo tuve que aceptar casarme con ella.
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Aunque haya aceptado casarme, nunca más podría amar, ni a ella, ni a esa criatura de la cual yo me convertiría en su padre al nacer. No se puede amar a alguien que actúa en ese modo. Ni siquiera sabía si el embarazo era el resultado de un accidente en una relación cortita; o si me había traicionado repetidamente. No entendía por qué ella no quería irse a vivir con ese hombre y dejarme libre si no me amaba.
Las pocas veces que nos veíamos para los preparativos de la boda, hablábamos poco. Ella lloraba y yo no sabía qué hacer. Yo luchaba por creerle, pero al final regresaba a casa renegándola. Ella, en cambio, quedaba en su casa sin querer salir, triste y confundida. Ni siquiera quiso ir al médico para controlar su situación de gestante. No sabíamos si el bebé estaba desarrollando bien.
En una de nuestras pocas conversaciones poco antes del matrimonio tratamos el duro argumento de la identidad del verdadero padre. Ella me decía que se esforzaba por recordar quién había sido. Sospechába de un empresario de la capital con quien ella había ido a negociar la compra de unos bienes. Mi prometida había ido a esa cena de negocios, se le pasaron las copas y ese distinguido caballero gentilmente la acompañó al hotel. Pero ella se recordaba muy bien que sólo la había acompañado hasta la recepción del albergue. Yo no quise esperar y me fui hasta la capital a encontrar ese maldito empresario para hacérsela pagar. Apenas lo vi bajar de su lujoso automóvil me lancé furioso contra él. Sin embargo, el hombre de negocios negó todo…
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Aprovechando que un día ella estaba serena, la convencí de ir a hacerse un control con el médico. Estaba al séptimo mes de embarazo y el sobrepeso que tenía reflejaba el enorme volumen ventral que gradualmente había crecido. Al inicio, el médico dijo que el sobrepeso correspondía con el tiempo de gestación. No obstante el aparente buen desarrollo de la gestación, el galeno no se convencía que todo estuviera bien. Esa incertidumbre hizo que el doctor pidiera hacerse una prueba de embarazo. En ese momento empecé a aceptar mi situación de futuro padre participando activamente en el proceso. Sin querer me estaba encariñando con mi futuro hijo. Mi colaboración hizo que ella se entusiasmara y finalmente aceptó hacerse la prueba de embarazo que hasta ese mes no se había hecho. Pero el test fue negativo. No hicimos caso, pues el test comprado en la farmacia no es eficiente cuando se aplica al séptimo mes de embarazo. Sin embargo, después de desmayarse en la casa, fue forzada por la ginecóloga a hacerse un ultrasonido.
Durante la ecografía, no se vio ningún bebé en el monitor, la doctora se sorprendió. Entendimos que había algo que no estaba bien solamente con la mirada de asombro que la doctora tenía con la imagen de la ecografía en la pantalla. Mi novia se asustó. El diagnóstico de la médica fue que mi amada no tenía ningún bebé, sino que tenía un quiste ovárico. Fue necesario intervenir quirúrgicamente. Durante la operación se extrajo el quiste que pesaba más de 25 kilos. Le dejaron una larga cicatriz en el estómago, pero la buena noticia es que aún podría ser madre. Fue difícil explicar a nuestras familias y a todo su pueblo que simplemente había sido una "falsa alarma".
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El matrimonio se llevó a cabo como planeado y procedimos a respetar la tradición familiar. Fue hasta nuestra luna de miel que finalmente pudimos disfrutar de nuestra vida sexual juntos. Pasaron ya los 3 años recomendados por los médicos de aquel episodio y ella quedó embarazada, esta vez de verdad. Seguimos de cerca el desarrollo del bebé con exámenes y ultrasonidos. Todo salió perfecto. Hoy tengo en mis brazos una hermosa criatura y soy el padre más feliz del mundo…
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