Doña Pina, de los Alpes a los Andes (segunda parte)
Por Patricia Gutiérrez Pesce
El transatlántico a vapor “Lauro” llegó al puerto del Callao un día de noviembre de 1919 durante una tímida y todavía prematura primavera limeña bajo un cielo nublado, pero probablemente con la típica resolana de la costa peruana en ese periodo del año. A pesar de que sería un viaje de tiempo ilimitado el equipaje de mi abuela no era grande pues no disponía de un armario muy vasto y no era usual en ese entonces poseer tantas cosas. Si algo más hubiese sido necesario lo hubieran comprado ahí mismo en función de la necesidad. Mi abuela, a pesar de haber trabajado toda su vida, no tenía ahorros porque el estado italiano se los quitó para poder enfrentar las deudas creadas durante la primera guerra mundial. Los primeros días en Lima lo dedicaron a buscar un alojamiento en algún hotel y después en una casa en alquiler mientras su hermana y cuñado se organizaban para llevar a cabo el motivo principal del viaje al Perú: establecer una fábrica de sombreros.
Poco a poco fueron conociendo otros compatriotas ya establecidos en Lima. Encontrar paisanos no fue difícil porque el número de inmigrantes italianos que llegaron a partir de los últimos veinte años del 1800 hasta ese entonces era considerable y junto con los descendientes ya formaban una colonia muy solidaria. Muchos de ellos habían emprendido su propia actividad y se “daban una mano” los unos con los otros. El espíritu trabajador y la unión entre los recién emigrados y los descendientes era sólido.
Fue por eso por lo que fundaron el Circolo Sportivo Italiano pensando en crear un punto de reunión común para todos y en donde se fomentara el deporte entre la diáspora italiana en Perú y sus descendientes. El Circolo Sportivo abrió sus puertas en el distrito de Pueblo Libre el 16 de agosto de 1917 y era también un lugar en donde se podían encontrar todos los “bachiches”. Bachiche es una palabra españolizada que viene de baciccia, de origen genovés, que se usa para designar cariñosamente a los inmigrantes italianos sean estos genoveses o no.
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Baciccia que quiere decir ‘Bautista’ es un hipocorístico genovés de Giovanni Battista (santo de la ciudad de Génova). Este cariñoso y simpático modo de llamarlos se usaba y se usa actualmente porque la colonia italiana en Lima estaba compuesta principalmente por genoveses, en cambio muy pocos eran piamonteses.
Mi abuela Giuseppina conoció a Paolo Pesce en el Circolo Sportivo Italiano en el mes de mayo de 1920 y fue un amor a primera vista. Después de 3 meses de ese amor repentino se casaron, un 7 de agosto de 1920. Ella decía y repetía con mucha ternura y nostalgia que se casó con él porque era un buen hombre. Durante mi niñez muy poco supe sobre mi abuelo, sobre su familia y de cuál pueblo del Piamonte venía exactamente porque nunca lo conocí y mi abuela poco, o casi nada, hablaba sobre él durante su vejez. Ni siquiera lo conocía por foto porque nunca vi una fotografía suya. Fue recién cuando yo tenía 22 años que vi la primera foto de mi abuelo, en blanco y sepia con un importante marco dorado, colgada en la sala de mi casa, y sin saber quien fuera le pregunté ingenua a mi madre: "¿Quién es ese bigotón?" Y mi madre respondió disgustada pero orgullosa: “¡Cómo bigotón! Ese es mi papá”.
Mi madre se acordaba vagamente de haber escuchado algo acerca de la familia de mi abuelo: que eran muchos hermanos hombres, como 8 más o menos, que era del Piamonte, pero no sabía de qué pueblo y que había conocido a mi abuela en Lima por casualidad. En cambio, ella tenía siempre un claro y amoroso recuerdo de él como padre y marido cariñoso: hacía que mi madre de niña se sentara siempre en sus piernas cuando él regresaba del trabajo y él la engreía mucho porque era su piccinina (pequeñita), que le llevaba ramos de flores a la abuela, en especial flores de Pensamientos después de haber tenido una discusión para poder reconciliarse. También decía que trabajaba mucho, que era gordito con muy buen apetito, que se le subía la presión y se ponía todo rojo. Fue sólo en el año 2006 por una serie de singulares coincidencias que pude saber más acerca de él, de su familia y conocí a mis parientes Pesce que me contaron los motivos por los cuales dejó su querida tierra.
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Los motivos que hicieron que Paolo Pesce (mi abuelo) decidiera alejarse de su tierra fueron muy diferentes a los de mi abuela. Uno de los motivos de la gran emigración en ese largo periodo, que va desde las últimas dos décadas del 1800 hasta la primera década del 1900, no era debido a conflictos de guerra, sino debido al terrible ataque de la filoxera de la vid que azotaba toda Europa.
La filoxera era un pequeñísimo pero muy destructivo insecto proveniente de los Estados Unidos de América que puso de rodillas a la viticultura de toda Europa a partir del 1868 y llegó a Italia en 1879. Ya en 1890 se había difundido en toda la península incluyendo la región del Piamonte, tierra de viñedos y de vinos por excelencia. El insecto, que se transportaba fácilmente con el viento, atacaba directamente las raíces de las plantas, por lo que en un principio poco se entendía del motivo por el cual las plantas morían.
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Siendo la vid el principal cultivo de la región, la situación agrícola y económica se volvió insostenible. La “inmigración” de este bicho desde los Estados Unidos de América hacia Europa produjo un cambio radical en la vitivinicultura italiana: arrasó con prácticamente la totalidad de los viñedos europeos. Pero gracias a los suelos arenosos de algunas regiones, ese dañino insecto no logró atacar todas las variedades, las cuales se pudieron recuperar injertándolas sobre las vides americanas resistentes. De esta forma se evitó la extinción total de las variedades europeas que hoy conocemos. Pero la solución al problema tardó muchísimos años en expandirse en todas las regiones de Italia y peor aún al pequeño pueblito llamado Bruno en la provincia de Asti (Piamonte) en el que vivía mi abuelo. Paolo tuvo que tomar la decisión de dejar su tierra en busca de oportunidades mejores dadas las circunstancias de extrema pobreza por las que él y su pueblo atravesaban.
Paolo dejó su pueblo natal a la edad de más o menos 24 años despidiéndose tristemente de su familia y en particular de su primito Carlo de 7 años que era como un hermanito para él. Partió sin imaginarse que poco después comenzaría el primer conflicto mundial. Se dirigió hacia el puerto de Génova para embarcarse hacia la Argentina pocos años después que su tío Francesco Pesce regresara con su esposa Rosa Buongiorno. En Mendoza (Argentina), su tío había tenido éxito económico y había formado una familia en Godoy Cruz exactamente. Por esto decidió probar fortuna también él. Su primito Carlo con el que quedó en contacto era el penúltimo hijo de su tío Francesco.
Visto que las condiciones económicas por las que Paolo pasaba, me puedo imaginar que haya viajado con una pequeña y austera maleta que contenían sus pocas pertenencias, pero en su equipaje no pudo faltar su inseparable y adorada mandolina. Esta mandolina fue conservada con tanto recelo que inclusive fue olvidada por muchos años en un ropero hasta que mi madre la encontró y la cedió a mi sobrino, apasionado de música e instrumentos musicales, quien la cuida hasta ahora como un verdadero tesoro.
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Mi abuelo vivió en Argentina algunos años, no sé ni cuántos, ni dónde. Quizás estuvo en Mendoza, donde su tío había estado y donde actualmente viven muchos piamonteses los cuales llevaron la tradición de los viñedos y los olivos. Mientras vivía en Argentina mantuvo contacto con su familia y con su primito Carlo que vivían en Piamonte y fue así como se enteró que uno de sus hermanos había fallecido en la primera guerra mundial. Lamentablemente Paolo no encontró la misma fortuna que su tío, probablemente porque era un electromecánico y no un viticultor, por lo que decidió trasladarse al Perú algunos años antes de la llegada de mi abuela Giuseppina a Lima.
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Después de su matrimonio con Giuseppina, Paolo envió una foto-postal del día de su boda a su primo Carlo el cual continuaba viviendo en el pueblo de Bruno en Piamonte. Carlo conservó esta foto como un tesoro y ésta será la clave principal para que yo encuentre y conozca a la familia Pesce, 86 años más tarde del matrimonio de mis abuelos. El increíble histórico evento del encuentro con mis primos Pesce se los contaré en un próximo relato.
Mis abuelos (Paolo y Giuseppina), recién casados, vivían en una casita en el distrito del Rimac recién fundado en 1920 que actualmente es uno de los más antiguos y tradicionales de Lima Metropolitana. En esa casita nacieron mis tíos Paolo, René, María y mi madre, la última de los hijos, a la cual la bautizaron con el nombre de Elsa en honor a la querida amiga de mi abuela con la que se escapaba a bailar a escondidas allá en su pueblo. En casa se hablaba sólo en dialecto piamontés a pesar de que mi abuelo hablaba muy bien el castellano, pues había vivido varios años en Argentina. Mi abuela fue aprendiendo el castellano poco a poco y lo perfeccionó, pero sin abandonar el típico dejo italiano. Una cosa que nos hacía reír mucho a mí y a mis hermanos cuando éramos pequeños era que mi abuela no podía pronunciar bien la letra “j”. La pronunciaba como si fuera una "c" y esa simpática dicción era motivo para bromear con ella siempre: "nonna ¡di “caja”!", ya se podrán imaginar lo que decía.... La llamamos cariñosamente nonna, palabra italiana que precisamente quiere decir abuela en español. |
Al principio, mi abuela no sabía cocinar; me imagino que debido al ir y venir en trenes para trabajar en Biela durante toda su juventud nunca tuvo tiempo para aprender realmente. Fue el abuelo quien le enseñó algunos "trucos y secretos" y muy pronto, como buena italiana, aprendió a cocinar muy bien. Mi abuelo destapaba las ollas apenas llegaba a la casa del trabajo para ver y sentir la fragancia de lo que había preparado su querida Pina. Gracias a ella, mi madre aprendió (y después mis hermanas y yo aprendimos de mi madre) a preparar algunos platos típicos piamonteses como el risotto con caldo de osobuco, cuya receta típica incluye azafrán pero no era fácil encontrarlo en Lima en aquella época; además aprendí a preparar (me gusta muchísimo y lo preparo siempre) el bagnet verd (típica salsa piamontesa a base de perejil triturado para comer con el sancochado o con el risotto) y los tallarines al pesto acompañados de vainitas y papas sancochadas. Un detalle que me daba mucha curiosidad era la gran piedra que tenía en la cocina: la usaba para chancar el diente de ajo antes de ponerlo a dorar… ¡Mmmmh! Mi madre me contó que la nonna Pina tuvo que dejar correr la fantasía para preparar otros platos más sencillos y económicos para poder sostener a los hijos en algunos momentos difíciles de su vida.
Cuando mi madre era muy pequeña, la familia se trasladó a una casita con patio en el distrito de Jesús María el cual había sido formado pocos años antes, en 1930. En ese entonces era un barrio que eligieron muchos inmigrantes japoneses porque ahí se construyó el colegio japonés llamado en ese entonces “Lima Nikko”. Esto también dio al distrito un mayor dinamismo económico ya que abrieron los primeros comercios como bodegas, ferreterías, peluquerías y farmacias que eran propiedad de estos inmigrantes e hijos de inmigrantes. Mi madre se hizo de muchos amigos japoneses, entre los que se encontraban Juan Higashi y sucesivamente también su esposa Olga con los cuales mantuvo amistad durante muchos años y hasta después de estar casados.
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Tenían un hogar pequeño pero muy acogedor. A menudo, los amigos de mi mamá y tíos comían en la casa y entre las varias cosas que preparaba hacía también deliciosas tortillas con los huevos de sus gallinas. Las criaba en el patiecito de la casa y dormían en la cocina cerca de la estufa. Las gallinas de mi abuela eran criadas exclusivamente por los huevos, no las mataba, eran como sus mascotas que se le subían a las piernas cuando ella se sentaba.
Mientras tanto, su hermana Tecla y esposo pudieron establecerse gracias a la fábrica de sombreros que tanto habían soñado y formaron junto con mi abuela un grupo de amigos con otros italianos del barrio. Los amigos piamonteses con los que conservó una amistad por muchos años fueron Amabile Benigni y su esposo los cuales abrieron un café en la calle General Garzón en Jesús María. Había otra pareja más de amigos suyos, venecianos, de apellido Marchetti pero no sé a qué se dedicaran.
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Después de algunos años, cuando mi mamá era adolescente y la segunda guerra mundial había ya terminado, la tía-abuela Tecla, su marido y las dos parejas de amigos se regresaron a vivir a Italia porque la nostalgia que sentían por su tierra empujó a todos a regresar en diferentes momentos. Mi madre me contó que la despedida de su tía Tecla fue tristísima para todos, especialmente para mi abuela. Sobre la vida de Tecla no hemos sabido nada. Deduzco que enviudó poco tiempo después de haber regresado a Italia porque en los álbumes de fotos de familia, que mi madre conservaba celosamente, he visto fotos-postal de Tecla, todavía joven, sola y vestida de negro; así como no hemos sabido nada sobre su muerte. Nunca tuvo hijos.
El abuelo Paolo era ingeniero electromecánico y trabajaba en la hidroeléctrica de la sierra, en el departamento Junín por lo que tenía que viajar a menudo en tren. La misma carrera eligieron mis tíos Paolo y René. Ambos estudiaron en la Escuela de Ingenieros lo que es hoy en día la Universidad Nacional de Ingeniería.
A pesar de ser muy felices en Lima, mis abuelos tenían ganas de regresar a su querido Piamonte. Estuvieron pensándolo y tratando de decidirse, pero, lamentablemente, comenzó la segunda guerra mundial, por lo que los planes de trasladarse tuvieron que ser postergados con mucho pesar para ellos.
Durante la guerra, el abuelo Paolo regresaba del trabajo y después de cenar escuchaba con mucha preocupación y tristeza los boletines de guerra con la radio a galena y su antena que él mismo junto con sus hijos había fabricado. En esta época se formó un velo de tristeza en el ambiente familiar y que se convirtió en un telón de luto para todos en el 1942 debido a un inesperado evento: mi abuelo, mientras estaba trabajando en la sierra, tuvo un infarto cerebral producido por la fatal combinación de la altura de la sierra con la presión alta de la cual sufría. Los compañeros de trabajo dijeron a mi abuela que Paolo se había desplomado muriendo instantáneamente.
A partir de entonces las esperanzas y ganas de regresar al Piamonte se desvanecieron: el alma gemela de mi abuela había partido para siempre. Mi abuela se encontró repentinamente viuda, sin trabajo y con 4 hijos que mantener. Durante las primeras semanas después de su muerte, mi abuela, mi madre y mi tía contaban que continuaban escuchando por las noches el ruido de las tapas de las ollas en la cocina. Un día mi abuela le pidió llorando que por favor ya no lo hiciera porque la asustaba mucho. Desde ese día nunca más lo escuchó y el espíritu del abuelo se fue para siempre de la casa, pero quedó muy presente en la memoria de todos.
A pesar de ser muy felices en Lima, mis abuelos tenían ganas de regresar a su querido Piamonte. Estuvieron pensándolo y tratando de decidirse, pero, lamentablemente, comenzó la segunda guerra mundial, por lo que los planes de trasladarse tuvieron que ser postergados con mucho pesar para ellos.
Durante la guerra, el abuelo Paolo regresaba del trabajo y después de cenar escuchaba con mucha preocupación y tristeza los boletines de guerra con la radio a galena y su antena que él mismo junto con sus hijos había fabricado. En esta época se formó un velo de tristeza en el ambiente familiar y que se convirtió en un telón de luto para todos en el 1942 debido a un inesperado evento: mi abuelo, mientras estaba trabajando en la sierra, tuvo un infarto cerebral producido por la fatal combinación de la altura de la sierra con la presión alta de la cual sufría. Los compañeros de trabajo dijeron a mi abuela que Paolo se había desplomado muriendo instantáneamente.
A partir de entonces las esperanzas y ganas de regresar al Piamonte se desvanecieron: el alma gemela de mi abuela había partido para siempre. Mi abuela se encontró repentinamente viuda, sin trabajo y con 4 hijos que mantener. Durante las primeras semanas después de su muerte, mi abuela, mi madre y mi tía contaban que continuaban escuchando por las noches el ruido de las tapas de las ollas en la cocina. Un día mi abuela le pidió llorando que por favor ya no lo hiciera porque la asustaba mucho. Desde ese día nunca más lo escuchó y el espíritu del abuelo se fue para siempre de la casa, pero quedó muy presente en la memoria de todos.
Con la muerte del abuelo termina la “buena época” de la vida de mi abuela y comienza una que irá cuesta arriba. Sobre esto les hablaré en mi próximo relato.